Si hay algo que ha podido quedar al descubierto en Colombia y ante el mundo, después de cuatro años de gobierno de Alvaro Uribe Vélez, es el incuestionable fracaso de todas sus políticas. La militar, la económica, la social (no ha tenido en realidad), la de buena imagen… En lo único en que parece haber tenido éxito, es en su condición de peón del imperialismo, en ser uno de los más leales vasallos al servicio de los intereses de la gran potencia mundial. Veamos por qué.
Estrategia militar: Plan Patriota
Empecemos por la estrategia militar. El llamado Plan Patriota. Durante este cuatrienio, el gobierno no solo la continuó sino que la amplió, profundizó e hizo “ajustes” a dicha estrategia de guerra, en sintonía con la potencia gendarme que se ha atribuido el derecho “propio” de bombardear pueblos.
En primer lugar, es un hecho incuestionable que el gobierno de Alvaro Uribe no fue capaz de cumplir su promesa (muchos afirmamos que era una bandera electoral y un engaño más) de derrotar militarmente la guerrilla en 18 meses. Llevamos más de 40 meses y cada día que pasa son más las bajas y retrocesos militares de las fuerzas armadas del gobierno. En segundo lugar, no tiene nada de patriota sino de sumisión acceder a las demandas gringas de fumigar con glifo zato los campos y bosques donde hay cultivos de hoja de coca. En tercer lugar, ¿qué hay de patriota en llevar a cabo la política de extradición de colombianos a cárceles gringas? Eso solo puede calificarse como un acto vil de traición a la patria. En cuarto lugar, aumentar el pie de fuerza militar en hombres y armas (agregar paramilitarismo como estrategia de terrorismo de estado) para combatir una guerrilla imbatible militarmente, es prueba irrefutable del fracaso de dicha estrategia de guerra. Además del enorme costo y el hueco que le abre al presupuesto de la nación una estrategia de guerra que hoy la mayoría rechaza por brutal, irreal e inconsecuente con la dura realidad de miseria y pobreza en que viven millones de colombianos. Lo cual quiere decir, en otras palabras, que por la vía militar no hay solución al conflicto histórico que vivimos. Por el contrario, insistir en esta estrategia polariza más la sociedad, intensifica la guerra y acrecienta el dolor de los que la padecemos en Colombia.
Política económica: engordar las arcas de los más ricos
La política económica. Sin lugar a dudas, la economía del país creció el año pasado. Según las estadísticas que el gobierno maneja, ésta creció un 5.5%. Aceptemos esa cifra. Aquí vale preguntarnos. ¿Para quién creció, quiénes se beneficiaron de dicho crecimiento (modesto por cierto en comparación con el crecimiento de Venezuela y Cuba, por solo citar dos casos que poco se mencionan en los medios de alienación masiva)? Según Aurelio Suárez y Enrique Robledo (1) para solo citar estos dos economistas, quienes han discutido recientemente en sus artículos este tema del crecimiento económico del país, quienes se beneficiaron principalmente del crecimiento económico fueron el sector bancario (financiero), el sector industrial (grandes grupos económicos), el sector construcción y el capital transnacional (con los pagos de la deuda externa).
La línea económica que sigue un gobierno tiene una incidencia directa en las condiciones de vida de la gente. Y la que ha aplicado este gobierno en los últimos 4 años, insisto, no se diferencia en mucho de la ejecutada por los anteriores. Por ejemplo, ¿en qué es distinta a la llamada apertura económica de cesar Gaviria de los 90s? Ejecución del modelo neoliberal, privatizaciones de empresas públicas, desmonte del sistema de tarifas proteccionistas del mercado y la producción nacional, reforma laboral y pensional siguiendo los “consejos” del consenso de Washington, del BM y el FMI.
Política social en el gobierno de Alvaro Uribe, no ha existido para los pobres que son los que más la necesitan ya que los ricos de éste país se embolsan, junto a los dueños del capital extranjero, la mayor parte del crecimiento económico. Ese 5.5% que creció la economía el pasado año. No hay que olvidar que el actual presidente de Colombia ha sido un alumno y seguidor ejemplar del modelo neoliberal. Ya como gobernador, senador o alcalde empezó a implementar medidas económicas ajustadas al recetario neoliberal. Podríamos concluir el tema del fracaso de la política económica de este gobierno, afirmando, por un lado, que si bien la economía creció a una tasa del 5.5%, dichos billones acumulados por el trabajo de todo un pueblo y por la explotación de las riquezas de la nación, se los embolsillaron los grandes grupos económicos, la banca, la gran industria y el capital financiero internacional a través de los desembolsos para amortiguar la deuda externa. Al país pobre, la mayoría de los colombianos, solo dejó miseria, indigencia, inseguridad social y dependencia.
La “buena” imagen del presidente: como película vieja de cine se deshace
El presidente de Colombia viajó a Washington esta semana a acelerar la entrega de la soberanía agrícola y comercial del país. Afirmó furibundo ante el micrófono que “a quién se le ocurría pensar que venía a Washington a firmar un tratado (TLC) que no fuera ventajoso para la patria.” En cuál patria estaba pensando este vasallo presidente. Para ello tenía previsto reunirse con el comandante en jefe del gendarme del mundo, GW Bush, de los Estados Unidos. No es su homólogo, a Alvaro Uribe no le importa eso de homologarse. Sabe que es imposible ahora que su artificial imagen de buen mandatario de Colombia es arrastrada por el suelo. Como empieza a ser arrastrada la de GW Bush en Estados Unidos y por todo el mundo.
¿Por qué se va a pique, cae por el suelo deshaciéndose la imagen artificial del actual presidente?
Porque el país, los pobres, la “opinión pública” nacional e internacional entienden bien hoy en que consistió su demagogia, cinismo y mentiras. Porque ya pocos se creen el cuento de las encuestas de opinión hechas a su medida. Del presidente de que iba a acabar con la guerrilla en 18 meses, con el narcotráfico igualmente; que iba a devolver la seguridad al país, cuando lo que hizo fue garantizar la seguridad para los grandes propietarios de tierras, industrias y capitales. ¿En qué ha mejorado la seguridad (social de los pobres)? Lo que ha crecido en estos cuatro años de gobierno, es la inseguridad social, la miseria, el desempleo, el hambre, la indigencia. Porque ya nadie cree que el Alvaro Uribe no tiene nada que ver con el paramilitarismo. ¿A quién le queda dudas de que fue uno de sus impulsores y patrones principales de la estrategia paramilitar en el país? A pocos.
Como tampoco cree nadie hoy, ni en Colombia ni fuera, que los dineros del narcotráfico y sus fusiles lo ayudaron a elegir presidente hace cuatro años. Porque ya nadie cree que las negociaciones con el paramilitarismo, su desmovilización y entrega son serias. ¿Quién duda que la ley de justicia y paz está hecha a la medida de los intereses y la impunidad de los grandes jefes del paramilitarismo? ¿Quién duda que los grandes mercenarios de la guerra en Colombia, los jefes paramilitares y sus patrones, están cobrando caro la tarea de “limpiar” los campos y ciudades de disidentes, revolucionarios, sindicalistas, campesinos, indígenas, intelectuales de izquierda y miles más que se oponen con sus ideas y luchas a este régimen oligárquico? Muy pocos.
Alvaro Uribe reconoció recientemente que sí recibió dineros de la narcotraficante de la costa, Emilse la Gata, para su campaña electoral hace cuatro años. ¿Esos dineros eran “sucios”, producto del lavado de divisas, ayer y hoy no? También acusó hace unas semanas a Rafael Pardo, candidato y colega suyo del partido liberal, de tener acuerdos con las FARC. Resultó ser una falsa acusación, una falsa y errada estrategia. La misma que ha usado para mantener artificialmente su imagen por cuatro años.
Aquella “buena” imagen del presidente, frágil y deleble, construida hábilmente con mentiras y artificios por un grupo de expertos mediáticos, se deshace inexorablemente, diluyéndose como el celuloide de las viejas películas de cine en la pantalla, ante nuestros ojos.
No hay que desear lo mismo para el presidente. Contentémonos con un juicio político.
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