Razones hay para celebrar toda victoria. Hemos perdido tanto y durante tanto tiempo que celebrar hace parte de un resarcimiento histórico. Pero de forma muy especial merecemos celebrar si la victoria no es la de una persona o grupo particular sino la de todo un país, un Pueblo, un continente y un hemisferio Sur.
No obstante, el éxito es fácil de obtener, lo difícil es merecerlo, como decía Albert Camus. Merecerlo hoy supone profundizar y reinventar las agendas por la inclusión y dignificación económica, social, cultural, mediática y política.
Ganar una elección es, desde una perspectiva revolucionaria, no una prebenda sino una gigantesca responsabilidad: la responsabilidad histórica de producir una Nueva Vanguardia y un Nuevo Pueblo. Una vanguardia como avanzada teórica y a la vez práctica. Avanzada capaz de traducir lo que el Pueblo demanda de una manera borrosa, y transcribirlo en nuevas, originales y firmes prácticas socio-políticas e institucionales.
Tienes éxito desde el momento en que empiezas a moverte hacia un objetivo que merece la pena ―escribía el físico Chester Carlson. Siento que movernos hacia un objetivo que vale la pena, esto es, hacia el objetivo histórico de tornar irreversible esta revolución implica dejar atrás el pleito con 6 millones de proletarios que ni son oligarcas, ni alta burguesía y ni siquiera pequeña burguesía, pero que tristemente codician serlo.
No es posible ganar una guerra contra 6 de 14 millones de compatriotas, como tampoco es posible ganar un maremoto o un terremoto. Pues ganarla es perderla.
Los desposeídos, desempleados, trabajadores y pequeños comerciantes en Venezuela constituimos el 90% de la población. El reto es ganar a sus intereses de clase a estos compatriotas. Y lento lo haremos ignorándolos o ridiculizándolos. El desafío es ganar su confianza y respaldo con toneladas de transparencia, políticas estructurales de inclusión, industrialización, descolonización, desalienación y repolitización.
Y luchar por un nuevo socialismo es además instituir las prácticas sociales del diálogo, el arte y la hechura colectiva de la paz. Se sorprendía Lennon tras ser laureado por su activismo artístico contra la guerra de Vietnam: "No puedo creer que me condecoren. Creía que para merecerlo era preciso conducir tanques y ganar guerras."
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