Golpe de Estado en Honduras.
Después que ese pueblo heroico había conquistado el principio de su
libertad. En este momento los golpistas del Congreso hondureño están
dando una declaración de las razones para “destituir” de su cargo
al Presidente: “inducir a la división del pueblo hondureño”. Mientras
que en la mañana la noticia era que el Presidente había renunciado.
Mentiras una tras otra, sin ni siquiera preocuparse de ser coherentes
con las mismas, así es el desprecio a lo que la gente piense o crea
o necesite o desee. Qué desvergonzados. Qué cinismo. Mala hora para
Honduras, para su pueblo, para América toda.
Esta tragedia me hace
revivir sensaciones conseguidas hace ya tantos años en mi patria. Así
fue como empezó el horror de la dictadura chilena, con golpistas que
enarbolaron las más virtuosas frases de derechos humanos y de patria
y de justicia y de lealtad, mientras eran esos valores los que justamente
estaban atropellando, asesinando, retrotrayendo al oscurantismo del
derecho.
Compatriotas chilenos,
esta es la democracia que pregonan los que tienen el poder secuestrado
a espaldas del pueblo. Una democracia donde sólo caben aquellos que
le hacen el juego a quienes se sienten con derecho a ser dueños de
todo, incluso de la vida de los demás. Una democracia donde la libertad
que se pregona es la de consumir, aunque el pueblo no tenga con qué
comprar sus alimentos básicos, ni casa donde guarecerse. Una democracia
donde cada uno puede hacer lo que desee, siempre que tenga dinero para
ello. La democracia que había en Honduras hasta antes del Presidente
Zelaya era la misma que conocemos en Chile, la continuadora de los principios
de la dictadura, una democracia acomodada entre la esperanza del pueblo
y el secuestro de sus derechos, una democracia sostenida por el mismo
pueblo oprimido que ha creído en promesas que ningún político ha
tenido intenciones de cumplir. José Manuel Zelaya llegó a la Presidencia
por mandato del pueblo para cambiar ese estado de cosas. Y hoy día
es violentado por los golpistas de su país, sin duda apoyados por intereses
económicos apátridas.
No nos engañemos más,
lo que está sucediendo en Honduras se suma como uno de tantos ejemplos
históricos de la crueldad, egoísmo y maldad con que actúa la oligarquía
en contra del pueblo, es un recordatorio de nuestra historia chilena.
Esta es una experiencia de ahora, vigente, actual hasta el dolor, que
nos trae a la memoria nuestra dolorosa experiencia. No nos engañemos,
esos golpistas son los enemigos de siempre del pueblo. Existen, están
entre nosotros pero más aun sobre nosotros, manejando los hilos de
la sociedad con la única finalidad de enriquecerse cada día más,
no importa cuál sea el costo para el país y su gente. Esos golpistas
son los mismos que cuando tienen o manejan el poder hablan de “contrincantes
políticos”, hacen política, se reúnen en congresos, asisten a cenas
de partidos, apoyan intransablemente la ley, hacen obras de beneficencia
y son hasta simpáticos. Incluso compiten en las contiendas políticas
acatando las normas. Claro, eso es cuando el poder son ellos o a ellos
sirve: el poder político, el poder económico y el poder judicial.
No nos engañemos, no son adversarios políticos del pueblo. Son el
enemigo.
El pueblo no tiene adversarios
políticos, porque la gran mayoría popular no hace política sino que
sobrevive esperando algún día alcanzar la felicidad, esa que se les
roba al alto costo de la ignorancia, de la desnutrición y del abandono.
El pueblo no tiene adversarios políticos porque su intranquilidad no
viene de las ideas, sino del no saber cómo va a educar a sus hijos
para salir de la pobreza, cómo va a sobrevivir a este invierno en sus
casas construidas o reparadas con cartón y latas. El pueblo no tiene
adversarios políticos porque no discrimina entre partidos, sino que
discrimina entre salud y enfermedad, entre hambre y comida, entre trabajo
y cesantía, entre sobrevivir y morir porque del término vivir, tal
como lo conocen esos “adversarios”, entiende muy poco. El pueblo,
compatriotas, sólo tiene enemigos al frente, porque aquellos que no
lo son están a su lado. Ya no son las épocas en que alguien podía
autoproclamarse neutral. Hoy la neutralidad no existe, sólo hay compañeros
o enemigos. No nos dejemos engañar más. La adversidad política sólo
sirve a quienes manejan los poderes. El pueblo sólo tiene como herramienta
la lucha organizada para conquistar su libertad. Una lucha de resistencia,
una lucha de desobediencia, una lucha de conquista de la calle, una
lucha de superación de los paradigmas de felicidad que los poderosos
han inventado en base al consumo, término que para el pueblo se traduce
en no mucho más que comer.
En Chile, por ejemplo,
después de veinte años del término de la dictadura, podemos ver claramente
que el poder que el pueblo recuperó venciendo a la dictadura, lo robó
nuevamente la oligarquía opresora disfrazándose de Concertación.
Hoy que se hace cada vez más evidente su traición al pueblo, aun ambicionan
continuar en el gobierno o, en el peor de los casos, pasar el poder
a la extrema derecha. Unos y otros son el enemigo. Esos que hoy en día
andan llenándose la boca con los derechos de las personas, con los
términos igualdad, justicia y otros de noble linaje, serán los mismos
que cuando llegue el día en que nuevamente el pueblo conquiste sus
derechos, estarán dispuestos a golpes de estado y a masacrar gente
por defender sus privilegios. Ya sucedió, está escrito, la historia
tiene las pruebas de la traición de los partidos políticos al pueblo
de Salvador Allende. Por una parte los oligarcas desde El Mercurio,
desde el Poder Judicial, de la mano con el gobierno norteamericano conspirando
al interior de las Fuerzas Armadas. Por otra parte los que hoy en día
se dicen demócratas, desde sus oficinas y desde sus puestos de senadores
y diputados dados por el pueblo al que traicionaron. No les creamos,
son el enemigo. Detrás de sus sonrisas inventadas, sobrepuestas, está
el gesto de desprecio. Para ellos el pueblo no es nada más que insumo,
materia prima para aumentar su riqueza. La derecha en la Concertación
y la ultraderecha desde la Alianza tratando de llegar al poder, ese
es el esquema de Chile. Y si alguien se sale de esa estructura, bienvenido
sea mientras otorgue a la fiesta el necesario marco de pluralidad y
validez a esta mal llamada “democracia”. Pero cuidado si la pluralidad
abre espacios a ideas con las cuales la ciudadanía empiece a tener
esperanzas. Porque no sólo serán los poderosos los que denuncien esa
atrocidad, el contrasentido es que también lo harán muchos ciudadanos
que se verán amenazados en su “paz ciudadana”.
Honduras, compatriotas
chilenos, tiene un pueblo oprimido económica y culturalmente, con un
costoso sistema de salud y una educación diseñada para que sólo los
que estudian en colegios caros puedan acceder a las mejores profesiones
y, por lo tanto, a sueldos dignos. Tiene un pequeño grupo de familias
que manejan la economía, siendo dueños de grandes latifundios y de
gran parte de las empresas, directamente o ligados a transnacionales.
Tienen un aparato militar diseñado para que la alta oficialidad esté
constituida de manera natural por miembros de la clase alta de la sociedad.
¿Le encuentran algún parecido a nuestro país? La diferencia es que
en Honduras el pueblo se atrevió una vez más. Algo que aun en nuestro
país no logra vislumbrarse porque demasiados siguen creyendo en la
falacia de que la “tranquilidad social” es lo mejor de una sociedad,
que sobre ella nada más importa. Qué pobreza… En una tierra que
debía ser, por definición, tumba de libres o asilo contra la opresión.
Somos un pueblo con una
tremenda herencia de luchas heroicas por la libertad, no tenemos derecho
a olvidarlo.