Por supuesto, como todo fenómeno político y social, la victoria de
Obama tiene dos caras: por un lado, las expectativas que despertó su
candidatura en millones de oprimidos, que lo han convertido en su
instrumento “para el cambio” al que aspiran; por otro, la esencia
conservadora del stablishment y del aparato del partido que lo lleva al
poder.
A riesgo de perder la perspectiva en un análisis antidialéctico, no
puede ignorarse ninguna de ambas facetas. Enfatizar sólo la primera y
olvidar la segunda, nos conduciría a crearnos falsas ilusiones sobre lo
que sucederá con la política norteamericana a partir de ahora, y en los
límites reales del “cambio” con que se manejará el presidente electo.
Hacer lo contrario, es decir, olvidar el factor de las masas, su acción
(el voto a Obama) y sus expectativas, conduce a un error sectario que
desprecia el nivel de conciencia con sus avances y limitaciones.
Ambos factores se erigen como un hecho objetivo que no se puede
ignorar. Quienes creen que la “obamamanía” es una simple maniobra del
régimen norteamericano para renovarse, vendida a través de los medios
de comunicación, se ubican en esa maniquea visión de la realidad que
ante cada nuevo hecho sólo ve la conspiración de una élite secreta que
gobierna al mundo y le niegan cualquier crédito a la acción y la
conciencia de las masas. Despreciar a las masas porque creen que son
tontas es una actitud típica de la intelectualidad pequeñoburguesa.
Obama es el candidato triunfador de las elecciones porque existe una
crisis profunda, no sólo económica, sino política también del
imperialismo norteamericano. Crisis que, obviamente, la clase dominante
norteamericana no desearía, pero que incluso a ella se le presenta como
un hecho objetivo, que no puede controlar e intenta maniobrar con lo
que tiene. Pero también es una crisis porque objetivamente las masas
norteamericanas están en un proceso de ruptura y descreimiento con los
políticos de Washington y sus partidos.
No olvidemos que Obama no era la primera opción de la nomenclatura del
partido demócrata, sino la senadora Hillary Clinton. Obama se impuso en
la primarias demócratas porque levantó una crítica más radical que
Hillary, tanto a la guerra en Irak como al manejo corrupto de los
políticos de Washington. Por eso las bases obreras y populares, y de
manera particular la juventud, lo hicieron su candidato y lo impusieron
hundiendo el proyecto cuidadosamente construido por los dirigentes
demócratas con Hillary.
Por supuesto que, en la medida que Obama se constituía en fenómeno
político, fue ampliándose el círculo de la oligarquía yanqui en su
entorno. La postulación del senador Biden a la vicepresidencia graficó
claramente el hecho, así como la atenuación de sus críticas una vez
aseguradas las primarias. Lo cual hizo caer sus intenciones de voto al
punto de ir perdiendo al momento de realizarse las primarias
republicanas. Pero nuevamente fue catapultado gracias al destape de la
profunda crisis financiera entre septiembre y octubre.
¿Qué expresa el voto de más de 50 millones de norteamericanos y el
júbilo con que fue recibida esta victoria electoral en todo el mundo,
desde Kenia hasta Cuba? No son simples “ilusiones”, son las profundas
aspiraciones revolucionarias al cambio, al “otro mundo posible” de los
oprimidos. Todo un programa revolucionario.
Primero, la votación refleja un profundo rechazo a 500 años de
explotación y discriminación contra la gente de “color” en uno de los
países más racistas del mundo. La victoria de Obama es sentida por
negros, hispanos, indios, mulatos, de todos los continentes como una
victoria democrática contra el racismo. De ahí el júbilo de muchos por
esta victoria. Es inevitable la comparación con el triunfo de Mandela
en Sudáfrica. Esto no cambia la esencia capitalista del sistema
norteamericano pero, qué duda cabe, es un triunfo democrático.
Segundo, quienes le votaron exigen del nuevo presidente un cambio real
en la política económica: fin de los beneficios para los monopolios, en
especial los petroleros y a los clanes financieros, principales
beneficiarios de ocho años de gobierno republicano, ayudas a las
familias pobres, a los que están en riesgo de perder sus casas, empleos
y defensa de la industria, seguro médico universal, jubilaciones.
Tercero, son cincuenta millones que aspiran a un cambio en la política
exterior norteamericana, empezando con el fin de la genocida guerra de
Irak y Afganistán, por el fin del unilateralismo de Bush, por el
respeto a las instituciones y a la legalidad internacionales, por el
fin del “libre comercio” que sólo favorece al capital financiero.
¿Cuántos cubanos de Florida votaron esperando el fin del bloqueo a la
isla?
Cuarto, los inmigrantes y sus familias en América Latina (que dependen
de las remesas) aspiran a que cese la persecución inhumana que les ha
deparado Bush, y se cumpla el compromiso de no expulsar, sino legalizar
a los millones que llevan años trabajando en Estados Unidos.
Quinto, los ecologistas y quienes comprenden el desastre al que nos
conduce la depredación salvaje sobre la naturaleza que realiza la
globalización capitalista, esperan medidas concretas de control a la
emisión de gases de invernadero, a las empresas mineras, etc.
Sin duda, Obama acabará decepcionando a muchos. Sus compromisos con la
burguesía norteamericana y de su propio partido marcan un límite real a
lo que va a ser su presidencia. Seguramente veremos cambio de matices:
un multilateralismo en política exterior (que ya la crisis impuso al
propio Bush, de ahí la Cumbre Económica de este mes), una retirada
ostensible pero no total de Irak, ciertas políticas sociales a lo
interno.
Pero la victoria electoral que hoy se adjudica el pueblo norteamericano
a través de Obama, combinada con la segura inconsecuencia del futuro
presidente en cumplir estas aspiraciones, sienta las bases para saltos
adelante en la conciencia de millones de oprimidos, para que se den
nuevas formas de lucha y de organización. Así sea dentro del marco
electoral burgués, millones han descubierto que su acción es capaz de
hacer cambios, y que éste es posible. Eso es lo importante y lo que hay
que celebrar.
El autor es dirigente del Movimiento Popular Unificado (MPU) de Panamá y del concejo editorial de Revista de América.