No es nada fácil tener que hablar sobre la delincuencia cuando el Estado no garantiza el derecho a la vida, mucho menos la de los bienes de los ciudadanos. Hoy por desgracia, tras convertirme en una víctima reiterada del hampa desatada en Yaracuy, nos vemos en la necesidad de abordar este escabroso tema.
A mi entender cada día la delincuencia gana espacios en nuestra sociedad. No hay un día que no acudan a los principales cuerpos policiales de la entidad personas a promover denuncias, porque han sido objeto de robos, hurtos y secuestros.
Nuestro escrito de hoy se referirá a la delincuencia que opera en las áreas rurales de Yaracuy, es decir, en el campo, en perjuicio directo de la producción agrícola y ganadera de la entidad.
Quienes se dedican a la ganadería o al cultivo de rubros que forman parte de nuestra alimentación diaria vivimos estresados y sin esperanza alguna de ver que este terrible flagelo no se ataca como debe ser. Lo peor de todo esto es que la impunidad y complicidad se multiplica igualmente.
Quien esté dedicado a la cría o a la siembra nota como se producción cada día merma considerablemente por la acción del hampa, sin que se vean resultados favorables que permitan recuperar lo perdido o dar con la identidad de los responsables de semejantes hechos delictivos.
Mientras nos apersonamos ante el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales Y Criminalísticas (CICPC) a denunciar un cuarto robo, con secuestro y todo, coincidimos con otro ganadero de la zona de Palo Quemado, del municipio San Felipe, que igualmente había sido víctima de los delincuentes.
Según este productor de sus predios se robaron dos caballos y le sacrificaron una vaca que solo le faltaba, a duras penas, un mes para que tuviera su ternero, el cual fue abandonado por los cuatreros sin signos vitales.
También refirió este productor que peor le ocurrió a otro ganadero que conoce a quien le llevaron más de 15 reses y nadie vio nada. “Estamos indefensos”, comentó finalmente este ganadero.
Así están las cosas en el campo yaracuyano. Quienes estamos dedicados a la siembra, por ejemplo de aguacates, para poder salvar parte de la cosecha hay que recogerla antes de tiempo, pues dejarlos que maduren es servírselos en bandeja de plata a los delincuentes.
Las posadas igualmente son víctimas de la acción de los delincuentes. Conocemos a varias de ellas que le han arrasado todo. Se llevan los colchones, costosos equipos de sonidos, las bombas de agua, los motores de las neveras y de las cavas refrigeradoras con una facilidad como si estuvieran practicando una mudanza per misada. ¿Qué hacer?, es la pregunta.
En nuestro caso las cuatro veces que hemos sido víctimas del hampa, en un lapso de dos meses y medio, denunciamos estos hechos ante la Comisaría de Guama, en el municipio Sucre, dado que nuestra granja se encuentra ubicada en ese municipio.
Igualmente acudimos a la sede de Los Patrulleros Urbanos, a la Comisaría de Boraure, en el municipio La Trinidad y últimamente a la sede principal del CICPC, pero hasta ahora no se nos ha dado una repuesta esperanzadora que permita recuperar lo perdido.
Un hecho que llama la atención es aquel que indica que los delincuentes, según los propios vecinos de la zona, son conocidos por todos, pero no se explica entonces porque las investigaciones policiales no arrojan los resultados esperados por los afectados.
Lo que está claro es que esta situación está obligando a que todos los productores del estado comencemos a organizarnos, o de lo contrario sucumbiremos ante el empuje de la delincuencia. El gobierno sigue siendo nuestra esperanza y tiene la última palabra.
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