Nunca antes, en la historia conocida, un presidente de la nación más poderosa –militarmente hablando– y del gobierno más débil –en cuanto a la moralidad política; si ella existe– había manifestado mayor frustración frente un adversario que puede y desea borrar de la superficie del planeta tierra, como cuando Bush se expresó señalando que “El ‘buen dios’ ha de llevarse algún día a Fidel Castro”. Su pretendida divinidad no le permite oír la súplica de millones de seres en el mundo que claman porque sea él quien lo preceda; pero, en corto tiempo. Aunque no partirá sin recibir su castigo terrenal, viviendo para sí el infierno que ha creado para otros.
A pesar de haber ostentado repetidas veces su paranoia religiosa –al extremo de haber declarado que recibió instrucciones de su “buen dios” para que invadiera a Iraq–, y de comportarse regularmente como “el vengador divino” que considera el planeta como la “tierra prometida” que ha de conquistar para su secta, eliminando de ella a todas los “seres inferiores”; nunca antes había sintetizado su derrota política y militar en una frase tan simple y lapidaria.
Llevó a Estados Unidos a la quiebra, por la obsesión de una guerra que no puede ganar; no pudo eliminar a Castro; su país ya no le cree sus mentiras; logró reunificar en su contra a la Europa Oriental; no ha podido doblegar a la OPEP; no logra imponer el ALCA; teme a China y no puede ocultarlo; no cumplió su objetivo empresarial de apoderarse de todas las reservas petroleras del mundo. Pareciera que su “buen dios” lo ha abandonado a su suerte, porque el Dios Verdadero ha manifestado su inmenso poder al revelarles a los pueblos del mundo la verdad sobre el gobierno que preside.
Como si esto no fuera suficiente, está punto de cumplirse “la profecía” que más le angustia: “Saldrá de la presidencia primero que Chávez”. Ha agotado todos los procedimientos para derrocar gobiernos democráticos que su padre ayudó a redactar cuando fuera director de la CIA; hasta el “arco iris revolucionario” le resultó inútil. Los medios más poderosos del planeta, puestos a su servicio, no han logrado convencer a los “indios suraméricanos” para que se deshagan de esos “presidentes molestos” que continuamente lo acusan de utilizar todo el potencial de su país para el beneficio de su grupo “empresa-gubernamental”; sin importarle que con ello destruya a este planeta.
Ni siquiera los apátridas que claman por la invasión de sus respectivos países, antes que “vivir la vergüenza de ser gobernados por razas no arias”, le alejan el temor de que su “buen dios” lo deje solo y su poderoso ejército sea vencido por “razas inferiores”. “No, no; no vale la pena correr el riesgo”. Todavía cuenta con testaferros que pueden cumplir la “misión divina” que él dirige; no puede permitirse el lujo de una nueva derrota militar y mostrarse al mundo como un vulgar humano.
Acorde con la “condición divina” que el mismo se atribuye, saldrá de la presidencia –tal vez antes de lo previsto– cuando el Dios Verdadero infunda en su nación un despertar de conciencia, y éste sienta el remordimiento por el daño que han permitido que sus gobiernos le ocasionen a otros pueblos, sólo para que puedan vivir en el derroche; entonces juzgarán a Bush y su “pandilla de barrio planetario”, y cuando aquél vaya rumbo al castigo exclamará: “Mi ‘buen dios’, ¿por qué me has abandonado?”.
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