Hoy la ciudad amanece en una profunda calma, como si se tratase de un primero de enero, de un día jueves santo.
Ayer subía al centro de la ciudad en una buseta que llevaba unas quince personas, y me escocía dentro un penoso y amargo presentimiento que iba en crecimiento. Que no podíamos evitar ni sentirlo ni pensarlo. Repentinamente se escucha por la radio una cadena nacional, y el conductor detiene la unidad. “-Lo siento señores, no puedo continuar”. Y todos adentro comenzamos a llorar. Estábamos destrozados, en un limbo, en una ausencia repentina y total de fuerzas. Al fondo de aquel estremecimiento nos llegaba el parpadeo de una luz poderosa, que nos llamaba a seguir resistiendo y a seguir luchando: en todos nuestro corazones estaba la inmensa figura del Gran Capitán. Poco a poco fuimos asiéndonos a esa llama, que es su llama permanente de batalla.
¿Pero qué era lo que en aquel instante nos faltaba? Algo tan profundamente nuestro que estallaba en las profundidades de nuestra existencia, algo que teníamos y habíamos perdido y que él entonces rescató del fondo de todos los abismos. Aquella voz que retumbaba por los cielos apenas se dirigía al pueblo. Aquel ser que rompió con todos los convencionalismos, con la pudibundez conservadora de los partidos de izquierda y llamó gringos de mierda al imperio norteamericano. El que fue a las Naciones Unidas y sacudió dentro del propio vientre al monstruo asesino del planeta. Aquel ser tan sencillo y humilde, tan alegre y sereno, tan cordial y ameno, tan valiente y sincero, tan leal y humano.
Cosas tan necesarias para la vida, pero que le faltaban a este país desde la muerte de Bolívar. Tan maravillosa era la magia esclarecedora de su verbo y de su presencia. Todo él era parte esencial de nuestras vidas, y por eso al anuncio de su muerte repentinamente llegamos a creer que nos faltaba todo. Porque la nada en que vivíamos él la hizo espíritu en nosotros, nos hizo venezolanos, bolivarianos, nos colocó en el centro del mundo en medio de mil tormentas.
Y entonces al salir de aquella buseta todos nos dirigimos a la Plaza Bolívar. Porque Bolívar y él se hicieron una misma cosa.
Recordé en aquel instante al neogranadino Joaquín Posada Gutiérrez cuando escribe sobre el momento en que le anunciaron la muerte del Libertador: “Un trueno sordo - dice Posada Gutiérrez -, semejante al que en el Chimborazo anuncia un inmediato terremoto, corrió de un extremo a otro de la república: ¡Murió el Libertador en Santa Marta! y todos quedamos aterrados. La confirmación oficial de la infausta noticia nos anonadó".
Durante todo el mandato de Chávez, en la peores circunstancias, en medio de los más terribles trajines, cuando la adversidad lo atenazaba por todos los lados y él tenía que dar respuesta a todo, jamás, jamás vimos al Comandante dar muestras de cansancio, de fatiga, de que algún dolor lo atenazara, ni siquiera en la jornada estremecedora de varios meses que culminó el 7 de octubre del año pasado. Con tres operaciones encima, con un cáncer devorador que le estaba minando el organismo en varias partes, Chávez recorrió todo el país dando conmovedores discursos y sobrellevando la cruz de su pueblo, con una fuerza y con un valor insólito y realmente sobrehumano, sobrenatural, imposible. A pesar de todos los males que estaba padeciendo él no daba muestras de estar sufriendo y reía y cantaba, cargaba niños en los brazos, recitaba y bailaba. Todo lo hacía porque su pueblo no tuviera la menor sensación del dolor físico que llevaba dentro.
Y cumplió aquella grande e infinita odisea con dignidad, con valor y entereza, que no hay nada en el mundo que se le compare. Nosotros, su pueblo, siempre contamos con la esperanza y el milagro de que saldría de ese túnel, que se recuperaría y volvería a los campos de Montiel con la adarga bajo el brazo a luchar contra tantos molinos reales y monstruosos que a cada rato se nos presentan.
Hay muertes que uno nunca se imagina puedan darse por la simple razón de que esos seres en vida han conseguido hacerse eternos. Así fue cuando ocurrió la muerte de Bolívar, cuando supimos la muerte del Che; cuando se conoció la muerte de Jack London o la de Lord Byron. Aquel Lord Byron que le ofreció a Bolívar unirse a sus fuerzas independentistas en 1819. El poderoso espíritu de estos hombres creadores e infatigables luchadores es infinita, ilimitada en el tiempo y en el espacio.
Ayer el mundo entero no se ocupó de otra cosa que del fallecimiento de Chávez. Lloros a mares por toda Venezuela, alegría desbocada y enferma en Miami y en la poderosa prensa española.
Si nos hubieran dicho que ya el sol había dejado de existir, eso tal vez no me habría impresionado tanto como el anuncio de que Chávez no estaba ya con nosotros.
¿Qué viene ahora? El enemigo sabe que nunca podrá destruir el espíritu de amor y libertad que Chávez legó a su pueblo. Pero entonces utilizará un arma devastadora, mortal y tremendamente dañina, que será procurar crear división en nuestras fuerzas. Procurar crear intrigas entre supuestos bandos que ambicionan el poder. Procurar desintegrar al PSUV, al gobierno, a los líderes bolivarianos. Esa será una batalla en la que es experta la CIA. No dejarse confundir y no caer en provocaciones deben ser reglas de oro para mantener la revolución.