Indudablemente, la felicidad es una condición humana subjetiva o un estado de ánimo dependiente de diferentes factores, como por ejemplo, el gentilicio, la religión, la motivación de un instante, entre otros. Si se le pregunta a una persona en qué consiste la felicidad algunos mencionarán que tal exultación está emparentada con alcanzar la gloria de Dios, otros referirán que la felicidad está relacionada con la conformación una familia prolífica, otros pensarán que el regocijo está ligado a la posesión del dinero, otros se sentirán felices cuando están bajo las influencia de algún narcótico, es decir, cada quien tiene una manera muy personal de concebir el bienestar individual. Por lo general, tal estado de ventura es afín con la calidad de vida, es decir con una alimentación segura, una buena salud, la certidumbre de una vivienda, la libre circulación por las calles de una ciudad, entre algunas de las situaciones que tienen que ver con la armonía entre los aspectos personales y las condiciones exteriores que nos rodea. No cabe duda, la felicidad es un estado momentáneo, nadie es eternamente feliz y tampoco, nadie es desdichado perennemente.
Lo anterior viene al caso por la situación que venimos soportando los vecinos de diversas urbanizaciones de las mal llamadas “clase media alta”, en mi caso particular, la zona del El Cafetal y los sectores colindantes. Es sorprendente el estoicismo o indiferencia de mis próximos ante las agresiones de todo tipo que estamos padeciendo desde hace más de dos meses. No sólo me preocupa la pasividad de aquellos, a esto debo agregarle la ineficacia y negligencia del alcalde Gerardo Blyde cuya policía permanece ciega, sorda y muda frente a los destrozos físicos y las constantes violaciones de los derechos humanos de los residentes de la zona. Me sorprendió la apatía de mis cercanos de residencia y peor aún, la alcahuetería de muchos de ellos antes los desmanes, estragos y vandalismo que un grupo de facinerosos cometieron, ante la mirada impasible de la comunidad y de las autoridades competentes.
Fueron sorprendentes las historias urbanas tejidas durante la infausta presencia de estos protervos en la comunidad, quienes exhibían de manera descarada armas de fuego de largo alcance. De inmediato no faltó alguna ama de casa que culpó de tales exabruptos a los tupamaros, a los colectivos y a los círculos bolivarianos, pero surgió algo importante: ningún vecino reclamó a viva voz la presencia de estos malnacidos. Sin embargo, yo vi algunas personas llevándole a los protervos, durante las horas matutinas, café, algún que otro emparedado o una suculenta arepa rellena. Por varios días todo transcurrió sin inconvenientes, como si los destrozos y las amenazas de aquellos siniestros fueran parte del paisaje urbano, parecía que mis vecinos estaban felices ante los atropellos de aquellos vándalos. El día (el domingo 7 de abril a eso de las 5 am) cuando la PNB se apersonó para desalojar de Caurimare a los infames, cómodamente apertrechados con todo tipo de armas, pero por arte de birlibirloque, aquellos mutaron de tupamaros a estudiantes y mis vecinos salieron a protestar la presencia de los agentes del orden a quienes le gritaban “asesinos”. Me produjo cierta hilaridad los vítores a los bandoleros que nos mantenían secuestrados.
Partiendo de lo anterior pretendí analizar el comportamiento de mis vecinos intentando encontrar una lógica y no la hallé, mi cerebro cansado no es capaz de procesar tales desvaríos. Fue entonces cuando comencé a separar cada uno de los desatinos y supuse que mis conciudadanos estaban gozosos ante los acontecimientos vividos, por tal razón presumí que la felicidad de ellos descansaba en:
El cruento secuestro inconstitucional que grupos armados mantuvieron a los vecinos de El Cafetal y las urbanizaciones próximas.
La basura pestilente y los escombros colocados en el medio de las calles y la entrada de los edificios de la zona, vulneraron el derecho que tenemos los habitantes de la zona a vivir en un ambiente libre de contaminación ambiental.
El impedimento sufrido por los (as) niños (as), los (las) adolescentes y los (las) jóvenes para asistir a los colegios, liceos y universidades. De esta manera se violaba el derecho al estudio.
La imposibilidad de los trabajadores de esta zona y de los que vienen de otra de acudir a sus labores normales, quebrantando el derecho al trabajo que asegura nuestra Constitución.
Los obstáculos colocados en las calles del sector que impidió la asistencia de niños (as), jóvenes y adultos (as) a los numerosos centros clínicos que hay en El Cafetal, vulnerando el derecho a la salud que certifica nuestra Constitución.
La continuada tranca de las calles que por dos meses imposibilitó la circulación normal de los autos, camiones, motos y bicicletas. De esta manera se violó el derecho que nos garantiza el artículo 50 de la Constitución.
La situación vivida en El Cafetal impidió que los camiones que distribuyen los alimentos a los supermercados, violentando el derecho a la alimentación que tienen los vecinos.
El impedimento de los camiones cisternas para distribuir el combustible en las bombas de gasolina de la zona. No consiguieron hacerlo porque los basureros pestilentes y los escombros colocados en medio de la calle lo truncaron.
Las angustias estresantes vividas por la mayoría de los habitantes de la jurisdicción, secuela de los sombríos acontecimientos que continuamente nos martirizaron, originando así zozobra entre los vecinos. Así mismo, el brote de diversas enfermedades infecciosas consecuencia de la basura fétida.
Una vez que enumeré los aspectos señalados anteriormente deduje que algunos de mis vecinos deberían ser unos seres infelices con cierta dosis de masoquismo. Esto es consecuencia de que mi caja que almacena reflexiones no comprende cómo alguien puede sentirse bien o impasible ante los continuos ultrajes, tal como nos lo hicieron los vándalos. Alguno de ellos residentes de la zona y otros importados de otras regiones del país, únicamente con aviesas intenciones. Fue entonces cuando recordé unas frases del Libertador en una carta que le hizo a Maxwell Hyslop mientras nuestro insigne se encontraba refugiado en Jamaica en 1815. “…La opinión de América no está bien fijada, y aunque los seres que piensan son todos, los independientes, la masa general ignora todavía sus derechos y desconoce sus deberes…”
Muchas veces los grandes acontecimientos de la historia engendran, en personas como mi comandante Chávez, un temperamento excepcional. Cuando recibió azarosos estímulos él le comunicó al pueblo su propio estremecimiento. Por tal razón vislumbró la necesidad de crear una nueva clase social revolucionaria, dado que existían las condiciones inevitables para imponer una organización no contaminada, capaz de generar cambios en la política y en la economía, es decir, la construcción de una nueva sociedad. Para eso debía vencer los escollos de las viejas formas o moldes sociales para la instauración y desarrollo de un proyecto socialista.
En todo caso, ninguna sociedad se conforma sobre la base de la destrucción de los alcances logrados por un pueblo, sólo un monstruo despiadado es capaz de destruir lo que ocasiona beneficios ostensibles a una gran mayoría.