Ahora el candidato de la violencia amarilla presenta una denuncia ante la Corte Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) por los comicios del 14 de Abril, cuando ese organismo lo que debería estar investigando son los 11 muertos del 15-A, y los destrozos a los CDI producto del llamado de arrechera que él mismo hizo al no favorecerle los resultados. Y es que él pretendía ser Presidente de la República Bolivariana de Venezuela porque ya era hora, tiene 40 años y pensaba darle esa satisfacción a su amá y a su apá. No importa lo que el pueblo haya decidido en las urnas de votación. El quería…snif...snif…snif…Lloriquea con tanta malcriadez que todavía viaja y llega a los EEUU para acusar a Nicolás Maduro, preso de un ataque de hipidos prolongados que le quitan por instantes el aliento.
La actitud del agresivo abanderado de Primero Justicia no deja dudas de que la oposición no confía en lo absoluto en el Consejo Nacional Electoral, y eso evidentemente confirma que los antichavistas no votarán por nada de este mundo en los comicios del 8-D, cuando se eligen los alcaldes y concejales del país.
Con todo y su discurso acomodaticio, el aspirante derrotado no puede justificar su condición dubitativa, de ambición desmedida por el dinero y el poder y falta de seriedad. Imposible. Cuando triunfan el CNE es legal pero si pierden es tramposo. Las elecciones se las ganó Maduro en un evento cuya transparencia reconoce hasta el Papa, y él dice que le jugaron sucio. Mal podría entonces hacer un llamado y esperar que su gente pierda el voto en diciembre en unos sufragios, según su opinión, totalmente viciados.
Lamentablemente para ellos, el candidato errante piensa que sus seguidores son estúpidos, eunucos mentales incapaces de discernir sus acciones, esa obsesión y ese empeño que lo consume al colmo de quedarse en consentidos y mal educados gimoteos por ser Presidente de la República…bua…buah…buahhh…y hay que levantarlo, gritarlo y batuquearlo para que vuelva en sí.
Le tiene tantas ganas a la silla de Miraflores que fue capaz de invitar a la gente a la calle, para incendiar el país porque no se hizo su capricho, su voluntad. Eso lo sabe el pueblo. Y Venezuela podrá querer cualquier cosa, menos la violencia que garantiza el candidato arrechera.
Lo más grave es que habla en nombre de la población, cuando la mayoría lo que queremos es vivir en completa tranquilidad y armonía, que la oposición abandone esa locura golpista que siempre tiene en mente, que acaben la guerra económica que ellos mismos propician, para poder comprar sosegadamente a precios asequibles un pollo, un paquete de harina precocida, uno de arroz, un pote de leche, un rollo de papel higiénico… que dejen de provocar los apagones y que paren el saboteo a la industria petrolera.
¡Amor, paz y felicidad!, pero eso no cabe en la cabeza del máximo dirigente amarillo que quiere la silla de Miraflores como si fuera el último BMW que cambia de forma, y él lo necesita para adornar el garaje de su residencia y descapotado “darse bomba” con los familiares y amigos que llegan a visitarlo.
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