Imagen: Dibujo de Eduardo Azócar, 2020: "Oscurantismo", grafito sobre papel, 29x30.
En el mundo moderno, el cual comenzó en el siglo XV, después de Cristo (dC), y se le calificó de Occidental producto de la influencia cultural de una civilización europea que tenía como característica un desarrollo particular en procesos sociales e históricos; donde el conocimiento estaba al servicio de los modos de producción, buscando mejorar las condiciones de vida de las gentes que ya venían golpeadas por cruentas guerras, barbarie desbocada y enfermedades pandémicas, desde el siglo V (dC). Por diez siglos de historia, iniciada en el año 476 (dC), con la caída del Imperio Romano de Occidente, las ciudades se cerraran a toda interacción social como grupos civilizatorios; ese período se conoció como Edad Media, la cual termina con el surgimiento, en esas ciudades amuralladas y confinadas a un aislamiento forzado para sobrevivir, de un conjunto de normas sociales, valores éticos, costumbres, tradiciones, creencias religiosas, formas de Estado, sistemas políticos, artefactos y tecnologías, que abrieron la sociedad a nuevas experiencias sociales y que se conoció como el inicio del Renacimiento (el volver a los valores y saberes de Grecia y Roma antigua), permitiéndose, como sociedad, ampliar sus horizontes y embarcarse en la aventura de cruzar el mar buscando nuevos mercados para diversificar una sociedad que era básicamente rural, con la mayoría de la población activa empleada en el sector agrícola, con un crecimiento demográfico mínimo equilibrado entre la mortalidad y la natalidad, con economías basadas, salvo excepciones, en el valor de uso con pequeños intercambios comerciales en el ámbito local, con escasas innovaciones técnicas adaptadas a un uso primario de las fuentes de energía, y con regímenes políticos despóticos sin ninguna articulación mundial; sería en 1492, con la llegada al continente Amerindio inhóspito, desconocido para la civilización europea, de Cristóbal Colón (navegante italiano,1451-1506), que dio paso a un proceso de "asociación cultural impuesta" (proceso de Conquista de los nuevos territorios y acción de transculturización forzosa), que tuvo como efecto, producto de la colonización, la materialización de una influencia cultural en la población aborigen, través de los misioneros y navegantes, y la inmigración europea con fines de tomar posesión de los nuevos territorios. De este modo, la América y la Europa conquistadora, se unieron en una cultura que va desde la asimilación del arte, la filosofía, la literatura y los sistemas y tradiciones político-legales, a la sazón de un esquema de orientación y dirección estigmatizado por los criterios de virtud y verdad, propios de la visión grecorromana que le dio su tarjeta de presentación civilizatoria a la hoy America Latina moderna.
Es importante resaltar, en este punto, que la economía de la Europa del siglo XV (dC), en esa Edad Media que transitó sin una vida social ostentosa, no fueron siglos de retrocesos respecto a la antigüedad; a partir del siglo XV, implosiona el conocimiento de la filosofía, de la literatura, el arte de la antigüedad, pero producto de ese proceso de "añejamiento" de los saberes que se dio en las ciudades amuralladas; en esos oscuros tiempos góticos, a expresión de Javier Colomo Ugarte (en su ensayo "La Formación del Espacio Económico Mundo", 2005), se da la era de la Ilustración mostrando los productos creados durante el medioevo, "…mostrando innovaciones de carácter técnico mecánico que nos pueden parecer hoy modestísimas, algunas insignificantes, pero que tuvieron una gran trascendencia en lo económico. Muchas de ellas se conocían desde la antigüedad, desde Grecia o Roma, pero no habían sido aplicadas o no lo fueron, al menos, con la generalidad con que surgieron a partir del siglo VIII.
Colomo Ugarte, sintetiza esa nueva era denominada Renacimiento, que influye de manera directa sobre Latinoamérica, expresando que desde el siglo V (dC), se fueron apareciendo inventos y creaciones que cambiaron la manera y forma de entender la vida civilizatoria: molino de agua, que vinieron a servir para mover la fuerza del agua al caer sobre la muela y poder coadyuvar al procesamiento de los alimentos; la puesta en uso del arado pesado de ruedas que permitía darle delgadez a las tierras en el área mediterránea, la tecnificación de la agricultura y la ganadería, ahorrando tiempo de trabajo humano e inversión de recursos económicos para su producción; en fin, una serie de innovaciones que pronto cambiaron la manera de concebir las relaciones de producción y que se fueron implementando en el nuevo mundo conquistado por Europa.
En ese mundo europeo de vanguardia, las enfermedades marcaron el antes y después de las épocas; en aquellos días la peste, la viruela, sarampión, en la contemporaneidad la gripe española de 1918, la peste negra, el Síndrome de Inmunodeficiencia adquirido (VIH), entre los más destacados; son enfermedades que fungieron como arma letal, los Conquistadores las trajeron de Europa a la América y causó mortandad. Es de resaltar la bacteria yersinia pestis, culpable de la epidemia de peste negra que asoló a Europa a mediados del siglo XIV, como un bacilo que se transmitía a través de parásitos como pulgas y piojos que vivían en ratas, otros roedores y en los propios humanos, epidemia que, a juicio de expertos, empezó en Asia, diversificándose hacia Europa a través de las rutas comerciales, el efecto de esta epidemia en Europa dejó cincuenta millones de personas fallecidas, pasando de ochenta millones de habitantes a treinta, en un lapso breve de tiempo.
Es decir, las enfermedades han dado respuesta inmediata a una necesidad de recomposición del mundo, en sus diferentes épocas y etapas civilizatorias. Desde el pasado 11 de marzo de este 2020, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró que existía una pandemia global de coronavirus, ya era una realidad que venía presentándose desde diciembre de 2019, cuando surgieron los primeros casos, en apenas diez días ya se había secuenciado el genoma del SARS-Cov-2, Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), el cual data desde noviembre de 2002; esta mutación del virus en su forma y sentido de COVID-19, se da en razón de un salto genético, aún en estudio pero que nos ha influido en la modernidad en el replanteamiento de las relaciones humanas y los vínculos de socialización que se habían ido consolidando en estos últimos cinco siglos; hoy se puede teorizar la hipótesis de que vamos hacia una sociedad amurallada, donde los seres humanos vuelvan, como en la Edad Media, a concentrarse en pequeños espacios que le auguren seguridad y protección ante la aparición de amenazas endémicas y también, por qué no, ante el avasallante desequilibrio de los Estados Nacionales en la incertidumbre por concretarse la sostenibilidad de procesos de paz duraderos. Por las calles de las metrópolis o pueblos rurales del planeta, con la complicidad de un silencio apacible, parecido al que está antes de la tempestad, deambula la vulnerabilidad física y biológica; ya en su momento el filósofo polaco Zigmunt Bauman hizo alusión al miedo en la sociedad moderna (la cual él calificó de líquida que consiste en una ruptura con las instituciones y las estructuras fijadas del pasado, donde la vida estaba diseñada para cada persona, quien tenía que seguir los patrones establecidos para tomar decisiones, esas personas hoy día a han conseguido desprenderse de los patrones y las estructuras, y se ha convertido en más individualista, con una vida cambiante y efímera), donde lo común es sentirse que se pertenece a "ningún sitio".
Es una especie de ausencia de raíces, de territorio, característica de una nueva cultura del desasosiego y el miedo, donde todos nos aferramos a garantizarnos seguridades, a delimitar plataformas, espacios que no se mueven, especie de salvavidas no solamente a nuestra existencia física, sino a nuestras angustias. El miedo en la modernidad, expone Bauman, en la nueva era civilizatoria, se caracteriza por la incrustación de los individuos en estructuras sólidas, como el régimen de producción industrial o las instituciones democráticas, que tenían una fuerte raigambre territorial, orientando "…el secreto del éxito …en evitar convertir en habitual todo asiento particular". Es decir, la apropiación del territorio en razón de un control individual férreo, como un recurso para minimizar los efectos adversos de los dominadores y de los descuidos y negligencias de esos dominadores que se traduce en políticas sanitarias descuidadas y seguridad social mínima.
Bauman, proyecta un mundo moderno con miedo, con núcleos urbanos rodeados de murallas y fosos para protegerse de los peligros, no en el sentido que la describió Peter Sloterdijk (filósofo alemán, 1947), de "la ciudad amurallada", y no ya como un refugio, sino como la fuente esencial para aislarse de todos los peligros, convirtiendo a la sociedad en un albergue de ciudadanos "…adictos a la seguridad pero siempre inseguros de ella" (Sloterdijk); lo aceptamos, expresa Bauman, como si fuera lógico, o al menos inevitable, hasta tal punto que contribuimos a normalizar el estado de emergencia por la vía de unas acciones que ayuden a disminuir el miedo en un mundo donde el ser humano venía sintiéndose resguardado por el gendarme necesario, pero que de un día para otro comenzó a sentir que flotaba libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos, rondando entre amenazas e imposibilitado de situar, en un lugar concreto, ese miedo, esos temores que la incertidumbre alimenta y que hace que nuestra prevalezca nuestra ignorancia quedando atrapados en un oscurantismo más letal que el de la cuarentena social del medioevo en las ciudades amuralladas, en un oscurantismo articulado por la individualidad donde el rechazo a la globalidad nos hace poseedores del miedo al miedo, principio de una nueva era planetaria que estamos transitando pero como andamos en el "ojo del huracán", no percibimos los cambios ni las esquirlas que se incrustan en nuestra conciencia y que va degradando nuestra condición humana.
En el 2013, salió un artículo en el diario "La Vanguardia" de España, de Tommaso di Carpegna Falconieri (Roma 1968), investigador de historia medieval en la Universidad de Urbino, titulado "¿Retorno a la edad media?", donde su autor expresaba: "…¿qué tiempos son esos que revivimos? Tiempos oscuros y de calamidades... El círculo de la historia parece cerrarse; a causa de las desventuras en las que nos ahogamos, sentimos que la contemporaneidad se parece cada vez más a los siglos oscuros, de los que resurgen terroríficas crisis. Las nuevas invasiones bárbaras, la grave recesión económica, la corrupción política, el miedo a que nuestro mundo de progreso esté a punto de sucumbir a causa de un terrible colapso civilizatorio: todas estas sensaciones se exageran como siniestros déjá vu. La convicción de que el mundo estaría volviendo a un nuevo medioevo se halla, de hecho, extraordinariamente presente en Occidente, y basta con echar un vistazo a internet para darse cuenta de ello. Además de hablar de crisis de los sistemas y de ausencia de valores morales, tanto los sujetos políticos como los autores de innumerables blogs llenan sus consideraciones con referencias a la barbarie, a la peste, a las cazas de brujas y de herejes, a las violaciones, a las guerras y a las violencias del momento. Por tanto no dudamos en decir que somos tan desgraciados como lo eran ellos…¿Pero es realmente así? ¿La historia se repite? Y ¿las semejanzas entre el medioevo y las crisis posmodernas son reales o bien somos nosotros los que, para explicarnos lo que sucede hoy, nos inventamos paralelismos entre hechos y situaciones históricas que en realidad no tienen nada en común? Y entonces, ¿qué pueden decir los historiadores al respecto?... Ahora bien, y este es el punto fundamental, en todo ese discurso la metáfora medieval juega un papel protagonista, puesto que pretende dejar claro algo que, en cambio, no lo es en absoluto. Difunden el terror ante el posible retorno de hechos ya acaecidos en el pasado y, atrincherados tras esta eficaz construcción teórica, proponen y adoptan una determinada línea política. Pero nada de lo que se ha observado durante la época tardoantigua y el alto medioevo (los bárbaros, el derrumbe del Imperio romano, las invasiones bárbaras...) tiene vínculos reales y estructurales con lo que sucede en la actualidad, puesto que lo que hoy sucede, sucede por primera vez. Como escribió Tzvetan Todorov, la metáfora medieval es, en resumen una imagen del pasado que modifica la percepción del presente. Dicha metáfora libera de su propia responsabilidad a los actores políticos, que se movilizan para comparar una serie de procesos históricos propuestos (de forma muy forzada) como análogos a los antiguos. Pero la historia no se repite, y afirmarlo para hacer política en el mundo actual puede tener peligrosas consecuencias…"
En suma, se está ante condiciones tan duras como aquella sociedad europea del año476 (dC), tras la caída del Imperio Romano, pero no se está en la misma situación social-vivivencial; los valores han trascendido (para algunos involucionado), pero no es la misma gesta de guerreros, ni las mismas armas rudimentarias; hay una fuerza sanguínea mayor que la impulsa la ciencia y la tecnología, por lo cual el oscurantismos, en una época de conectividad activa es una realidad impensable, lo que sí es posible que se dé es un afianzamiento de las ciudades amuralladas como estrategia de seguridad, pero a su vez esas ciudades desarrollaran vínculos telemáticos e informáticos con el entorno global, reconstruyéndose las relaciones sociales y con ello surgiendo las nuevas formas o maneras de interactuar en la cotidianidad: los abrazos, los besos, las expresiones de afecto, entre otras. Y: ¿el sexo cambiará? Para nada. Hay, en ese estado paranoico del miedo, una línea blanca de vulnerabilidad que ni el propio individualismo puede alterar, y está dominada en su totalidad por los placeres y apetitos primitivos del ser humano; en ese umbral se encuentran las relaciones sexuales: el instinto de procreación y la satisfacción de los placeres y necesidades del cuerpo, priva sobre el miedo y es allí donde la sociedad liquidad se solidifica y deja de intervenir en la conducción de la vida en sociedad. Por eso seguirá la raza humana poblando un desgastado planeta que ya no da más para tantas almas que han hecho de la convivencia la vida, relegando las características de vitalidad fisiológica-biológica a una simple expresión de "signos vitales normales"; porque el vivir, es socializar, reproducirse, satisfacer, a través del máximo orgasmo biológico, toda la psique que representa al ser humano evolucionado. Si nos empujan a dar un término más ideológico-religioso al asunto, el hombre moderno lleva hasta sus últimas consecuencias el "soplo divino" obsequiado por Dios.