Al cumplirse 52 años de aquella gesta del pueblo de Venezuela, y muy en especial de su capital, para honrar una vez más la letra de nuestro canto magno: ¡Seguid el ejemplo que Caracas dio! 23 de enero con sabor, ritmo y alma popular, 23 de enero que mucho nos dice de toda una nación dispuesta al sacrificio por su dignidad y libertad. Pero lo que estaba llamado a ser una época, aún más, una era de felicidad y estabilidad política para nuestra nación, fue traicionado en su espíritu: a la luz de lo que han sido los herederos políticos de aquella jornada que hoy conmemoramos, podemos asegurar que el esfuerzo popular fue defraudado para privilegiar los viles intereses de una clase política, que pronto mostraría lo que verdaderamente era: lacaya del imperialismo. Hoy, haciendo un balance, podemos decir que da lástima ver cómo tanto empeño patrio fue desvirtuado y traicionado en función del reparto de serviles cuotas de poder.
Bástenos recordar lo que escribiera uno de los verdaderos héroes de aquellos días de enero de 1958. En su carta de renuncia al Congreso, del 30 de junio de 1962, Fabricio Ojeda -héroe y mártir del Pueblo venezolano- hizo uno de los mejores balances críticos sobre el 23 de enero de 1958 y sobre sus consecuencias:
El 23 de enero, lo confieso a manera de autocrítica creadora, nada ocurrió en Venezuela, a no ser el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los destinos públicos. Nada se hizo para erradicar los privilegios ni las injusticias. Quienes ocuparon el Poder, con excepciones honrosas, claro está, nada hicieron para liberarnos de las coyundas imperialistas, de la dominación feudal, de la opresión oligárquica. Por el contrario, sirvieron como instrumento a aquellos intereses que gravitan en forma negativa sobre el cuerpo desfalleciente de la Patria.
Patria, Patria, qué grande le quedó en la boca a aquellos que terminaron por entregar nuestra soberanía al mejor postor; Patria, qué grande le sigue resultando a los enanos de siete suelas encarnados hoy en las viudas y los viudos del puntofijismo. Hoy como nunca debemos ser vigilantes en aniquilar todas las perversas cualidades que alimentaron a un Estado al servicio de las prebendas y privilegios de una minoría a costa de los sacrificios de la mayoría. Tal debe ser nuestro homenaje vivo y diario, real, a ese 23 de enero, que hasta la historia oficial quiso arrebatarnos para siempre. Con nuestra Revolución Bolivariana asistimos al parto del Estado Socialista, que se levanta sobre los restos de aquel Estado Burgués, aún moribundo. Este es el tránsito que hoy experimentamos, el mismo tránsito que estamos obligados a seguir profundizando, si queremos erradicar verdaderamente los signos de la vieja política, centrada en el despilfarro, la corrupción, la burocracia, el ventajismo y la ineficiencia que aún perviven infiltrados en las prácticas actuales.
II
Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres, cantaba ese gran poeta francés Arthur Rimbaud. Y vaya que nuestra Revolución ha sabido armarse de paciencia, pero sin perder el fuego sagrado purificador: la llama que, dentro de cada uno de nosotros y nosotras, nos impulsa a hacer justicia y a dignificar a todos los hombres y mujeres de Venezuela; para que nuestro pueblo alcance la mayor suma de felicidad que se merece.
Fue esa misma llama la que inflamó de vergüenza patria a la gran mayoría de trabajadores y trabajadoras de la cadena de hipermercados Éxito, obligándonos a tomar medidas con la prontitud que exigían los hechos.
Lo he dicho infinidad de veces: no vacilaremos a la hora de castigar a quienes se burlan de nuestras leyes; a quienes creen que pueden jugar impunemente con las necesidades más elementales de nuestro pueblo; a quienes delinquen a través de la especulación, el acaparamiento y el desabastecimiento.
Los alimentos no son mercancía, lo reitero, y tampoco lo son aquellos productos de los cuales depende en mucho la vida diaria de la población.
Quiero, por tanto, hacer un llamado a todos los trabajadores y trabajadoras, para que nos ayuden en esta guerra que le hemos declarado a esta variante de la delincuencia de cuello blanco: a estos pillos que pretenden pasar por comerciantes o industriales.
A los verdaderos comerciantes e industriales del país quiero invitarlos, también, a unirse a esta batalla patria: se trata del beneficio de todos, más allá de los tintes políticos y las diferencias ideológicas que podamos tener.
III
Fue en el gran acto de firma de la Convención Colectiva Petrolera 2009-2011 de PDVSA donde, igualmente, rubriqué el decreto que ordena la expropiación de los hipermercados Éxito. Dos buenas nuevas para la clase trabajadora de Venezuela y para nuestro pueblo como totalidad, incluyendo a los compatriotas que nos adversan, como consecuencia de la campaña a la que son sometidos, día y noche, por la mayoría de los medios de comunicación privados.
La Convención Colectiva de PDVSA tiene como propósito fundamental otorgar beneficios integrales al trabajador petrolero, más allá de la perspectiva economicista intrínseca al capitalismo, a través de un esquema de retribuciones por el trabajo, centrado en la satisfacción de las necesidades espirituales y materiales de los trabajadores.
Daremos el todo por el todo por la tranquilidad de la colectividad y la dignificación de todos los ciudadanos y ciudadanas y, por supuesto, de nuestras ciudades. En este sentido, esta semana inauguramos una obra extraordinaria y sin antecedentes en Venezuela: el Metrocable de San Agustín. Una obra que es viva demostración de la Caracas que está cambiando en realidad y en verdad.
Por primera vez, un gran porcentaje de las riquezas provenientes de nuestros hidrocarburos son invertidas en grandes obras para nuestro pueblo, en atención a esa línea de fuerza que tanto pregonaran hombres de buena voluntad en el siglo pasado: la siembra del petróleo. Y vaya que la cosecha ya comienza a mostrársenos en San Agustín, y en tantas otras partes, porque como decía el Che: “cuando lo extraordinario se hace cotidiano es porque estamos en Revolución”.
IV
No existe ningún fatalismo histórico que condene, a perpetuidad, al valiente y tenaz pueblo haitiano. No existe tal maldición, salvo en la mente enferma del archiconocido predicador Pat Robertson. Su reflexión cavernaria, pueril y rebosante de ignorancia no es más que otro eslabón en la estrategia de “poder inteligente” (smart power), a través del cual el Imperio está realizando la más infame de sus invasiones militares.
Es verdaderamente indignante el perfil noticioso de las grandes agencias de información en el doloroso caso de Haití. Hablan, con cínico asombro, de una Haití devastada, cuando la devastación no reviste novedad alguna para el sufrido pueblo haitiano, cuando la devastación ha sido producida precisamente por la intervención imperialista y la imposición del capitalismo más depredador sobre ese hermano país del Caribe. Además, como parte integral de la estrategia intervencionista, tratan de vendernos la imagen de una muy “humanitaria” misión estadounidense. Tan “humanitaria” es que lleva un muy pesado cargamento de marines, no precisamente preparados en operaciones de rescate. ¡Son tropas entrenadas para invadir, para matar!
La realidad es que las tropas gringas controlan hoy el territorio haitiano. Han tomado el Palacio de Gobierno, el Palacio Legislativo y controlan el aeropuerto internacional a su antojo.
Y mientras un grupo de naciones soberanas luchamos por incrementar la ayuda humanitaria, el empeño del Comando Sur se afinca en el incremento de la presencia militar del Imperio.
Estamos ante una manifestación del contraataque imperial sobre América Latina y El Caribe. Una triangulación fatal se gesta entre Colombia, Honduras y la ocupada Haití. Tres versiones de la nueva estrategia de intervención yanqui en suelo nuestroamericano.
La patria de Toussaint L’Ouverture sufre un nuevo capítulo de dolor, miseria y abandono. Pero en esta hora aciaga, el pueblo haitiano está demostrando su coraje y su dignidad: allí está el luminoso ejemplo de los batallones de rescatistas, que se han constituido espontáneamente y que han protagonizado ya muchas operaciones de rescate y salvamento; allí está el no menos luminoso ejemplo de abnegación de los médicos haitianos formados en Cuba.
Nuestro hermano Álvaro García Linera, vicepresidente de la indetenible Bolivia, que hoy celebra un segundo mandato del gran Evo Morales, puso los puntos sobre las íes al denunciar a la fuerza invasora gringa “que no salva vidas, que no lleva alimentos, que no levanta los escombros, que no recoge cadáveres, sino que simplemente está ahí para hacer una presencia militar, y nuestro temor es que esa presencia militar quiera convertirse en permanente”.
Ésta es, cómo dudarlo, otra agresión contra nuestra América, contra la soberanía de El Caribe, contra la Alianza Bolivariana y sobre todo contra el pueblo haitiano: un pueblo en búsqueda de su dignidad secuestrada, humillada y violada por la ambición imperial, colonialista y neocolonialista, que no perdona -y que jamás lo hará- el muy objetivo hecho de que el pueblo negro, africano y caribeño de Haití fue el primero en sacudirse las viles cadenas de la esclavitud. El mismo pueblo que se convirtió en el más decidido impulsor de la causa independentista de Nuestra América, cuando el inmenso Alejandro Petión le dio todo el apoyo material y moral, sin ninguna clase de condiciones, a un Bolívar desterrado y con la caída de la Segunda República a cuestas.
Dice un hermoso graffiti en las calles de Caracas: “Ayudemos al pueblo que ayudó a Bolívar”. Sigamos ayudándolo de corazón y con generosidad: sigamos encarnando el espíritu bolivariano.
No en vano Haití fue, como bien dijera nuestro Orlando Araujo, “el Alma Mater de nuestra Independencia”. Tengo plena confianza en la fuerza histórica del Pueblo haitiano: la fuerza que lo hará levantarse a pesar de tanta adversidad.
A los patriotas y las patriotas de nuestra América no nos queda otra vía que recurrir a la estrategia perfecta: ¡Contraataque popular a todo lo largo del frente de batalla!
El 22 de enero, allá en las alturas de Bolivia, con un Evo Morales iniciando un nuevo periodo de Gobierno Socialista y con un pueblo desbordando aquellos espacios, donde nuestro padre Bolívar sintió el “amor más desenfrenado de libertad”, iniciamos la contraofensiva internacional de este año 2010, Bicentenario del inicio de esta revolución de Independencia.
Y ayer, 23 de enero, con la gran marcha patriota, verdadera marea roja, se desató el Huracán Bolivariano, que recorrerá Venezuela todo este año bendito.
¡Comenzó el contraataque Bolivariano!
¡Oligarcas temblad!
¡Venceremos!