La política, en su dialéctica incontenible y multifacética, viene marcando los rumbos del nuevo cuadro político después del fallecimiento del comandante Chávez. La lucha de clases se expresa de complejas formas porque un torrente de fervor e ideología chavista se desborda incontenible por los caminos de la Patria y nada ni nadie lo puede contener, frenar, detener. Un tsunami de pueblo chavista avanza y la derecha oligarca y el imperialismo tiemblan. Una candidatura presidencial clandestina, registrada con señales de humo ante el CNE así lo evidencia. Una candidatura derechista golpista y subversiva que tiene un sólo programa: el odio.
El dolor inicial de nuestro pueblo por el inesperado fallecimiento del comandante se ha ido transformando en energía política, en un movimiento telúrico desconocido e imponente en los anales de la política venezolana y latinoamericana; puede afirmarse que si el 7 de octubre Chávez obtuvo más de 8 millones de votos, en las elecciones del 14 de abril se podrían superar los 10 millones o alcanzar esa cifra.
El camarada Nicolás Maduro quien va montado en el caballo de hierro que conduce el propio comandante Chávez, cabeza y líder del movimiento bolivariano y chavista ahora transformado en el guía espiritual y figura principal de la revolución bolivariana y socialista, tiene sobre sus hombros el tremendo compromiso de echar adelante el Programa de la Patria.
Ya se cumplió el mandato del 8 de diciembre de 2012 del comandante Hugo Chávez cuando, previendo un desenlace negativo de la operación que le harían los médicos para tratar de combatir el cáncer, señaló entonces como una orientación y línea política, que el camarada Nicolás Maduro –de darse esa terrible circunstancia como en efecto ocurrió a los casi tres meses de aquel anuncio– lo sucediese en el mando de la República y continuador del programa revolucionario de construcción del socialismo del siglo XXI.
Naturalmente la muerte del comandante Chávez activó la dirección colectiva de la revolución, ya él lo había dicho en aquella inolvidable reunión, no podía la revolución depender de un solo hombre. Su muerte y lo que viene aconteciendo en Venezuela desde ese infausto día, viene a corroborar tan acertado señalamiento: la dirección tiene, obligatoriamente, que ser colectiva no de una persona o un grupo. Eso es lo que quisieran los enemigos del pueblo, en primer lugar el imperialismo yanqui, después la vil y canalla oligarquía o burguesía criolla, sus decadentes partidos, sus mercenarios, sicarios, testaferros. Por eso la dirección colectiva y la unidad más férrea son categorías indispensables para preservar la revolución.
Otro elemento, quizás más trascendente por sus magnitudes e importancia, fue lo que se ha denominado como el tsunami humano más impresionante que se pueda imaginar en los últimos tiempos que plenó las calles de Caracas el miércoles 6 de marzo. Multitudes compactas, llorosas pero resueltas, que coreaban consignas como: “Chávez vive, la lucha sigue”, en aquella larga marcha de 12 kilómetros y 7 horas desde el Hospital Militar de donde salió su féretro hasta la Escuela Militar en Fuerte Tiuna, donde lo pusieron en Capilla Ardiente. Pudiera decirse que aquella espontánea movilización, mejor dicho el llamado que Chávez le hizo a su pueblo para que lo acompañara, sorprendió a muchos y calló momentáneamente a la derecha y su fascismo artero, canalla, vil, sucio, rastrero, inmoral, bajo, porque le tiene miedo al pueblo y allí estaba ese pueblo testimoniando amor por un hombre al que consideran el Libertador de esta época, testimoniando apoyo a su ideario revolucionario y socialista.
Allí estaba ese pueblo acompañando al camarada presidente Hugo Chávez, a Nicolás y a la dirección revolucionaria que iba mezclada, como pueblo que también es, pero trazando una línea al futuro presidente Maduro y a la dirección revolucionaria de mandar obedeciendo, no a una masa adolorida sino al poder popular, al pueblo organizado y construyendo las Comunas.
Vendría después, a partir del jueves 7 de marzo, otro impactante fenómeno político, social y humano, las kilométricas colas de compatriotas para ver al comandante en su lecho y testimoniarle que seguirían su lucha. Millones de personas desfilaban pacientes, bajo el sol ardiente, la sed, esperando un día o dos, calándose el frío de la madrugada a cielo abierto, esperando 20, 15, 10, 8 horas para, en sólo segundos, no sólo ver al gigantesco hombre sino decirle un hasta luego o hacerle un juramento de lealtad, de fe revolucionaria, de invocación a los poderes cosmogónicos del universo de que no permitirían que se perdieran las conquistas sociales, los avances, los logros de la revolución y que cada uno se aprestaba a luchar en el concejo comunal, en el sindicato, en la liga campesina, en la Universidad, en la Aldea Universitaria, en el liceo, en la fábrica, en el cuartel, en el edificio que le entregó la revolución, en la selva o la montaña, en el llano, frente al mar o en el barrio.
Más de una semana de larguísimas colas por parte del pueblo, no de gente derrotada, desmoralizada; compatriotas tristes pero resueltos, ya se dijo, un pueblo decidido a la defensa de su poder popular, a su profundización, a su radicalización, armas contra el odio de la derecha que ofende al comandante ido, calumnia a su familia y provoca al pueblo buscando el caos social con fines inconfesables.
(humbertocaracola@gmail.com)
(Con Chávez, Maduro y la revolución bolivariana y socialista, todo) (Con Chávez, Maduro y el Poder Popular, la revolución está segura)