“Bombas contra la gente, bombas contra la naturaleza, ¿y las bombas de dinero? ¿Qué sería de este modelo de mundo enemigo del mundo sin sus guerras financieras? Eduardo Galeano.
Las últimas protestas originadas en las calles de varias ciudades de Ecuador en contra del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos dan cuenta de la enorme separación existente entre la clase gobernante y las clases populares en esta nación y, por extensión, en toda nuestra América, al interpretar como nacionales sus propios intereses y aceptar, además, como inevitable y necesario el tutelaje yanqui. Lo significativo del caso es que estos Tratados bilaterales –en sustitución del fracasado ALCA que se suponía entrara en vigencia a nivel continental en 2005- no han podido imponerse sin que haya una matriz de opinión totalmente desfavorable y opositora de parte de los pueblos latinoamericanos. Esto hace que los gobiernos seducidos por los cantos de sirena de la globalización económica neoliberal tengan que recurrir a los viejos métodos de represión para acallar las voces de descontento de las masas populares, las cuales han comprendido que tales tratados sólo traerán más miseria, explotación y dominación neocolonial mientras las clases dominantes, junto a las grandes corporaciones transnacionales, verán incrementadas aún más sus cuentas bancarias.
Según Diego Delgado Jara, ecuatoriano, “se busca retacear nuestros países para brindar bocados más digeribles a las grandes multinacionales empeñadas en depredar más todavía nuestros recursos naturales, de tal modo que castas dominantes provinciales, departamentales o regionales, en forma directa, entreguen esos recursos, cerrando el paso a eventuales decisiones positivas de gobiernos soberanos futuros, que representen los intereses del conjunto de los sectores sociales más pobres y excluidos de todo un país”. En este caso, el neoliberalismo económico no es la alternativa más idónea para que los sectores populares empobrecidos logren superar su condición de exclusión social, como tampoco lo es para mantener la integridad territorial ni la soberanía de nuestros países. Uno de los casos más emblemáticos es México, cuya clase política celebró con bombos y platillos el Tratado de Libre Comercio suscrito con Canadá y Estados Unidos en términos de igualdad, esperando alcanzar los mismos niveles de desarrollo de sus socios norteamericanos; sin embargo, desde que entrara en vigencia en 1994, dicho tratado ha significado todo, menos el esperado beneficio para México, traduciéndose en un mayor éxodo de inmigrantes ilegales hacia Estados Unidos y el empobrecimiento acelerado y continuo de los campesinos mexicanos ante la introducción de productos agrícolas subsidiados de su vecino del norte.
No obstante, a pesar de esta realidad evidente las clases dominantes porfían en aferrarse a la ilusión que les brinda Estados Unidos de disfrutar de los beneficios del libre mercado, ignorando a propósito que su desarrollo capitalista tiene sus fundamentos en la expoliación sostenida de los inmensos recursos naturales de nuestro Continente, la cual se iniciara con el arribo de los primeros europeos a estas tierras, en plena expansión del capitalismo mundial. Por lo que es admisible afirmar que este desarrollo capitalista pretendido por nuestras clases gobernantes y empresariales sólo ensanchará aún más la profunda brecha que divide a los pobres de los ricos, tanto en el orden nacional como en el internacional, siendo características del capitalismo la explotación sistemática de los trabajadores y la desigual distribución de la riqueza, justamente lo que genera el descontento de las mayorías. Para quienes rigen la política y la economía, al interior de nuestras naciones, es una alternativa recurrente y secular que, desde la segunda mitad del siglo pasado, impuso la tesis desarrollista y la sustitución de importaciones, pero manteniendo intactas la dependencia respecto al capitalismo internacional y la condición de naciones monoproductoras en lo que se llamó la división internacional del trabajo, sin trascender ni someramente dicha situación debido a la seducción de su “inevitabilidad histórica”.
Para el capitalismo globalizado es una cuestión de vida o muerte que las economías de nuestros países sigan girando –como hasta ahora- a su alrededor, imponiendo un pensamiento único y un nuevo orden mundial, dominado por las transnacionales, que ejerza dominio directo de territorios y de recursos naturales estratégicos, entretanto se logra un reacomodo menos traumático y más permanente, a pesar de la crisis que pudiera causar un conflicto mayor entre Irán y el binomio imperialista Estados Unidos/Gran Bretaña. Para nuestros pueblos de América, África y Asia también es una cuestión de vida o muerte, ya que significa evitar ser comidos en un banquete servido por lobos disfrazados de ovejas.-
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