El fin de los caudillos:

Presidentes valientes para imperios insolentes

El 23 de octubre de 1899 entra a Caracas al frente de la victoriosa Revolución Restauradora, que había atravesado el país desde la frontera colombiana; el General Cipriano Castro. A la llegada de Castro al poder, Venezuela era un territorio devastado y arruinado por las guerras. Reinaban la inestabilidad política y militar. No existía entre los habitantes del país un sentimiento de unidad nacional. El país estaba fragmentado en pequeñas porciones de territorio gobernadas por caudillos con criterio de hacendados.

Venezuela era una nación empobrecida que había sido arrasada, primero por las guerras independentistas, luego por los cinco años de la Guerra Federal; además de las mortales epidemias y el deterioro de la agricultura.

Castro instauró, por primera vez, un poder centralizado, por medio de un mecanismo de alianzas y acuerdos estratégicos con los caudillos liberales de larga trayectoria que antes lo adversaban. Confió a los andinos que lo acompañaron en la Restauradora el control de los sitios claves del territorio, mientras que a los viejos caudillos, cuyo poder se fundamentaba en la capacidad de movilización de su propio ejército de campesinos, los trasladó a lugares donde no tenían ningún dominio, con el fin de neutralizarlos, disminuyendo su capacidad política por medio del desarraigo. Esto significó en fin del tradicional reparto de poder, en el que cada caudillo estaba acostumbrado a negociar con los gobernantes de turno la paz de sus regiones a cambio del reconocimiento de la soberanía de sus territorios.

Castro elevó la fuerza militar a treinta batallones, los dotó de armas más sofisticadas y así logró conformar una fuerza militar unificada. Estas acciones, junto con algunas reformas a la Constitución, garantizaron el poder político y consolidaron el poder militar.

Pero los primeros años del Gobierno Restaurador no fueron fáciles, a la difícil situación económica producto de tantas guerras, se unieron otros factores desestabilizadores. Durante el primer año Castro tuvo que enfrentar un conflicto con los banqueros capitalinos, los cuales se negaron a otorgar un crédito que el Gobierno solicitaba con urgencia. Ante la negativa de los banqueros, Castro ordenó hacerlos presos, amenazando con “caerle a mandarriazos” a las bóvedas. Los caraqueños vieron marchar camino a La Rotunda a los prominentes personajes, encabezados por Manuel Antonio Matos.

Luego del infortunado incidente, el gobierno de Castro tuvo que enfrentar los alzamientos de distintos caudillos regionales. Sin embargo pudo obtener el control del territorio pues el grupo encabezado por Juan Vicente Gómez, Juan Alberto Ramírez y Celestino Castro, entre otros, actuaba de manera coordinada bajo un solo mando, a diferencia de los caudillos alzados que estaban dispersos y representaban a varios liderazgos.

La Planta insolente del extranjero:

El sueño de Castro era promover una alianza liberal latinoamericana, con el fin de restaurar la Gran Colombia. Por esta razón apoyaba la Revolución Liberal en la vecina Colombia, enfrentando su régimen conservador; proyecto que Estados Unidos, Inglaterra y Francia impedirían por todos los medios. Con esta pretensión se ganó la enemistad de estas potencias desde su llegada al poder.

De modo que la empresa estadounidense New York & Bermúdez Company, junto con la Compañía de Cable Francés, la Orinoco Shipping y la Compañía Alemana de Ferrocarril; ofrecen su apoyo logístico y monetario al alzamiento del banquero Manuel Antonio Matos, quien encabezaría la que sería llamada por ellos mismos “Revolución Libertadora”. Las empresas extranjeras aportaron US $100.000 para la compra de un buque y armamento. Después de dos años de enfrentamientos las tropas del gobierno, lideradas por Juan Vicente Gómez, logran vencer a los alzados. Pero la paz no llegaría, ya que al tiempo que se disolvían los alzamientos internos, comenzaron las reclamaciones de Inglaterra y Alemania para la inmediata cancelación de los compromisos financieros que la nación tenía con ellos. Era imposible atender a estos reclamos después de la devastación de un siglo de guerras y abandono de la agricultura.

El empréstito negociado en 1896 con el Disconto Gessellschaft de Berlín, poderosa organización financiera, y las casas exportadoras que durante más de cincuenta años venían controlando el comercio del cacao y el café venezolanos, encabezaban la lista de acreedores.

Aunque la Constitución Nacional en su artículo 149 establecía que las dudas surgidas sobre la ejecución de todo contrato de interés público, serían decididas por los tribunales venezolanos -sin que esos contratos pudieran ser motivo de reclamaciones- en los acuerdos que se hicieron con banqueros alemanes, por exigencia de éstos, se omitió esta cláusula.

Una internacional financiera desplegó su poder contra el gobierno de Castro, quien se negaba a reconocer -sin discutirlo- el monto de las reclamaciones. Así se desató una campaña en la prensa mundial para justificar un bloqueo a Venezuela.

El 9 de diciembre de 1902 las escuadras de Inglaterra y Alemania ocuparon el puerto de La Guaira y establecieron un bloqueo a las costas venezolanas; a los pocos días Italia, Francia, Holanda, Bélgica y España se les unieron. El 13 bombardearon Puerto Cabello e intentaron hacer lo mismo ocupando el puerto del Lago de Maracaibo, pero no tuvieron éxito.

El mismo día que se inicia el bloqueo Castro lanza una proclama exaltando la conciencia nacional, la cual comenzaba con estas palabras: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria...” En todo el país se producen manifestaciones de apoyo al “Restaurador” mientras se repartían volantes con la célebre proclama. Esta afrenta a la soberanía produjo un fervor patriótico en los venezolanos. Incluso los viejos generales que adversaban a Castro se acercaron a Miraflores para darle su apoyo en pro de la defensa de la patria.

El movimiento popular de apoyo a Venezuela se hizo sentir en toda Latinoamérica; pero sólo un gobierno se manifestó abiertamente en apoyo a Castro, el de Argentina, por intermedio de su canciller Luis María Drago quien dirigió una nota al gobierno de los Estados Unidos en el que expresaba el peligro que significaba para las naciones Hispanoamericanas la intervención directa de potencias extrajeras como exigencia del pago de deudas contraídas por contratos civiles y no por tratados internacionales. Este documento se constituyó en norma de Derecho Internacional americano adoptando el nombre de “Doctrina Drago”.

El conflicto cesó en febrero de 1903 cuando Estados Unidos, invocando la vieja consigna “América para los americanos” es aceptado como árbitro en esta contienda. Con la firma de los Protocolos de Washington, donde quedaron establecidos los acuerdos recíprocos, Venezuela se comprometía a pagar progresivamente la deuda con el 30% de sus ingresos de aduana.

Pero el fin del bloqueo no significó el fin de los conflictos en la política exterior. En 1904 Castro decide demandar a la New York and Bermudez Company por violación a la soberanía y por financiar el alzamiento liderado por Matos.

En 1884 el gobierno de Guzmán Blanco había otorgado al norteamericano Horacio Hamilton una concesión para explotar los recursos naturales del estado Bermúdez (hoy Nueva Esparta, Anzoátegui, Sucre y Monagas). Este acuerdo convertía a Hamilton en dueño absoluto de los bienes de esa región, incluyendo los ricos yacimientos petroleros. El contratista pagaba al Estado venezolano dos bolívares por cada 999 kilogramos y medio de asfalto que se llevaba y cinco céntimos de bolívar por cada uno de los demás productos; excepto la madera, por la que no pagaban nada. Paradójicamente, para este momento el asfalto se consolidaba como el sistema de pavimentación usado en las más importantes ciudades del mundo. En 1885 Hamilton había traspasado su contrato a la empresa asfaltera New York & Bermúdez Company. La demanda de Castro se extendió a la Compañía de Cable Francés y la Orinoco Shipping Company.

A partir de estos acontecimientos la prensa internacional desató todo su poderío depredador contra Venezuela. En los principales diarios de Alemania, Inglaterra y Estados Unidos fueron publicadas miles de caricaturas en las que se representaba a Castro con burla y desprecio; tratado de “mono tropical” y “salvaje”. Esta campaña de desprestigio se mantuvo incluso hasta mucho después de su salida del poder en 1908.

Castro, “caudillo de mente encendida” como lo llamaría Domingo Alberto Rangel, gobernó en medio de una constante inestabilidad política, de reclamaciones y alzamientos internos, que impedían por completo una salida a la crisis económica.

Castro unificó un país que estaba fragmentado; pero será sobre todo recordado porque actuó valientemente evocando los más altos valores de nuestro pueblo, la dignidad y el coraje en defensa de nuestra soberanía; como digno heredero de Bolívar.

(*) Profesora UBV

catherinebazo@gmail.com



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Catherine García Bazó (*)


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