¿Y si las palabras tuvieran la forma o la esencia de lo que nombran?

Siempre hemos escuchado que la palabra tiene fuerza. Que es capaz de construir o destruir mundos, ilusiones o sueños. Y es verdad. La palabra es un arma poderosa para la paz o para la guerra. Tiene la virtud de estar allí, a disposición, siempre. Sus efectos, claro, no dependen de ella en sí misma, sino del contexto en el que es dicha, de las intenciones que se tengan al proferirla o de la interpretación que de ella se haga.

También es cierto que la palabra puede ser anulada o aniquilada al ser lanzada al viento o convertirse en un cadáver cuando lo que expresa no es tan siquiera tomado en cuenta por nadie, ni siquiera por quienes la escribieron en un papel. La expresión “letra muerta” es literal.

Entonces, vemos cientos de cuartillas, cuentos, historias, leyes, libros de todo tipo, que recogen millones de palabras que, generalmente, cuando se leen (poco o mucho) son malinterpretadas o tergiversadas o ignoradas… Esto, sin importar la armonía y la exactitud de lo expresado. Pero, las palabras no tienen la forma o la esencia de lo que nombran. Por ello, decimos paz y no hay en el ambiente nada diferente. Nombramos una bomba y nada ocurre…

En cambio, si la palabra fuese representación o naturaleza de lo que califica, entonces… tendríamos un mundo diferente. Bastaría con que se leyeran los tratados, convenios, leyes internacionales para que el influjo de palabras como: paz, solidaridad, justicia, equidad, entre otras, inundaran el ambiente con su esencia y no dejaran espacio para amargas intenciones.

La gente pobre, las mujeres, las niñas y los niños, los grupos “minoritarios” y la gente excluida por cualquier motivo, somos mayoría. Bastaría que nuestras palabras fuesen lanzadas al viento. Tomaran vida y se hicieran concreción absoluta de su significado. Somos millones y si, además, nos convirtiésemos en una sola voz, el asunto sería mágico.

Tenemos la ventaja, además, que –salvo ciertos ganadores de premios de la paz- nadie en sus discursos hace alardes de la necesidad de guerras o destrucciones. Todas las personas manejan y difunden un lenguaje “socialmente correcto”, matizado con palabras adecuadas y oportunas, cuya esencia se materializaría, a pesar de las siniestras u ocultas intenciones que pudieran tener quienes las escriben o verbalizan.

Imaginemos entonces a miles de niños y niñas que al decir “mariposa” la vieran volar, revoloteando a su alrededor, inundando el espacio con piruetas y colores. O si dijeran “te quiero”, el ambiente se inundaría del influjo perfecto del amor. Pero, también es posible que dijeran “tengo hambre” y el vacío se haría colectivo, aún en aquellas personas que hubieran comido. Entonces, la necesidad sería una sola: de todos y todas. Y la solución sería buscada por todas las personas, sin distingos de raza, credo, religión, sexo o condición alguna.

Si las palabras tuvieran la forma o la esencia de lo que nombran…entonces, tendríamos todas las de ganar…

PD: ¿Y si al nombrar la poesía aparecieran Neruda o Palomares…o al decir Rebelión, apareciera Joe Arroyo, cantando “no le pegue a la negra…”, o al nombrar a Sadel, la estancia se llenara de voz…?

(*) Frente de Izquierda Revolucionaria Alberto Müller Rojas

Movimiento Continental Bolivariano-Capítulo Aragua

nymphamar2@yahoo.com.mx


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Ninfa Monasterios Guevara (*)


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