A veces… A veces no; casi siempre, en realidad, me pregunto: ¿qué concho habrá representado para nosotros la modernidad? Y algo más tormentoso, para mí es, aún, ¿qué concho es entonces la modernidad? A qué idea atiende. ¿Es la realidad misma en movimiento, o es un engaño más? ¿O es un autoengaño? Confieso que me ha provocado preguntarle esa vaina a Manuel Rosales a ver qué me dice. Pero está huyendo y, precisamente, gracias a la bendita modernidad… Y es una lástima que el país se prive hoy de su metafísica, de su acrisolada ética y, sobre todo, de su chispeante intelecto. Pero, ¿para qué lamentarme si nos queda todavía el Sr. Zuluaga, ese otro pozo de largueza empresarial y ética, y, con no menos entendimiento, que Rosales? ¡Ahh, pero ambos resultan degradantes ejemplos de transgresores bajo extravagante impunidad! Y así como ellos, muchos más que desean, con descomunal impudicia, ser diputados a partir de septiembre próximo venidero, apoyados por sus cómplices partidistas y mediáticos. Nótese qué ironía de tan alta escala moderna es esta.
Bueno, pero creo que mi duda es razonable, a menos que resulte desproporcionada. Pudiera ser. Y quizás no resulte yo el único desproporcionado por allí. Pero desde chamín, estoy viendo la modernidad. He venido viendo cómo se manifiesta lo moderno ante mis ojos embebidos. Sin embargo, hoy pienso que la modernidad es sólo forma; no fondo. Y allí pudiera estar el engaño. Hoy en los bancos, pongamos por caso, hay computadoras. Hay además contadores automáticos de billetes y de cuanto dios (de moderno) crió. Sin embargo, hay la misma lentitud. Y tampoco hay línea frecuentemente. Y las mismas colas. ¿Y entonces? La modernidad, por lo visto, como que lo que ha hecho no ha sido más que haber favorecido, y generosamente, a las diversas trácalas financieras. Y eso no es justo.
Hoy tenemos también tarjetas de todo tipo para saciar la compulsión de comprar o, como es mi caso, sólo para pagar con relativa comodidad y presunta seguridad sin tener que contar billetes y correr el riego de pelarme o de evitar regalarle al proveedor algún diferencial en el vuelto, porque nunca tienen sencillo y eso me descompone por no decir otra cosa ciertamente fea… Pero entonces te estresas siguiéndole la pista a la tarjeta a ver qué hacen con ella y evitar que te la clonen. A mí en lo personal esto me ha traído problemas muy desagradables, al extremo de que, muchas cajeras me han acusado, incluso hasta de acoso sexual ante las autoridades del local, al verlas tan sugestiva y sobre todo agresivamente, sin pensar las pobres que, a la única que “buceo” es a mi desvalida tarjeta, siempre en grave riesgo de ser clonada o violada de alguna manera. Y debo decirles entonces, y con mi proverbial dulzura de anciano: ¡No hija, qué va a ser a ti a quien buceo; fíjate, que ni siquiera sospecho, cuál pudiera ser tu talla de sostén! Y no les queda más, sino reírse… Y así, por tanto, voy resolviendo tales modernos problemas cotidianos.
Pero lo que era en mi niñez, uno pagaba una mercancía -que hoy estos modernos venden, en una fortuna especulada, con real y medio y cuartillo- sin nada de estrés. La modernidad estaba entonces en el módico valor de cambio. ¿Ves? Vale decir, uno cambiaba la mercancía que necesitaba, por unas pocas menudas monedas, porque también, la moneda, es una mercancía dentro de este despelotillo. Uno ni pensaba en el dólar. ¿Qué dólar del carrizo, chico? Hoy no. Hoy anda uno con el dólar permuta hijo de puta metido en la cabeza, y pronosticando: ¡concho, pana, aquí sí… Ya me van a joder¡ ¿A cuánto amanecería el dólar permuta hijo de puta hoy? ¿Cuánto es, mija? Tanto, con 68, me dice la bella cajera sonriendo, para tener que exclamar yo: ¡Coño, debió amanecer el bicho a un 10 falso y arbitrario, por supuesto! No dejando de mentarles la madre, hasta el cansancio, y en tono mayor -y sonreído- para que nada sospechen de mi saña. Pero no a la cajera. ¡A los accionistas o al propietario o a los no tan bolsas de las casas, y, más que todo, a su dólar permuta!). Y a propósito:
-@chavezcandanga: ¡Hermano querido, hay que acabar pronto con ese dólar permuta, hijo de puta!
Y miren, pues, les iba a hablar del hallazgo del Sr. Venter, y me desvié. Ya será en otra oportunidad. Y lo peor es que tenía que ver también con la modernidad.