Vargas Llosa y su “Guerra del fin del mundo”

Creo, que sin excepción, las obras de literatura de Mario Vargas Llosa han alcanzado la categoría de universalidad por su incuestionable calidad –valga la redundancia- literaria. Por supuesto, sería mentir que las haya leído todas, pero de las que he leído, sin duda alguna, me quedaría con “La guerra del fin del mundo” como la mejor de todas.

No se trata que un artista o, concretamente, un literato de la calidad de Mario Vargas Llosa tengan por principio de vetación el incursionar en la política. No, no se trata de eso. Sin embargo, no sé si fue Marx o no, quien sostenía que por ser los artistas seres muy especiales solían –por lo general- incurrir en grandes desatinos políticos. El gran poeta alemán Freiligrath Ferdinand sufrió de eso en carne propia, y, que por cierto, fue uno de los juzgados en el triste y célebre proceso a los comunistas en Colonia en 1852. Marx estimaba mucho la poesía de Freiligrath, pero fue su crítico severo cuando el poeta daba, por lo general, opiniones políticas que estaban demasiado distanciadas de la realidad o la verdad. Lenin, por su parte, sentía una admiración casi apasionada por la literatura de Máximo Gorki, pero jamás dejó de hacerle críticas contundentes y constructivas por sus desvaríos políticos que terminaban, ¿desconozco por qué razón o motivo?, inventado un nuevo Dios que suplantara al ya reconocido por las Iglesias, sus voceros legendarios y sus feligreses entusiasmados de idealismo. Y es archí conocido el caso de León Tolstói, cuya literatura llegó a constituir una doctrina de contenido utópico y reaccionario, pero que fue inmensamente rica en elementos críticos que proporcionaban un material valioso para instruir a las clases avanzadas, según Lenin y tiene que haber sido así. Por lo demás también otro eminente literato como Dostoievski, especialmente en sus últimas obras literarias, se transformó en un místico beato y un acérrimo adversario de los socialistas, pero a casi ninguno de éstos se le ocurrió rechazar la savia de sus obras para la cultura y el arte de su tiempo y los tiempos posteriores, según Rosa Luxemburg y tiene que haber sido así.

Pero no se trata, en esta opinión, de Freiligrath, de Máximo Gorki, de Tolstoi ni de Dostoievski como tampoco de Marx, de Lenin ni Rosa Luxemburg. Sencillamente, del eminente literato Vargas Llosa, quien ha creado polémica y polvaredas de reacciones, con sus severas y agudas declaraciones, opiniones y críticas políticas sobre el proceso que vive la Venezuela actual bajo el liderazgo del presidente Hugo Chávez. Hace poco tiempo el Premio Nóbel de Literatura José Saramago, en una pasada por Colombia, se detuvo para lanzar conscientemente petardos políticos –incoherentes y malignos- contra la insurgencia para favorecer la publicidad de su obra literaria y la posición militarista del gobierno colombiano. Eso hizo que su amigo James Petras rompiera su relación de camaradería con Saramago.

No todos los excelentes literatos o escritores viven las vicisitudes del vértigo que les exprime sus conocimientos, y que son esos editores que toman vino en la calavera del artista, según Goethe. Vargas Llosa, que se sepa, ha tenido la fortuna que ha pegado, por su alta calidad, prácticamente todas sus obras escritas desde “Los jefes” (1959) hasta la última que haya publicado y que realmente no sé como se intitula. Son famosas sus piezas literarias como: “La ciudad y los perros” (1963), “La casa verde” (1966 y ganadora del Premio Internacional de Literatura Rómulo Gallegos), “Los cachorros” (1967), “Conversación en La Catedral” (1969), “García Márquez: historia de un deicidio” (1971), “Pantaleón y las visitadoras” (1973), “La orgía perpetua: Flaubert y “Madame Bovary” (1975), “La tía Julia y el escribidor” (1977), “La señorita de Tacna” (1981). Y, por supuesto: “La guerra del fin del mundo”, una obra “Construida con tanta `precisión y belleza como una pieza musical, segura en el complejísimo trazado de las acciones bélicas, nítida en la limpidez de un estilo bruñido y casi invisible...”, pero además “… es a un tiempo un apasionante fresco de aventuras, una soberbia reconstrucción histórica y una pieza literaria sabiamente trabada, en la que culmina la excepcional trayectoria de Mario Vargas Llosa…”, como se describe en el lado adverso a la portada por alguien que no lo firmó.

No es lo mismo leer una novela con los ojos a estudiarla críticamente, lo cual requiere de un vasto conocimiento literario, de los tiempos y sus cambios, de los estilos, del medio ambiente, de las diversas corrientes del pensamiento artístico que se disputan la supremacía de la credibilidad y la influencia en los lectores, de los personajes, de las contradicciones, de los dramas y todo eso que conlleva al dominio del arte y, especialmente, de la literatura. Pues, nada de eso puedo atribuírmelo, por lo cual ni siquiera haría el intento de ocuparme críticamente de la obra literaria de Mario Vargas Llosa. Quizá, García Márquez, exonerado de toda culpabilidad en el intento de asesinato de Dios en este tiempo por los amos del capital, sea quien mejor esté capacitado para ocuparse de una crítica literaria a la obra de Vargas Llosa, pero todo indica que no invertirá su tiempo en esa corriente aunque sería de alto valor nutritivo para el conocimiento literario. Lo que sí es cierto, es que para escribir una novela como “La guerra del fin del mundo” se requiere estar, por lo menos teóricamente, comprometido con la causa de la revolución, de los explotados, de los oprimidos, de los descalzados, de los sin camisas, de los condenados, de los pobres. Quien haya leído esa obra de Vargas Llosa se percata, con suma facilidad, que en ese tiempo, cuando la escribió, el literato estaba absolutamente de acuerdo que una revolución liberta a la sociedad de sus flagelos y la ciencia al individuo de los suyos; que la Comuna de París quiso libertar al género humano y que Thier cometió uno de los peores genocidios de la historia cuando más de treinta mil hombres, mujeres y niños fueron asesinados por haber levantado las banderas de la revolución proletaria. Una novela no es una poesía de diez versos ni tampoco un cuento de cinco páginas. Aspirar que una literatura (novela), como la “Guerra del fin del mundo”, pueda ser escrita por alguien que sirva de vocero ideológico, por ejemplo, al capital financiero sería lo mismo que los artesanos de las primeras décadas del capitalismo hubiesen cifrado sus esperanzas en que Thierry, Mignet y Guizot les hubieran aportado la concepción materialista de la historia. No, para ésta se requería alguien no sólo que tuviese el conocimiento científico indispensable sino, además y muy importante y hasta decisivo, que estuviera resteado con los intereses del proletariado en contra de la burguesía. Por eso fue Marx y no ninguno de los anteriormente señalados. Ciertamente se trata de la ciencia historia y no de una novela. Que se cambie de postura, en la política y en la ideología, luego de publicada una novela como la “Guerra del fin del mundo”, es harina de otro costal que los críticos de la literatura deben ocuparse estudiar y descifrar para bien de los lectores. ¿Qué tal que Marx hubiese terminado sus días elogiando a la burguesía y condenando al proletariado? No, no, eso nunca hubiera podido suceder como efectivamente nunca sucedió. Mejor ni siquiera imaginárselo, porque eso sería como no saber nadar ni a favor ni en contra de la corriente. Una gran verdad es el farol que alumbra todos los caminos aunque mucha oscuridad quiera interponerse en su andar: toda persona y, especialmente, si tiene una vasta cultura como los buenos novelistas o artistas, jamás es independiente por muy filantrópica que quiera aparecer ante los ojos del mundo, siempre defenderá una concepción de la vida (correcta o equivocada), porque el modo de producción no le puede ser ajeno -como realidad general- al individuo. Por eso todo intento de centrismo termina entre los brazos de la derecha o de la izquierda.

Hace unos cuantos años el literato Vargas Llosa entró en contradicción y disidencia política con la Revolución Cubana que algunos especialistas han analizado y expuesto a la opinión pública mundial para tratar de aclarar las visiones de choque y ubicación de la razón a quien se cree la posee. No pocas veces fue llamado a La Habana para dilucidar las contradicciones, pero el literato se negó alegando argumentos que para los cubanos (y especialmente para Haydee Santamaría) no tocaban la esencia de la realidad. De eso tampoco me ocuparé por no gozar de elementos de análisis exactos, aunque es preferible –aun aceptando los desaciertos- mil veces estar del lado de la Revolución Cubana que acercarse a sus críticos demoledores de futuro. Se pudiera decir que el literato Mario Vargas Llosa arreció su confrontación política contra todo lo que huela a revolución o socialismo luego de haber sufrido aquella derrota electoral ante Fujimori y que no le permitió alcanzar su aspiración política de haber sido Presidente de la república peruana. Desde allí, ha venido acrecentando una mística visión política del mundo y de acérrima oposición a los movimientos revolucionarios y gobiernos que propugnan por el socialismo, como la única alternativa de salir de los laberintos, escombros y peligros catastróficos que representa el ya caduco y viejo capitalismo que no ha fenecido todavía por razones y motivos que acá no se analizan, pero que el mundo político conoce casi con la misma exactitud con que Mario Vargas Llosa conoce de literatura universal. Bueno, que Mario Vargas Llosa haya cambiado su nacionalidad peruana por la española es lo menos significativo para analizar sus posturas políticas actuales. Lo que sí vale la pena aclarar, interpretando su respuesta dada a una interrogante de una periodista de Venezolana de Televisión, es que Vargas Llosa no tiene razón cuando sostiene que con el mismo ímpetu y libertad de expresión –y hasta libertinaje- con que acá, por ejemplo en Venezuela, se puede criticar a Chávez o cualquier alto funcionario de Estado o de la misma oposición se hace en España contra el rey. No es de muy vieja data el escándalo público y el juicio que se les hizo a unas personas por haber publicitado en un periódico unas caricaturas del rey que a éste, a la monarquía completa, a partidos políticos de la derecha y al gobierno “socialista” español no les gustaron. Es más: avalar, en este tiempo en que el desarrollo de las fuerzas productivas está en antagónico choque con las relaciones de producción y fronteras capitalistas evidenciando la necesidad de transformar el mundo para satisfacción de toda la humanidad, la existencia de monarquías es tanto o lo mismo que darle vivas y aplausos al régimen de la esclavitud cuando los emperadores desangraban a su antojo a quienes producían y reproducían la riqueza social, es decir, a las herramientas que simplemente hablaban pero no tenían ningún derecho a pensar ni expresarse libremente. ¡Viva Espartaco!, aunque no lo haya gritado Cicerón en ninguna de las partes de su elocuencia latina.

No es la primera vez que, como lo dicho en Colombia antes de viajar a Venezuela, Mario Vargas Llosa lanza petardos caprichosos y enigmáticos contra el proceso que actualmente viven los venezolanos y venezolanas por decisión votante de la mayoría de los participantes en procesos electorales. Se sabe que Vargas Llosa, al haberle hecho el prólogo al “Manual del perfecto idiota”, es capaz –políticamente- de decir y escribir cualquier escolasticismo contra cualquier proceso revolucionario que ponga en juego los intereses malvados del capitalismo y levante en su pedestal los sueños del proletariado. Esperar, al concluir la cosecha, recoger peras de los olmos es tanto o más absurdo que creer que los burgueses, amos del capital financiero, son los llamados a llevar el socialismo hasta sus últimas consecuencias.

Sin embargo, sucede no pocas veces, que nosotros mismos –partidarios del proceso revolucionario- preparamos el escenario para resaltar el personaje que viene a darnos con todo, por arriba y por abajo y de lado a lado en redondez. Si la derecha prepara un seminario sobre, por ejemplo, democracia y libertad de expresión, nosotros, más rápido de lo que canta un gallo, preparamos otro que sea la antítesis del primero, y terminamos dedicados más a dar respuesta a lo que digan o critiquen los enemigos del proceso y descuidamos esa parte importante y vital que consiste en transmitirle el mayor cúmulo de conocimientos verdaderos y científicos al pueblo en el menor tiempo posible. Es cierto que las cosas que dice, por ejemplo, Mario Vargas Llosa en su visión política sobre las realidades venezolanas, indignan pero eso no debe sacarnos de quicio; provocan inmediata reacción, pero no debemos dejar llevarnos por esa fuerza ciega del odio personal para responder, disgustan pero no enrojecen de hemiplejía el cerebro. Hay que darle respuesta, ciertamente, con el tino con que una mano laboriosa construye una valiosa pieza artística, y ese tino es la verdad objetiva y verdadera. A los literatos y artistas que se oponen, ofuscados y malhumorados, contra los procesos que actualmente pretenden crear un régimen de vida con verdadera justicia social para sus pueblos, se le `podría aplicar aquello que decía Tiro Fijo en sus primeros meses de rebeldía revolucionaria: “Tigre descubierto no caza carne tan fácilmente”.

Lunacharsky sostenía que en el arte hay que permitir, por un Estado revolucionario, una dosis de anarquía que debe negarse en la política como sea. Eso, en parte, significa que los artistas, los literatos que respaldan al proceso revolucionario venezolano tienen, entre sus deberes, que salir a responder las falsas y tendenciosas acusaciones que hace Mario Vargas Llosa contra la realidad, contra la verdad y contra el inalienable derecho que se otorga la mayoría de venezolanos y venezolanas a decidir su propio destino. Sin embargo, una revolución no puede garantizarle libertad y menos libertinaje a una tendencia artística o a un artista (por muy eminente que sea) para que conspire contra aquella promoviendo, por cualquier vía, su caída. En tiempo de difícil confusión, de tensión en las relaciones entre las fuerzas que pugnan por el dominio de la sociedad, de choque entre las ideas que se enfrentan por iluminar el camino del pensamiento social colectivo, la clase económica poderosa intenta, por sus múltiples medios de comunicación, vender su veneno ideológico promocionando mercancías de lujo o de primera necesidad. El conocimiento es bien sabido es de primera necesidad espiritual como material el agua, el aire, la tierra, el trabajo, la salud, la comida, el techo y el vestir. El capitalismo sabe desplazar sus ideólogos, precisamente basándose en el prestigio de éstos y especialmente si son artistas o literatos de reconocida producción, para expandir su veneno ideológico tratando de desinformar políticamente, desviar la atención, crear un escenario propicio para que cunda el cuestionamiento de la mayor porción de masas del pueblo contra el Estado que precisamente está ejecutando programas en su beneficio. El capitalismo, desde hace un tiempo para acá, se transformó en un acérrimo enemigo de la verdad y no volverá a ésta ni siquiera para sobrevivir en sus últimos momentos de vida. Y por encima de toda literatura, está la verdad como la ley dialéctica más fundamental de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento, y como la razón suprema de todas las ciencias y todas las artes.

El hecho que una institución invite a destacados escritores que son buenos en literatura pero que son enemigos políticos del proceso revolucionario venezolano no es para echarse a morir y creer que van a cambiar la mentalidad del pueblo de la noche a la mañana con sus críticas destructivas y sus falsas acusaciones. Pagar una entrada de 800 bolívares fuertes para escuchar las exposiciones de los invitados, en este tiempo y en este país o en muchísimos países, es una cosa elitesca que los componentes del proletariado, por decir la clase diseñada para transformar el mundo, no están en capacidad de corresponder satisfactoriamente. Quedan excluidos del conocimiento que allí se exponga. Que los ponentes cobren por su participación –que es su trabajo- tampoco debe preocuparnos, porque sería injusto de toda injusticia pretender que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, por ejemplo, dediquen toda su vida de cantautores a realizar sus presentaciones públicas sin cobrar un solo centavo en un mundo tan salvaje como el capitalismo donde casi nada se mueve sin el don del dinero. El comunista, como cualquier ser humano común en este tiempo de globalización capitalista, también tiene necesidad de alimentarse, educarse, vestirse, es decir, de vivir para poder aspirar que un día el mundo sea el reino de la libertad desplazando al reino de la necesidad. Eso fue uno de los grandes descubrimientos de Marx reconocido por Engels en su discurso frente a la tumba donde fue sepultado el gran genio de los genios. Particularmente, simplemente lo confieso, si yo tuviese algún dinero o una entrada económica respetable asistiría a conciertos de Vicente Chente Fernández, aunque la entrada costase 1000 bolívares fuertes. Sólo por escuchar y disfrutar de la voz más maravillosa y privilegiada para el canto, y a mi juicio, que haya dado la naturaleza humana. Pero pagar, no 800 sino menos bolívares fuertes, por escuchar exposiciones políticas de grandes literatos, no me animaría asistir salvo que sea la entrada gratis. Pero si fuese un seminario de literatura, sí valdría la pena la asistencia siempre y cuando el pago no afecte el estómago de la familia y del mismo que cancele el valor de su presencia en el evento..

En el caso de Mario Vargas Llosa, no estamos en presencia de un Aristófanes de convicción profundamente reaccionaria pero crítico sincero de toda corrupción y, que se sepa, ninguna monarquía puede vivir sin ésta como tampoco el capitalismo; no estamos en presencia de un Virgilio ordenando cremar sus versos por considerarlos imperfectos, y tampoco se trata de un Dante prior que luego se convence que la religión es un gran móvil que conduce al ser humano a la virtud; no nos estamos refiriendo a un Fray Luis de León que debe ser juzgado por la Inquisición por sospechoso de romper con cánones religiosos. No, no estamos pretendiendo que Mario Vargas Llosa haga su vida aislado, como Eurípides, sin que le interesen las vicisitudes políticas o la cotidianidad de los quehaceres de la sociedad civil; no pretendemos que Mario Vargas Llosa cambie de su parecer político actual siendo invitado a un banquete sobre la tumba en un cementerio donde estén enterrados algunas de las víctimas de su pluma. Tal vez, Mario Vargas Llosa, como Sófocles, escriba su mejor obra al cumplir los noventa años de edad y en su epílogo recuerde, con ansia de regreso, a sus años cuando escribió “La guerra del fin del mundo”. Si los escritores de este tiempo se propusieran, siquiera, imitar la vocación de escribir de Lope de Vega, seguramente terminarían suicidándose en la taberna más cercana a su residencia. Lo que sí no hace jamás una revolución ni sus protagonistas es descalificar el valor literario de una persona por muy escandalosos y abominables que sean sus opiniones políticas, las cuales deben ser respondidas con precisión y para eso sobran los argumentos, que son las realidades mismas donde las masas son las protagonistas de los hechos y su destino.

Lo que sí es cierto y debemos tenerlo en consideración, que cuando Vargas Llosa escribe de literatura es un banquete leerlo, pero cuando lo hace de política hay que leerlo entre líneas, porque allí se encuentra la orientación ideológica de un régimen de producción y de explotación y opresión (capitalismo) que ya no puede brindarle al mundo satisfacciones materiales y espirituales, sino agravar la pobreza y el dolor para los muchos mientras que incrementa el beneficio y el privilegio para los pocos. No habrá una guerra del fin del mundo, pero sí rebeliones de esclavos decididos hacerse libres de toda explotación y opresión sociales. Eso no podrá evitarlo ni el más notable de todos los notables de la literatura universal. Sólo especulando, cosa que no es saludable al escribir, si Víctor Hugo viviese, apoyaría, sin duda alguna, al proceso que está viviendo la sociedad venezolana bajo el gobierno que preside Hugo Chávez… y seguramente ya hubiese escrito una novela con título en números: “2002”.



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Freddy Yépez


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