Barack Obama es reconocido como una persona de aguda inteligencia, un experto en cuestiones legales, y muy cuidadoso a la hora de elegir sus palabras. El merece ser tomado en serio, tanto cuando dice algo, como cuando omite opinar.
Por eso resulta muy significativa su primera declaración de importancia sobre temas de política exterior, el 22 de enero de 2009, en el departamento de Estado, cuando presentó a George Mitchell como su enviado especial para las negociaciones de paz del Medio Oriente.
Mitchell tiene como tarea concentrar su atención en el problema israelí-palestino, tras la reciente invasión israelí a la franja de Gaza. Durante el letal ataque, Obama se mantuvo silencioso. Sólo dijo hay sólo un presidente por vez.
Sin embargo, el 22 de enero, el único presidente era Barack Obama, por lo que podía hablar libremente sobre esos temas.
Obama enfatizó su compromiso con un acuerdo pacífico: "La política de mi gobierno consistirá en buscar de manera activa y agresiva una paz perdurable entre Israel y los palestinos, así como entre Israel y sus vecinos árabes".
Pero los perímetros de su política resultan vagos, aparte de una propuesta específica: "La iniciativa árabe de paz", dijo Obama, "contiene elementos constructivos que pueden contribuir a hacer avanzar esos esfuerzos. Es ahora el momento en que los estados árabes actúen sobre la promesa de la iniciativa de respaldar al gobierno palestino del presidente Abbas y del primer ministro Fayyad, adopten pasos para normalizar las relaciones con Israel, y se enfrenten al extremismo que nos amenaza a todos".
Obama no está falsificando directamente la propuesta de la Liga Arabe, pero su cuidadosamente enmarcada interpretación es instructiva.
La propuesta realmente plantea la normalización de relaciones con Israel. Pero en el contexto, debe ser señalado, y sólo en el contexto, de un acuerdo entre dos Estados, el llamado consenso internacional que Estados Unidos e Israel han bloqueado, virtualmente sólos, por más de 30 años.
La omisión de Obama de ese hecho crucial: Israel y Palestina como Estados coexistentes en una frontera internacional, con tal vez menores y mutuas modificaciones, no parece ser accidental. Señala que no anticipa un abandono de la política de rechazo norteamericana. Su propuesta de que los estados árabes actúen en el corolario de su propuesta, en tanto Estados Unidos ignora inclusive la existencia de su contenido central, la precondición para ese corolario, supera todo cinismo.
En el terreno, los actos más significativos que socavan un acuerdo de paz son las acciones cotidianas en los territorios ocupados, respaldadas por Estados Unidos, y que todos reconocen como delictivas: tomar valiosas tierras y recursos y construir lo que Ariel Sharon, el principal arquitecto del plan, denominó Bantustanes para los palestinos.
Pero Estados Unidos e Israel continúan oponiéndose a un acuerdo político inclusive en palabras. La última ocasión fue en diciembre, cuando ambas naciones (y algunas islas del Pacífico) votaron en contra de una resolución de las Naciones Unidas respaldando "el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación" (la resolución fue aprobada por 173 votos contra cinco).
Al aludir a la "constructiva" propuesta, Obama no dijo una sola palabra acerca de los asentamientos y el desarrollo de la infraestructura en la Cisjordania, y sobre las complejas medidas para controlar la existencia de los palestinos, y cuyo propósito es socavar las perspectivas de un acuerdo pacífico de dos estados. Su silencio refuta sus alardes de oratoria acerca de cómo "Respaldaré un compromiso activo para lograr que dos estados vivan lado a lado en paz y en seguridad".
Obama insiste en limitar su respaldo exclusivamente a Abbas y a Fayyad, que representan a los partidos derrotados en las elecciones de enero de 2006, una de las elecciones más libres en el mundo árabe, a las cuales Estados Unidos e Israel reaccionaron, de manera instantánea y abierta, castigando duramente a los palestinos por oponerse a la voluntad de sus amos.
La insistencia de Obama de que sólo Abbas y Fayyad existen, se adecúan al constante desprecio de Occidente por la democracia a menos se halle bajo su control.
Obama también ofreció las razones habituales para ignorar el gobierno electo que lidera Hamas. "Para ser un genuino partido de la paz", declaró Obama, "el cuarteto (Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y las Naciones Unidas) ha señalado de manera clara que Hamas debe ... reconocer el derecho de Israel a existir, renunciar a la violencia y acatar acuerdos anteriores".
Lo que no se menciona, como resulta habitual, es el inconveniente hecho de que Estados Unidos e Israel bloquean, virtualmente solos, el acuerdo de dos Estados.
Ellos, por supuesto, no renuncian a la violencia. Y también rechazan la propuesta central del cuarteto: "La hoja de ruta". Israel la aceptó de manera formal, pero con 14 objeciones que, de manera efectiva, eliminan sus contenidos. Un gran mérito del libro de Jimmy Carter, Palestine: Peace not Apartheid, es haber llevado esos hechos a la atención de los miembros de los grandes partidos mayoritarios.
Tal vez es injusto criticar a Obama por este ulterior ejercicio de cinismo, pues es prácticamente universal.
También casi universales son las referencias a Hamas: una organización terrorista, dedicada a la destrucción de Israel (o quizás de todos los judíos). Lo que se omite es que, a diferencia de los dos estados que plantean un sistemático rechazo, Hamas ha propuesto un acuerdo de dos estados en términos de un consenso internacional. Y lo ha hecho de manera pública, reiterada, explícita.
Obama dijo: "Permítanme ser claro: Estados Unidos está comprometido con la seguridad de Israel. Y siempre respaldaremos el derecho de Israel a defenderse contra amenazas legítimas".
En cambio, nada dijo sobre el derecho de los palestinos a defenderse de amenazas más extremas, tales como ocurren diariamente, con el respaldo de Estados Unidos, en Gaza y en los territorios ocupados. Pero eso también es la norma.
El ardid es particularmente llamativo en este caso debido a la nominación de Mitchell. El principal logro de Mitchell fue su rol de liderazgo en un acuerdo de paz en el norte de Irlanda. El acuerdo propuso un fin al terrorismo del Ejército Republicano Irlandés y a la violencia británica. Estaba implícito el reconocimiento de que mientras Gran Bretaña tenía derecho a defenderse del terror, no tenía el derecho a hacerlo mediante la fuerza, pues existía una alternativa pacífica: reconocer los legítimos reclamos de la comunidad católica irlandesa que eran las raíces del terror del ERI. Cuando Gran Bretaña aceptó ese curso sensato, el terror concluyó.
El propio Mitchell podría dar la bienvenida a una seria propuesta de dos estados. En el 2001, durante el gobierno de George W.
Bush, presidió un panel internacional cuyo informe al menos prohibió toda ulterior actividad de asentamientos judíos en la Cisjordania. El Informe Mitchell, aunque formalmente aceptado y elogiado por Estados Unidos e Israel, fue totalmente ignorado.
Para Mitchell, en relación al conflicto israelí-palestino, las implicaciones de los señalamientos de Obama son obvias. Un acuerdo genuino de dos estados no figura en la mesa de negociaciones. El primer mandato de Mitchell para el Medio Oriente es abrir discusiones y escuchar a todos, excepto, al parecer, a Hamas, el gobierno electo en Palestina. Las omisiones de Obama son otra llamativa indicación del compromiso de su gobierno al tradicional rechazo y oposición de Estados Unidos a la paz, excepto en sus propios, extremistas términos.