En la red, cuando es busca el Día del Estudiante uno se topa con la página web http://www.efemeridesvenezolanas.com/html/estudiante.htm, en la que dice textualmente: “El 21 de noviembre se consagró como Día del Estudiante, por la gesta cumplida en las Universidades, particularmente en la Universidad Católica Andrés Bello y en la Universidad Central de Venezuela, escenario admirable de la jornada de esa fecha.” Qué cosa más bárbara, cuando se sabe que la UCAB fue fundada por Pérez Jiménez precisamente para tratar de destruir a la rebelde UCV. Aquí vamos a presentar esa historia.
Y por eso hoy la UCAB ama con locura a esperpentos siniestros (y son éstos sus verdaderos ductores) tipos como el Diego Arria, Pablo Pérez, Leopoldo López, Capriles Radonsky o María Corina Machado. Tal para cual. Para eso fue construida la Universidad Católica Andrés Bello como lo vamos a demostrar en este artículo.
Cuando Pérez Jiménez, a partir de 1952, consolida su dictadura, tratando de darle un cariz «democrático» mediante la Constituyente, la Iglesia considera que le ha llegado la hora de cobrar, y se lo hace saber sin muchos escrúpulos. Todos los ministros de Pérez son conservadores, católicos y «razonables». Ella, como única institución política imperecedera que podía funcionar legalmente bajo cualquier régimen, no se sentía a gusto con el presupuesto que recibía por los inmensos servicios prestados al gobierno, y exigió que se le elevara a 557.000 bolívares, es decir, más del doble del que le había entregado Gallegos.
Durante el gobierno de Gallegos, la Iglesia se había visto obligada a solicitar permiso para el ingreso de sacerdotes extranjeros, ahora a
Pérez Jiménez se le exigía que eliminara cualquier tipo de traba o de control en este aspecto. Con esta avalancha de curas llegados de todas partes, especialmente de España, la Iglesia consiguió crear seis nuevas diócesis.
Era la época en que los jesuitas golpistas estaban haciendo su agosto, y se dieron a la tarea de lograr lo que más les importaba: penetrar profundamente los espacios educativos para que nunca se volvieran a repetir los traumas sufridos con Gallegos. La iglesia logró ejercer tal presión, que la dictadura, entre sus primeros actos, opta por promulgar un Estatuto de Educación para reemplazar la Ley Orgánica de Educación, que era muy débil y tímida en comparación con las pretensiones de la cúpula eclesiástica y, en consecuencia, tuvo que ser anulada. Los avances que logró la Iglesia se pueden constatar en el siguiente ejemplo: la Ley Orgánica establecía que las clases de religión se impartieran fuera de las labores docentes regulares, con el nuevo Estatuto era obligatorio que se dictasen dos horas semanales y dentro del horario normal de clases. Así, regresaban los crucifijos y las vírgenes a los salones, las clases de catecismo, las primeras comuniones colectivas en los liceos.
Por otro lado, se acabó aquel horrible pleito que produjo manifestaciones, huelgas, protestas frente a Miraflores y aquellas explosiones de críticas por los medios de comunicación en las que se hizo aparecer al pobre gobierno de Gallegos como lo más cercano al
sadocomunismo. El Estatuto logró atenuar la incidencia del Estado en la formación de los docentes, y entonces se instituyó que los egresados de nuestras universidades equipararan sus títulos con los graduados en el Instituto Pedagógico Nacional, para que se acogiesen en igualdad de condiciones a las promociones que saldrían de la Universidad Católica, cuya inauguración se había previsto para 1953.
Hay que reconocer que entre 1945 y 1948, el presupuesto para educación se triplicó (hasta llevarlo a 119 millones), mientras que entre 1948 y 1958 la dictadura lo frenó manteniéndolo casi inalterable en solo 178 millones. Quien precisamente conspiró para que se diera esta desaceleración del crecimiento, fue el sector privado de la educación, controlado por la Iglesia, que estaba tomando un gran auge. La Iglesia había entendido muy bien que el sistema que le favorecía debía estar consolidado con el apoyo de la clase alta, y que ésta no debía formarse exclusivamente en la UCV o en cualquier otro centro educativo del Estado.
Dice Daniel Levine474, que la educación primaria durante la dictadura poco creció, pero en cambio la matrícula privada se multiplicó por más de tres. El número de escuelas primarias públicas disminuyeron y las privadas se quintuplicaron. En la educación secundaria este fenómeno fue mucho más marcado; mientras sólo 12 nuevos liceos públicos fueron abiertos durante la dictadura, casi 200 colegios privados fueron creados en sólo seis años.
En el tema de la educación superior el avance también fue significativo: se fundaron las universidades privadas Católica Andrés Bello (UCAB), y la Santa María, de tal modo que en poco tiempo, entre 1953 y 1958, estas dos instituciones albergarían el 20% del total de estudiantes universitarios.
Quien hace la solemne apertura de las actividades de la UCAB, en su antigua sede del Colegio San Ignacio, ubicado en la esquina de Jesuitas, en Caracas, es el potentado empresario y ministro de Educación, doctor
José Loreto Arismendi, en presencia del nuncio apostólico Armando Lombarda y de J. L. Salcedo Bastardo, rector de la Universidad Santa María. Por eso hoy en la UCAB, se le hace honor a don José Loreto Arismendi, con una extraordinaria sala para eventos culturales que lleva su nombre. Pérez Jiménez fue, por tanto, generoso en extremo con el sector privado de la educación, pues permitió que controlase una buena porción de los estudiantes de la clase alta. Al mismo tiempo que se consolidan y crecen los colegios privados, se van fortaleciendo las temibles fuerzas gremiales de este sector con la creación de la
Asociación Venezolana de Padres y Representantes de las Escuelas Católicas (AVEC) y con la Federación de Padres y Representantes de las Escuelas Católicas (FAPREC).
En enero de 1952, la dictadura, que buscaba la fuerza suficiente para «legalizar» un largo mandato, encarga al ministro de Educación, José Loreto Arismendi, para que presida la clausura de la Primera Asamblea de los Colegios Católicos.
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