La revolución es una nueva canción

Crisis es el nombre del cambio

Hoy en Venezuela se habla casi con naturalidad de disociación sicótica, refiriéndose a los que no logran reconocer que vivían dentro de un modelo de explotación. Por lo cual actúan como oposición a la revolución bolivariana que intenta desplazar ese modelo hacia uno más justo, equitativo, que tenga al ser humano como prioridad en lugar de apéndice secundario, utilizado según conveniencia de los que ostentan un tipo u otro de poder.

Pero la disociación es mucho más amplia y tiene raíces más profundas, que ahora con la voluntad de una nueva sensibilidad que intenta el cambio de dirección, se actualizan e intensifican con mayor fuerza e irrumpen de lo sicológico a lo público, haciéndose evidente el contraste. Esa disociación puede por ejemplo apreciarse en el momento que abstraemos el dinero o capital, de las fuerzas de trabajo y procesos de transformación de materias primas que representa.

El dinero es solo una representación, un dedo que señala hacia aquello que representa, y tiene por función facilitarlo, agilizar su intercambio. Cuando ese dinero deja de invertirse en nuevos procesos de transformación o industrias agrícolas y pecuarias para convertirse en capital especulativo. Cuando se comienza a imprimir dinero sin ningún tipo de respaldo ni control.

Cuando el capital financiero circulante multiplica diez o veinte veces lo que realmente producimos y se puede comprar y vender, cuando especulando compra y vende “paquetes” de productos inexistentes que nadie abre ni pregunta que son, y finalmente termina desmoronando toda esa arquitectura económica que negociaba con aire, ¿qué está representando entonces? ¿Qué función está cumpliendo?

Nos dicen desde el norte que la banca hizo negocios demasiados riesgosos, que hay que supervisar y regular más y mejor sus transacciones. Pero, ¿no se trataba de que el libre mercado era el mejor regulador y productor de ganancias, el verdadero posibilitador del sueño americano? ¿No se promovieron como paraísos fiscales los territorios a salvo de toda ley reguladora de capitales, decretando el fin de la historia?

¿Cuál es ese sueño americano? ¿Que el mundo y la sociedad sean una ruleta en la que todos puedan lanzar su bolita, para que uno de cada treinta y seis pueda convertirse por azar en tejanos petroleros multimillonarios con inmensas haciendas, como en “los Beberly ricos o Dallas”? Hasta donde sabemos es la fuerza del trabajo, de la experiencia y el conocimiento acumulado por las generaciones, aplicada cual tecnología a las materias primas, la que produce lo necesario a la existencia.

Sin embargo, promovemos el libre mercado de capitales financieros como el mayor productor de riquezas, es decir liberamos, desregulamos todo control sobre sus movimientos para vivir en el mejor de los mundos posibles. ¿No es eso también disociación sicótica? Si desatendemos la producción de lo necesario para la existencia en pos de fáciles ganancias especulativas, ¿Adónde se supone que nos conduce ese camino?

Yo entiendo que necesitamos producir para que todos los que participen puedan cubrir holgadamente sus necesidades, entiendo que esas cuentas puedan facilitarse traduciéndolo a números y representándolo en dinero. Pero también entiendo que cuando disociamos el dinero de aquello a lo cual representa, entonces llegamos como ahora a miles de millones de personas que no pueden satisfacer sus necesidades.

Ya sea porque no se producen ni hay alimentos disponibles, ya sea porque no tienen el dinero necesario para acceder a ellos. Si seguimos caminando por esta vía donde solo importa el dinero aunque sea producto de la usura o especulación, y todos aspiramos a abandonar el trabajo productivo, ¿qué compraremos con él? A medida que cada vez menos produzcamos, ¿comeremos y beberemos papeles de colores?

También entiendo que los robots de todo tipo pueden ser incluso más eficientes que los seres humanos en muchas tareas mecánicas. ¡Aleluya! ¡Que nos sustituyan! ¿Pero eso significa decir que ya somos inútiles y hemos de morir de hambre? Es este pensamiento que nos cosifica y nos vuelve piezas reemplazables y desechables dentro de los mecanismos, lo que está detrás de todo esto. Lo mismo puede decirse de las burbujas.

Las burbujas que antes o después chocan con un alfiler, con algo más consistente que su estructura y estallan llenándonos con su vacío, no son solo los paquetes financieros, sino todas las ilusiones y/o creencias de las que tarde o temprano la dinámica de las relaciones y los hechos nos despiertan. Todo aquello que creemos sólido, eterno, seguro y de repente se desmorona poniendo en evidencia que solo es memoria con carga, una fijación sicológica.

En ese sentido podríamos decir que todo un modelo económico y cultural que se desmorona, es un paquete de hábitos y creencias, desfasado con la dinámica de los hechos en relación con nuestro entorno humano y natural. Lo cual pone en evidencia que la estructura de la vida, de la realidad en que creíamos firmemente, de la cual éramos fieles devotos, no es coherente con lo viviente.

Habituarse, dormirse y despertar de un sueño, de una fijación sicológica, es entonces parte inevitable de la evolución. No podemos por ende hablar de revolución económica y cultural sin incluir la revolución sicológica, mental. Bueno, poder hablar podemos si eso es lo que queremos, lo que no es posible es lograrla.

En todo caso simultáneamente con el desmoronamiento de una ilusión, aflora una nueva sensibilidad continental, mundial, que pone en evidencia la acumulación de insatisfacción del ensueño, de la burbuja que estalla, en comparación con lo que poníamos en y esperábamos de ella. Ambos componentes son contra caras estructurales de las mismas circunstancias.

En ese sentido la crisis del cambio trasciende lo local, lo nacional, lo geográfico, lo personal. Ahora nos toca reconocer que nuestro planeta es un barco en el que todos navegamos por el infinito y desconocido espacio, del mismo modo que hace quinientos años venimos cayendo en cuenta de que el mundo es redondo y gira en torno al sol, que hay infinitos soles y galaxias.

En el universo, en el cosmos todo, absolutamente todo es interdependiente, es un pequeño pañuelo en el que cada acción en una dirección acumula inercia hasta que afectando los umbrales de tolerancia, interactúa con sistemas mayores, irrumpiendo nuevas variables. ¿Qué tiene que ver esto con lo que vivimos cada día, con lo que me dice o hace mi pareja?

Bueno, explícame tú los cambios que sobrevinieron luego del Renacimiento o de la teoría de la relatividad, que no eran más que fríos conceptos o suposiciones. Pero también una ampliación de la imagen del mundo, de lo que creían y les importaba en aquellos momentos, y que se vio alterado por los ingenios resultantes de la multiplicación de las relaciones implícitas en aquellas fórmulas, hasta producir las revoluciones económicas y culturales que vivimos hoy en día.

¿No es la constatación de esas más amplias y cósmicas relaciones, lo que impulsa este mundo interconectado por las tecnologías de producción, transporte y comunicación? ¿Cómo hicimos para procesar al petróleo que es el movimiento de nuestra civilización? ¿Y lo electro magnético cual veloces comunicaciones? ¿No te enteras y sufres hoy más intensa y velozmente de lo que opina tu pareja y vecino? Entonces velocidad e intensidad, son dos componentes ineludibles de lo que hoy igual que ayer sucede.

En realidad, es la velocidad e intensidad a la que hoy todo sucede, lo que hace la diferencia. La concepción mecánica de la vida, de cosas que se relacionaban con otras cosas en el tiempo, siendo unas las causas y otras las consecuencias, se apoyaba justamente en la lentitud y vitalidad difusa de los cambios.

Muchas veces pasaban decenas de generaciones antes de que un hábito o una creencia cambiaran. Por lo tanto el cambio ha sido hasta ahora más un hobbie de moda que un tema real, algo de lo que se habla en las reuniones sociales, sobre todo cuando uno no ha realizado durante el día tareas agotadoras y tiene mucha energía disponible que necesita distraer u ocupar en algo.

El cambio era un tema de películas y teatros, de obras dramáticas imaginarias, donde la intensidad se representaba con increscendos musicales. En esos guiones a los protagonistas les sucedían y debían dar respuesta en un solo o unos pocos días, a lo mismo o más que a cualquier persona normal en toda una vida

Pero hoy el cambio golpea directa, intensa, aceleradamente nuestros hábitos, creencias, cuerpos, necesidades, formas de vida. Ya no se trata de algo para hablar, sino de eventos que nos afectan y exigen una velocidad e intensidad apropiada de adaptación. Exigen respuestas concretas para equilibrar la conciencia y la vida con esa dinámica o fuerza de hechos desencadenada.

Ya no hace falta representar tragedias griegas, ni que las orquestas interpreten trasfondos musicales dramáticos, para transmitir esos tonos de agitación a nuestras emociones y cuerpos. Hoy esa misma intensidad y velocidad de eventos es ya parte de la vida, y ese dramatismo ya es parte de nuestros cuerpos, ya se expresa en el tono de voz de los que lo estamos viviendo.

Ya no hace falta que lo inventemos ni que salgamos con los violines y las flautas a las plazas o a los trabajos, porque ya vivimos a ese ritmo y tonos. Aunque en verdad sería preferible que paseáramos armados de instrumentos musicales y canciones en lugar de pistolas y gases lacrimógenos.

Creo sin embargo, que los líderes del primer mundo desarrollado no se han dado cuenta todavía, de que el guión pasó del teatro al escenario real de la vida, que mucha gente se queda sin trabajos ni viviendas, sin medicina, estudios ni alimentos. Y siguen reuniéndose en cumbres y vendiendo imágenes en reality show. Hablando, hablando y prometiendo, prometiendo.

Pero ya pasó el tiempo de las caras bonitas y las buenas intenciones. Ya no hay tiempo para show, el imperio de las circunstancias exige respuestas concretas e inmediatas. El ser humano convertido en cosa, en apéndice secundario de un sistema mecánico, al que lo único que le interesa es su continuidad, ya no acepta ni tolera más esas circunstancias.

Las calles se van convirtiendo en turbulentos ríos de vida, en corrientes de seres humanos que expresan atronadoramente sus necesidades y exigen justicia. Si creyeron que el ser humano era un juguete manipulable sin consecuencias y eternamente engañable, se van a llevar una gran decepción y susto. Porque como cualquier fuerza de la naturaleza, de la vida, más allá de ciertos umbrales se vuelve incontrolable y destructiva, arrasa todo lo que se le pone delante.

No falta mucho para que la apariencia de racionalidad y sensatez social, se la lleve la velocidad e intensidad de los eventos. De allí la relevancia de las nuevas alternativas concretas, las nuevas direcciones que se van decidiendo pero que sin embargo los medios de comunicación invisibilizan para mantener la mirada pasiva, hipnotizada con lo viejo.

Para que pueda hablarse realmente de alternativas, de nuevas direcciones, lo fundamental es que tengan en cuenta al ser humano, que le den prioridad sobre las cosas, sobre la mecanicidad de los sistemas y su continuidad. En otras palabras hay que invertir todo el movimiento, hay que liberar al ser humano de su dependencia y esclavitud, de ser apéndice de un tropismo de hábitos y creencias que lo pisotea y masacra para perpetuarse.

El ser humano no es una cosa, no puede ser reducido a ni tratado como una cosa. Y es porque no terminamos de aprender eso que vivimos en una dialéctica histórica, generacional, que repite una y otra vez los mismos conflictos y luchas. Ser humano es amar la libertad y odiar los determinismos. Ese es el centro, el guión de todos nuestros argumentos dramáticos.

El núcleo central de la vida no es racional. Si lo fuese, es difícil explicar como lo que dijo e hizo Jesús hace dos mil años, Simón Bolívar hace doscientos o el Ché Guevara hace solo unos añitos, se reúnen y ocupan lugares estelares en la dirección de los presentes eventos. Pareciera como si la atmósfera de otros tiempos irrumpiera de repente en estos, trayendo y dándoles un sabor diferente, añejo y conocido, recordado, pero fresco, vital y nuevo a la vez.

Pareciera que aquellos acontecimientos tan distantes en el tiempo, tienen sin embargo un presentimiento similar que los nuclea, que de algún modo anticipa y profetiza estos tiempos, y en algún sentido hasta los trae a ser. Como si aquellas personas, sabiéndolo o no, no solo hablaban y actuaban para su época, sino que eran profetas y parteros de la nuestra, de nosotros.

Por otra parte es “el sueño americano” lo que se desmorona y muestra inviable, y es la conciencia colectiva la que “sueña un nuevo hombre y mundo” una vez más. Por lo cual es de suponerse que el núcleo esencial de los acontecimientos, es mucho más profundo que las razones que de él podemos dar, que tiene más que ver con úteros y vísceras de la historia o la Pacha Mama, que con cabezotas sumergidas en livianos y vacíos tiempos modernos.

En todo caso, todo esto se me parece más a un sueño que tras mucho hablarse y pensarse pasa finalmente a vivirse, a encarnarse. A una simple y sutil fragancia que comienza a poder verse y palparse. Solo que para escuchar la nueva canción tienes de deshipnotizar, desprogramar tus ojos y oídos, de la ruidosa inercia del viejo sueño.

El viejo sueño es una máquina gastada y chirreante a punto de colapsar. Obama puede ser una muy buena persona y vendedor de imagen, sin duda tiene más rating que su predecesor. Pero la máquina impone sus mecanismos y ruidos, camina hacia su autodestrucción. Las palabras bonitas van por un lado y los hechos del viejo tropismo por otro.

Las nuevas direcciones son humildes y sutiles, en comparación con el orgullo de las superestructuras de lo viejo y el ruido que harán al desmoronarse junto con todo un sistema de hábitos y creencias. Hay que despertar de ese sueño para poder ver con miradas simples y frescas lo que está naciendo. Lo nuevo es vital, pleno y sorprendente.

Lo nuevo no pueden ser papeles amarillos de tiempo y garabatos, sino hojas en blanco aún por escribir. Lo nuevo requiere libertad del pasado para elegir lo por ser. Lo nuevo habita en el corazón del ser humano, ha de ser visto y conductualizado para que pueda habitar también en los cuerpos, en el mundo.

Lo nuevo es fuente de vida y no de abstracciones, no puede nacer de las instituciones, sino de lo viviente. De una conciencia activa, creativa, despierta, revolucionada, conciente de si. Capaz de reconocerse y recrearse. Capaz de ejercitar su libertad, de saborear y compartir sus frutos.

michelbalivo@yahoo.com.ar


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Michel Balivo


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