Menos mal que existe el New York Times para decirnos la verdad. Imagínense: yo aquí, haciendo mi vida como si nada, sin sospechar siquiera que Venezuela es un país más peligroso que el mismísimo, bombardeadísimo, Blackwatereadísimo Iraq.
Yo, que ayer mismo fui de compras al supermercado de lo más tranquila, furiosa, eso sí, por el precio de las verduras. Inocente, creyendo que el especulador precoz es la amenaza más horrenda contra nuestra supervivencia, sin pensar en esos terroristas suicidas que se explotan, casi a diario, en los mercados iraquíes a las horas de más bululú.
Al inocente lo protege Dios, decía mi abuela. Debe ser por eso que pude comprar mis tomates y regresar a casa ilesa, con la cartera magullada, pero ilesa. Regresé rumiando la certeza de que un kilo de cebollas no puede costar veintiocho bolívares, pero entera, sin que me ametrallara una amable patrulla de mercenarios -perdón- contratistas de esos que, desde sus alcabalas, tienden a convertir a inocentes familias en daños colaterales en nombre de la democracia, la libertad y la ley oferta y demanda.
Increíble que no me diera cuenta del peligro que corremos en este país que ni siquiera está en guerra. Ayer mismo celebraba los siete años de Barrio Adentro y las más de un millon y medio de vidas que ha salvado mi adorada misión, y me dio justamente por pensar -¡Oh mente retorcida por el comunismo adoctrinante!- en Iraq, que suma más de un millón y medio de civiles asesinados durante los nueve años de ocupación, sin contar los heridos, ni los condenados a una muerte prematura y lenta, gracias al uranio empobrecido regado, generosa y democráticamente, por los gringos en todo el territorio iraquí.
El conocimiento libera, o aterra, como en este caso. Aterrados tendríamos que estar los venezolanos desde que supimos la verdad por el New York Times, pero, mostrando serias tendencias suicidas, la gente insiste en pasear por el Sambil. Irresponsables que pretender seguir acabando con los cupos en aviones, ferrys, peñeros, porque no hay guerra que pueda con las ganas de gozar las vacaciones. Madres desnaturalizadas que llevan a sus pequeños a corretear por playas, seguramente, cundidas de minas antipersonales. Idiotas que se tienden al sol a sorber piñas coladas con pitillo y sombrillitas mientras pasa lo que dice el New York Times que pasa. ¿Será que no lo leyeron?
O será que no somos gafos, que sabemos que por más que se esfuercen los malandros, por más que lo diga en NYT, ni de lejos conoceremos el infierno de Faluya. A menos, claro, que los deseos de algunos se hagan realidad y terminemos todos rociados con fósforo blanco made in USA. Solo entonces valdrá la desgraciada comparación de Venezuela con Iraq.
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