Mientras me teman, que me odien.
(Calígula, emperador romano)
Donde pisa mi caballo no vuelve a crecer la hierba.
(Atila, rey de los Hunos, el azote de Dios)
El César, cabeza del Imperio Romano, era a la vez el Pontífice Máximo, el Sumo Sacerdote de las diversas religiones que profesaban los pueblos que iban incorporando a dicho Imperio, como una forma de asimilarlos al mismo en una estructura unitaria. Esta concepción chocaba con el Cristianismo, que no aceptaba la adoración al Emperador y dio origen a las persecuciones a que fue sometido y a los innumerables mártires de las mismas, no obstante lo cual su crecimiento no pudo ser evitado: el Cristianismo desbordó las demás religiones y a fines del siglo IV es declarado religión oficial del Imperio, aunque en virtud de la protección que el César concedía al Cristianismo se produjo una situación en la cual éste tenía una intervención muy directa en asuntos de la Iglesia, lo cual se conoce históricamente como "cesaropapismo". En la medida en que se fue incrementando el poder de la Iglesia surgieron rivalidades entre el Emperador y el Papa, ya que si el primero representaba el Poder Temporal al cual debía estar sometido el Papa, éste representaba el Poder Espiritual, al que debía estar sometido el Emperador por su creencia, de la cual si abjuraba podía ser excomulgado y, en consecuencia, ninguno de sus súbditos estaría obligado a obedecerlo sino, más bien, obligado a perseguirlo.
Esta disputa se intensificó a partir de la caída del Imperio Romano de Occidente, cuando surgieron los reinos bárbaros de Europa y los reyes se disputaban el privilegio de ser coronados por el Papa para garantizar su legitimidad y culminó con la "Guerra de las investiduras" (siglo XII) porque el Emperador del Sacro Imperio Romano quería ser también Papa y el Papa quería ser también Emperador, cuestión que finalmente se arregló estableciendo la distinción entre el "Poder Temporal" y el "Poder Espiritual", pero en verdad se prolongó hasta los albores de El Renacimiento cuando algunos Papas pretendieron ser emperadores.
Hoy, ha fallecido un Papa que jamás tuvo aspiraciones de tener el "Poder Temporal" sino que, más bien, su preocupación fundamental fue tratar de lograr el bienestar tanto material como espiritual de las inmensas mayorías que se encuentran oprimidas a lo largo y ancho del mundo. Un digno sucesor de "El Papa Bueno", Juan XXIII, y quien tuvo la valentía de alzar su clara, aunque ya no muy potente voz contra la locura de un emperador que lo sobrevive, antes que lo hiciera cualquier organismo internacional o algún país del mundo, condenando las acciones ilegales, inmorales y genocidas en contra de un país indefenso, por razones puramente económicas.
Este moderno emperador bárbaro, usurpador de un poder obtenido en elecciones fraudulentas, ni siquiera representativas de la mayoría de la población, con taras mentales y morales que ahora trata de ocultar bajo el manto de un supuesto arrepentimiento, trata de presentarse como pontífice máximo de un conjunto de agrupaciones de fanáticos que pululan en su Imperio, manipulando sus sentimientos religiosos y haciéndose ver como ungido por Dios para llevar acabo una "Cruzada contra el Mal" y lograr el "Destino manifiesto" que la Providencia ha reservado al Imperio, que no es otro que someter al resto del mundo.
Tras el lamentable fallecimiento del mayor líder espiritual de la humanidad queda en manos del Colegio de Cardenales la elección del sucesor de Su Santidad Juan Pablo II. Dicha elección, conforme a la tradición de la Iglesia Católica, se hará en el Cónclave de los Cardenales, una vez que los restos del Papa sean depositados en el sitio que le corresponda en la Basílica de San Pedro, y la duración de las deliberaciones de este Cónclave puede demorar varios días y, aunque la cabeza temporal de la Iglesia en ese intervalo es el Camarlengo, habría que estar atentos a que el emperador bárbaro, engendro de Atila y Calígula, no se le ocurra declarar que hay un "vacío de poder" en la Iglesia Católica y pretenda llenarlo reivindicando el cesaropapismo.