Han pasado ya dos años desde que en agosto de 2007 se desatara la
crisis financiera en Estados Unidos. Una crisis que de forma inmediata
sacó a relucir los graves problemas por los que atravesaba no sólo la
economía estadounidense sino también el resto de economías
desarrolladas que en muy poco tiempo se vieron igualmente afectadas.
Desde entonces, todas las economías industrializadas se han visto
sumidas en recesiones más o menos profundas que han provocado
importantes incrementos en los niveles de paro y en los déficits
públicos, una fuerte caída en las recaudaciones de ingresos y, en
algunos casos como el español, el desmoronamiento absoluto de todo un
modelo de crecimiento económico.
Desde el primer día en
el que emergiera esta crisis, los gobernantes y altos mandatarios de la
economía mundial han dedicado sus esfuerzos a combatir las
consecuencias y no las causas de la misma. Las muy mediatizadas
reuniones de urgencia a las que asistieron una y otra vez, siempre con
el objetivo declarado de reformar el sistema o de realizar los cambios
oportunos para que otra crisis igual no volviese a tener lugar, no
sirvieron sino para confirmar y consolidar las políticas que ya habían
llevado a cabo desde el primer momento. Políticas que han tenido como
objetivo mantener el sistema funcionando bajo las mismas reglas, y con
independencia del coste social y económico asumido.
Así,
en la lucha contra las consecuencias de la crisis ya en agosto de 2007
comenzaron las millonarias inyecciones de dólares y euros al sistema
financiero. Se trataba de salvar de la quiebra a innumerables entidades
financieras, a las que además se dio otro tipo de facilidades
económicas para que, en definitiva, pudieran mantener sus negocios a
salvo. En otros casos incluso los gobiernos se hicieron cargo de la
totalidad de las pérdidas mediante la nacionalización de las entidades.
Sin embargo, ¿dónde están los cambios anunciados para combatir las
causas de la crisis? En ninguna parte. La reforma del capitalismo, tal
y como lo anunció en su día el presidente francés N. Sarkozy, ha
terminado por no llegar, y las condiciones de base no han sido
modificadas un ápice. El sistema económico sigue padeciendo hoy los
mismos problemas que le llevaron a la crisis: desregulación financiera,
descontrol absoluto de la ingeniería financiera y predominancia de la
actividad financiera sobre la actividad productiva, creación ingente y
desproporcionada de dinero bancario, altos niveles de desigualdad, etc.
De momento parece que los gobernantes mundiales han conseguido taponar
la herida, y algunas de las economías desarrolladas están recientemente
comenzando a recuperar la actividad económica. Sin embargo, la
hemorragia continua y no se está haciendo nada por evitar que en algún
momento la situación económica vuelva a empeorar y con mucha mayor
gravedad.
En las actuales circunstancias no es la
crisis lo que habrá sido temporal, sino precisamente su presunta
recuperación. De hecho, la situación ahora mismo es realmente precaria
e inestable. Los balances de las entidades financieras no están
mostrando el verdadero estado de las mismas, y muchas están
sobreviviendo gracias a las ayudas económicas que les ofrecen los
gobiernos o incluso a mentiras y ocultaciones contables. A su vez, los
gobiernos han incurrido en millonarios gastos que merman el estado de
las arcas públicas y que tendrán que ser compensados de alguna forma.
La subida de impuestos generalizada es inminente, pero mientras no se
modifique la regulación actual este coste recaerá una vez más en las
clases más desfavorecidas. Además, el paro y el deterioro de las
condiciones laborales continua haciendo estragos en una sociedad cada
vez más desigual.
Si no se toman decisiones de raiz e
inmediatas, lo que equivales a decir, justas y capaces de frenar el
inmenso poder y la avaricia de las clases oligárquicas, la crisis
volverá con mucha mayor fuerza. Que a nadie le quepa la más pequeña
duda sobre eso.
Hay que esclavizar al sistema bancario
financiero para que la economía pueda estar al servicio de los seres
humanos para lo cual es requisito imprescindible modificar toda la
reglamentación actual. Es necesario abolir los paraísos fiscales, pero
también es urgente introducir nuevas y duras normas sobre las
operaciones especulativas realizadas mediante la ingeniería financiera,
así como imponer también nuevos e importantes límites al privilegio de
creación de dinero que tienen los bancos. De la misma forma, es
necesario reformular el modelo de desarrollo económico, haciéndolo
compatible con las exigencias cada vez más evidentes del medio ambiente
y promoviendo una pauta de reparto mucho más equilibrada y justa para
que todas las clases sociales sean igualmente beneficiarias del
crecimiento económico logrado.
¿Es posible esperar estos
cambios que aquí formulamos someramente? Probablemente no, y es que
somos conscientes de que ningún gobernante se ha atrevido aún a
denunciar claramente a los verdaderos responsables de esta situación
actual. Los gobiernos quieren hacer creer que la crisis ha sido un
evento accidental y que no ha tenido relación alguna con la
configuración actual del sistema económico, y es por eso por lo que no
han tenido la valentía de señalar a los verdaderos responsables y a sus
cómplices. Estos no han sido ni los Madoff y compañía, los sujetos e
instituciones que aprovechan cualquier marco legal para enriquecerse
haciendo trampas, sino las entidades financieras, los bancos centrales
y los gobiernos que han configurado la economía mundial como un gran
escenario donde hacer trampa está permitido y premiado.
Por lo tanto, es ahora más urgente que nunca que la izquierda y los
movimientos populares se reorganicen y preparen para enfrentar tiempos
mucho más difíciles. Son los desfavorecidos quienes tienen la capacidad
de cambiar el rumbo de esta sociedad, que si no cambia de rumbo irá
directamente el desastre, y sólo pueden hacerlo sabiendo responder con
contundencia y firmeza a los atrevimientos y ataques de los poderosos y
sus representantes en las altas esferas políticas y económicas. De lo
contrario estaremos abocados a una situación mucho más dramática para
millones de personas, aquellas que nunca son tenidas en cuenta por
quienes manejan el mundo económico y político.
Vale la
pena intentarlo. Es más, es un imperativo moral irrenunciable para
cualquier ser humano honesto y responsable.