Es fama que Catón afirmó en su momento que no entendía cómo hacían dos arúspices para cruzarse en la calle sin echarse a reír. En la antigua Roma, los arúspices eran los oficiantes de un rito adivinatorio que pretendía desentrañar el futuro examinando las vísceras de un ave recién sacrificada.
El desprestigio de tales futurólogos que se desprende de la frase de Catón, no les impedía seguir medrando a costa de los creyentes y los poderosos que aún solicitaban sus servicios. Al fin y al cabo la función debía continuar hasta el último centavo.
Confieso que ya había pensado escribir esta nota acerca de las reiteradas declaraciones, que nunca son políticas según ellos, de nuestra inefable Conferencia Episcopal, cuando cayó en mis manos uno de los libros escritos por ese extraordinario promotor del humanismo y del ateísmo que fue Christopher Hitchens. Tal una coincidencia motorizada por el mismísimo demonio, Hitchens me ha hecho un dramático repaso acerca de cómo las organizaciones religiosas, y en especial su jerarquía, se han asociado de manera regular con las causas más oscurantistas y retrógradas que ha enfrentado la humanidad a lo largo de la historia, se llamasen esclavismo, nazismo o de cualquier otro modo.
La jerarquía venezolana no es ninguna excepción: desde el famoso terremoto de 1812, castigo de Dios por la insurgencia patriótica contra el rey de España, según lo que con seguridad era en aquel entonces el equivalente de nuestra Conferencia Episcopal; hasta declarar, ya en nuestros tiempos, que el deslave de Vargas que costó la vida de tanta gente era el castigo que se nos deparaba por el comunismo propugnado desde el gobierno.
Para tamaña empresa pro status quo, los miembros de la CEV cuentan con los mismos insumos con los que contaban los arúspices romanos, es decir, la fe del pueblo que insiste en identificar a Dios con las organizaciones religiosas y sus líderes, y el apoyo de quienes, al igual que ellos mismos, tienen muchos privilegios que perder si se alterase el orden que han contribuido a mantener durante dos mil años, en el caso del cristianismo. Dios los cría y ellos se juntan, reza el dicho popular.
¿Habrá que extrañarse entonces de que incluso celebraciones religiosas tan arraigadas en la devoción del venezolano como la procesión de la Divina Pastora, sean utilizadas para lanzar un discurso politiquero, cuyo objetivo no es otro que aportar agua al molino de las fuerzas más reaccionarias del momento que vivimos?
Como si fuesen una de esas tabacaleras que han empezado a invertir en otros ramos, sabiendo que el negocio del tabaco llegará a un fin previsible más temprano que tarde, los miembros de la Conferencia Episcopal parecerían haber decidido acercarse cada vez más al negocio político aunque eso incida directa y negativamente en los asuntos religiosos que dicen regir. Tal vez ellos también están conscientes de que, al igual que las acciones de las tabacaleras, las acciones religiosas están a la baja.
Los seguiremos viendo, pues, esforzándose por manipular la religiosidad popular para su propia conveniencia, y administrando para ello, lo mejor que puedan, la escasa, si no nula, aureola de santidad que les queda, Eso sí, al cruzarse, bajarán la cabeza para no reírse.
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