Los terremotos físicos causan no sólo sorpresa y desasosiego, sino terror y muerte, daños materiales, patrimoniales y emocionales cuyas secuelas de menudo son incuantificables.
Los terremotos virtuales son tal vez peores. Las bolsas de valores representan su espejo roto más visible. Tras bastidores se fracturan inversiones y capitales subterráneos, intereses ocultos y estrategias de mercado no visibles que arrastran lamentos y greñas de cabezas heridas. Dentro de la pirámide del capital, los del nivel inferior soportamos el mayor peso. Todo nos cae encima.
La humanidad se golpea por arriba y por abajo. Son fenómenos, tal vez, cíclicos.
Un amigo evangélico prefiere llamarlo la Gran Tribulación, preludio del fin del mundo. Para los Testigos de Jehová se anticipa ya, en pleno apogeo del Covid-19, el Fin de las Religiones, con la inminente caída del Papado de Roma, y demás esferas religiosas, excepto la suya; y la caída de todos los gobiernos de la tierra. Desde sus apocalípticas presunciones, el planeta actual desparecerá, y sólo los arrepentidos se salvarán y serán resucitados. Pues bien, si hay una porfía perdida e inútil es la de discutir el fin del mundo con evangélicos y religiosos extremistas.
El planeta sí está dando señales de agotamiento y sobrecarga, aunque la batalla ambientalista está cuatro escalones más abajo de las batallas de la economía, de la política y de las guerras de cuarta generación: tecnológicas y biotecnológicas, de presión financiera y medidas coercitivas, asesinatos programados de líderes mundiales, saboteos, espionajes telemáticos, redes sociales para uso militar de supervisión de masas y los controles de la libertad individual, así como el uso criminal de la nanotecnología.
El 29 de marzo de 2020 hubo un sismo de magnitud 7,5 en las islas Kuriles de Rusia. Tal vez parezca un hecho aislado, tanto como parecen hechos aislados los incendios incontenibles durante los últimos cinco meses en la Amazonía brasileña, en las islas Canarias, en Portugal, en Australia (con más de 500 millones de animales muertos) y en California. Otro incendio en México, ocurrido el 11 de febrero de 2020, devastó 480 hectáreas.
Otros sismos recorren las entrañas del planeta los últimos tres meses a saber: terremotos simultáneos en Canadá, Bogotá y Argentina el 25 de diciembre de 2019; terremoto 4,7 y réplica 5,1 en Puerto Rico el 28 de diciembre de 2019, con nueva ocurrencia los días 6 y 7 de enero en grados 5,8 y 6,2 en la escala de Richter. Igualmente hubo un terremoto en Irán el 7 de enero de 2020, y ese mismo día hizo erupción el volcán Shishaldin en Alaska, el 12 de enero se activó el volcán Taal de Filipinas y al día siguiente, 13 de enero de 2020 hizo erupción un volcán en las Islas Galápagos.
El 13 de enero de 2020 hubo actividad sísmica al norte de Chile en grado 5,0, y el 14 de enero en Mendoza, Argentina, de 5,3 grados en la escala de Richter.
China tuvo un sismo de 6,0 grados el pasado 19 de enero de 2010. Isla La Tortuga igual el 25 de enero de 4,1 grados; y Turquía y Puerto Rico sintieron fuerte actividad sísmica el día 25 de enero de 2020.
También las aguas torrenciales y lluvias se han hecho presentes. En España la Dana ha causado daños materiales durante este invierno recién finalizado (2019-2020), principalmente al norte del país y la comunidad Valenciana y las islas Baleares; y en Mina Gerais, Brasil una extraña vaguada ocurrida el 26 de enero de 2020 dejó 47 muertos. Dos días después, el 28 de enero de 2020, ocurre un sismo de 7,7 grados en el Caribe que estremece a las islas de Cuba y Jamaica.
El mes de febrero también trajo sus movimientos bajo tierra para hablarle a la humanidad desde el golpe de sus placas tectónicas más profundas. Primero con un terremoto 5,0 en Baja California, México, el 5 de febrero de 2020; y otro en Japón, grado 7,0 en las islas Kuriles del Sur, el día 13.
En Irapa, estado Sucre, Venezuela, que es el pueblo nativo del poeta Helí Colombani y la tierra natal de mi amiga Mauren Pacheco, esposa del Poeta Gustavo Pereira, ocurrió un sismo de 4.4 grados en la escala de Richter el pasado 28 de febrero de 2020.
Con el terremoto de la pandemia Covid-19, mal llamado por Donald Trump "virus chino", tal vez nos hemos olvidados de todas estas señales de la tierra profunda, y de la tierra del fuego, del agua, de las aguas, las lluvias, los ríos y los océanos, pero no hay dudas de que el cambio climático, los enormes desequilibrios bióticos, las alteraciones de ecosistemas naturales y el fuerte impacto que ejercen sobre la corteza terrestre y sus recursos naturales, tanto el crecimiento demográfico como el desarrollismo industrial como tecnológico que produce gases de efecto invernadero y el recalentamiento global, nos está llevando a condiciones extremas, sumamente peligrosas, para la sobrevivencia de la especie. Y no es un tema necesariamente religioso ni de fanatismos fatalistas el que se nos adviene, sino de toma conciencia ante lo inminente.
Tantos las fuertes depresiones atmosféricas con lluvias torrenciales, fuertes vientos e inundaciones, como las llamadas olas de frío extremas ocurridas en 2019, principalmente el Nueva York y Rusia, con fenómenos de granitos a destiempo como ocurre en algunas zonas de España durante el inicio de la primavera de este marzo de 2020; veranos extremos, borrascas, ciclones, tornados, tormentas, vaguadas y huracanes, se suman a terremotos, incendios espontáneos y calores extremos de hasta 50 grados Celsius, todo en un mismo año, en doce o quince meses apenas, en un mismo planeta, ahora tan pequeño y encogido que hasta un simple estornudo lo estremece, lo conmueve y lo confina.
Como los incendios que han quemado autos y casas, seres humanos y miles de especies animales; como los aguas que han destrozado pueblos y comunidades, con pérdidas incalculables; los terremotos y el coronavirus también nos hacen sentir vulnerables, y nos ponen en peligro permanente. Como ven, no es un juego. La tierra habla y pide ayuda, pero sus gritos son dolorosos y terribles. Ojalá podamos ayudar a conservarla y cuidarla para preservar cuanto nos queda de medio ambiente y de vida.
Nuestro bien más más preciado, la vida.