El 22 de enero de 2006 Evo Morales Aima asumió la presidencia de la República de Bolivia. Fue un vibrante signo del cambio de época de que nos habla Rafael Correa desde el tercer desmembrado componente de Colombia la grande. Evo, indígena aimara, expresión genuina de un pueblo sometido a opresión colonial y neocolonial durante medio milenio, irrumpía con clamores de justicia y dianas de esperanza en el panorama nuestroamericano e incorporaba su patria al despertar de la idea unitaria y anfictiónica de los libertadores. Las palabras inaugurales de su mandato, pronunciadas sin odio pero sin reticencias, tuvieron tal fuerza de verdad, que la naturaleza moral de la mayoría de los presentes en el salón de protocolo, provenientes de los antiguos regímenes de minoría social, quedó desnuda ante el mundo. Cuán pequeños lucieron y cuán majestuoso se veía el hombre que comenzaba exigiéndose a sí mismo, y luego a sus colaboradores y a sus compatriotas, no robar, ni mentir, ni holgazanear.
La oligarquía que tras los clarines de Ayacucho, y luego de execrar los mandatos del líder de la revolución de 1809 Pedro Domingo Murillo (“dejo encendida una tea que nadie podrá apagar”), el padre fundador Simón Bolívar y el primer presidente en ejercicio Antonio José de Sucre --y desde luego, con ignorancia y desprecio de los próceres incaicos Túpac Amaru y Túpac Catari--, tomó las riendas y renovó las cadenas, desde el inicio se dedicó a preparar el modo de “acabar con el indio”. Todo el racismo miserable acumulado, todo el “fascismo ordinario” residente en los tuétanos y almas de las clases dominantes y sus lacayos, se revolvió contra el naciente Gobierno y urdió la conspiración in crescendo que hoy contemplamos. Arrogantes hasta el máximo de indecencia, la altanería de los oligarcas sólo tiene par en el servilismo con que se arrastraron siempre ante las arremetidas de los poderes extranjeros que buscaron suceder al español, servilismo que alcanzó clímax cuando el imperialismo yanqui los convirtió en reptiles.
Y es bajo la tutoría de Washington en su época de mayor villanía y criminalidad, en los momentos en que se está despidiendo en baño de sangre la camarilla sedienta de recursos energéticos, hídricos, biológicos y otros --cuya cabeza visible es un enajenado hitleriano sin talento ni límites éticos--, cuando la oligarquía boliviana se convierte en jauría contra su país, buscando desmembrarlo para el servicio de las transnacionales y el goce propio de las prebendas con que éstas la cebarán. Busca el imperio los recursos de Bolivia, por supuesto, pero sobre todo herir a fondo el proceso unificador en marcha en la América mestiza. Nuestra unidad es el fantasma del imperialismo, la fuente de su miedo y su Némesis histórica. Todos los césares practicaron el “divide et impera”, y los que se aposentaron en la Casa Blanca han superado a los maestros. Contra Bolívar siempre, pero a Bolívar no lo pueden matar. Y hoy andan de nuevo su espada y su idea madre por ahí.
Este domingo 4 de mayo los oligarcas bolivianos llaman a un referendo enfocado en el desiderátum de la secesión. Unen su odio racista y de amos en peligro de tener que trabajar con el mandato del amo verdadero. Pero Bolivia fue siempre una efervescencia. Nunca gobernaron en tranquilidad. Levantamientos por doquiera, de los campesinos, de los mineros –la frustrada revolución de 1952-- y demás trabajadores, de los intelectuales honrados. Los gobiernos se barajaban como cartas de fulleros. Y en montaña de esa brava tierra sembró su vida para ya no morir, y fructifica, el legendario Ernesto Che Guevara. Imperialistas y oligarcas creen que se saldrán con la suya, pero la calidad de las luchas históricas de ese pueblo promete lo contrario. No le arrebatarán lo que ha conquistado. Si, Dios no lo quiera, se lo obliga, él peleará como Miguel Hernández lo demandaba, con puños, uñas dientes y cosas de varón, y de mujeres, que ellas también tienen las suyas y ahora se les reconocen. Y con Evo, sereno y valeroso, al frente.
Bolivia, amor desenfrenado de Bolívar, lo es también de todos los bolivarianos. Por eso pido permiso a Pablo Neruda para titular este modesto escrito.
freddyjmelo@yahoo.es