Mucho antes de que Chávez apareciera en el mundo de la política, muchos venezolanos seguíamos por los caminos de la poesía las ideas de Bolívar. Cuando la oportunidad se presentaba sacábamos la espada del Libertador, haciendo comparaciones con la realidad política diaria, escribiendo sobre sus mensajes y sus ejemplos pocos emulados y pocos comprendidos. Otro loco como este Presidente que no pierde oportunidad para recordarnos aquel canijo quijote taciturno y triste, sombrío y enfermo de desengaños, con llagas incurables en el alma.
Andábamos heridos de mismidades dolorosas y recordando que el Libertador había proclamado: MIS AGONÍAS VIVIRÁN EN EL FUTURO.
Chávez ha llegado a Bolívar por los caminos del ejército, por la imaginación gloriosa de una guerra en la que nunca estuvo; por los vítores ensordecedores de los soldados que entran en una batalla que jamás se ha dado. Chávez piensa en Bolívar como un soldado del amor, en una anacronía de luchas y enfrentamientos con clarines y agites de banderolas y pendones victoriosos. Frente a batallones de flux y corbata, maletines de cuero y celulares, de estrelladas cachuchas y parasoles que tiene sus oficinas en el exterior y cuyos soldados no mueren; guarnecidos sus batallones por transnacionales de la explotación como la SIP y la OIT; carros de combate, tanques y aviones que arrojan alarmas de fascismo y tiranía para que luego la masa confundida se arroje a la calle “y tome la justicia por sus manos”. Para estos escuadrones de la muerte todo es válido: la protesta de los buhoneros, la desesperación de los que buscan un techo y en principios son presentados como infame canalla, pero a la vez tratando de hacérseles ver que el gobierno no satisface sus justas peticiones.
Los misiles diarios que llegan a su despacho de Miraflores con grandes tachones en rojo, marcados por sus estrategas, de la prensa internacional y criolla que ataca e inventa sin descanso. Laboratorios de otros terroristas que hacen estremecer con bolas la banca, la paz social, el miserable sindicalismo, la educación y la salud, los acuerdos y relaciones internacionales. Otra guerra que sufrió Bolívar y que lo llevó a la tumba en tres años.
Es patético el horror que le tenía el Libertador a las críticas de la prensa y sobre todo aquellas que se referían a su “tiranía”, al uso extremo que él supuestamente hacía de las facultades extraordinarias, muchas de ellas injustas, y más horror le tenía a quienes le defendían sin talento ni valor. Conmueve su lacerado corazón cuando escribe a José Fernández Madrid, el 16 de agosto de 1829: “Doy gracias a Vd. Las gracias por la carta que Vd. dirigió el 11 de abril al “Times”, y rogara a Vd. que fuese más extenso en mis defensas, que serán bien necesarias ahora que han suelto a Santander, el que no dejara de inundar de calumnias la Europa y los Estados Unidos. Mis enemigos son muchos y escriben con gran calor en tanto que mis defensas son bien tenues y frías. El pobre Abate (De Pradt) que ha muerto, sabía alabarme pero no defenderme. Todos me dicen que sirva a Colombia para cargarme de nuevas difamaciones; y, sin embargo, nadie se ocupa en defenderme sino por accidente y fríamente. Yo no quiero encargar a Vd. de este penoso trabajo; pero deseara que instase, de mi parte, entre otros, al joven Wilson, que está bien instruido de todo.”
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