El delicado encanto de la cuarta república

Para medir a los hombres que dicen militar o ser fieles defensores y hasta ofrendar con su vida el proceso revolucionario, suelo remontarme a épocas recientemente pretéritas.

Tengo aún el fresco recuerdo, de cuando transitaba las calles y avenidas de mí querida Maracaibo, en tiempos de la cuarta, de unos lujosos vehículos con un ocupante ubicado en el asiento trasero, enfluxado, leyendo la prensa y con un chofer particular (que curioso, nunca vi a ninguna mujer como ocupante). Este carro, habitualmente era de color negro, último modelo, deslumbrante, ¡brillantiiico! Tenía una particularidad: No usaba las placas de tránsito comunes y corrientes, la de cualquier vehículo; portaba una placa frontal y otra trasera, elaborada en hierro colado, con letras doradas en relieve que decía: Congreso Nacional, Senador o Diputado, según fuese el caso.

Esos vehículos los veíamos en horas de almuerzo y cuando la tarde caía, estacionados en lujosos restaurantes donde su flamante ocupante, diputado o senador, en torno a una botella de whisky quince añera y reunido con amigotes, cerraba jugosos negocios o recibía un “donativo” por algún favor, entiéndase, tráfico de influencia.

Por un corto tiempo, menos de la mitad de lo que lleva el proceso revolucionario, esta práctica, la del uso de placas, había desaparecido de los carros oficiales o al menos no los veía. El propio padre de la revolución criticó y hasta prohibió esa modalidad oprobiosa que desnudaba la brecha social entre los burgueses y el pueblo; que marcaba una distancia entre la clase política privilegiada y pueblo marginado que votó por ella.

El tiempo ha pasado y al parecer el delicado encanto de la cuarta república ha vuelto a renacer entre los flamantes diputados revolucionarios de la hoy Asamblea Nacional, ¡todos chavistas, por cierto!

Una pequeña calcomanía, muy tímida aún, está siendo colocada en la parte trasera del vehículo; cerquita de la placa, como coqueteando con ella para que le ceda su lugar. Esta calcomanía es de forma oval, en fondo dorado ocre, en donde se lee la misma leyenda de antes: Diputado, sólo que ahora se sustituye la palabra Congreso por Asamblea. Uno, el ciudadano común, al verlas, no deja de sentir asco al ver reeditarse esa vieja práctica que el soberano ha censurado.

Es necesario advertirles, señores Asambleístas y lo digo así, Asambleístas, que el pueblo no olvida; ustedes no son indispensables para este proceso, el proceso camina ya por propios pies; la revolución no necesita de ustedes, de sus servicios; ustedes han sido un mal necesario para todas las sociedades; una élite con sueldos aún escandalosos que siguen abofeteando la cara del soberano con sus estilos de vida; ostentosos, en carros lujosos, con plaquitas ridículas de diputados, estregándoselas por las narices al pueblo, a ese pueblo que aún y a pesar de los grandes esfuerzos de su líder presidente no logra alcanzar los estipendios escandalosos que ustedes perciben por una labor que ni siquiera hacen porque el propio presidente, indirectamente a través de sus leyes habilitantes, los ha sustituido.

Algunas oficinas, públicas y privadas, exhiben un recordatorio en donde se lee lo siguiente, cito:

“Nunca faltes a tu trabajo para que tú jefe no se dé cuenta que no haces falta”

Pues bien, el jefe de ustedes, Asambleístas, nosotros, el pueblo, ya nos enteramos que no hacen falta y en especial, sí insisten con el estilo de vida chocante e irritante de los viejos diputados y senadores de la extinta cuarta república.

¡El que tenga oídos, que oiga!


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Eliécer Alvarado

Médico y revolucionario.

 elieceralvarado@hotmail.com

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