Venezuela en los últimos años hizo un esfuerzo enorme por superar las grandes desigualdades sociales. La lucha contra la pobreza, fenómeno inquisidor de humanidad, de la inexistencia del ser, fue parte fundamental que el pensamiento de Hugo Chávez nos dejó como sendero para la búsqueda de esa isla de Utopía que Tomás Moro nos recreaba como parte de un ideal entre los integrantes de aquella Polis planteada por Aristóteles.
En tal sentido, ¿quién pudiera negar los avances (más allá de los retrocesos), en los 14 años que Chávez estuvo en el poder, concretados en la disminución de la pobreza? ¿Quién pudiera negar que surgió un pueblo activo en el ejercicio de sus derechos políticos, cuyas voces han retumbado con el reclamo por tener en nuestra sociedad el lugar que les fue negado por parte de las politeias (oligarquías criollas), en el acceso a tener alimentos, educación, salud y vivienda y hasta el ejercicio de su cultura? ¿Quién pudiera negar hoy, no sólo la equipolencia de derechos entre el hombre y la mujer, sino que los discapacitados encontraron la reafirmación de sus valores como humanos, al haber sido excluidos de sus capacidades en el infortunio de una sociedad capitalista?
Es por ello que las tesis planteadas en su momento por el propio Aristóteles, Rousseau, Marx, Gramsci, Lenin, o más recientemente Dussell, no son simples entropías teóricas. Los efectos perversos de las guerras del siglo XX. La caída del muro de Berlín, los actuales conflictos étnico-religiosos entre el norte y occidente de África y Asia, respectivamente; las tensiones políticas entre Corea del Norte con su coetánea del Sur y Estados Unidos. La crisis capitalista de Europa que comienza a impactar significativamente la vida de su población, son hechos que nos obligan a plantear otros escenarios de cuyos sentidos, soy quien se expresa en primer orden por una Regeneración del Pensar que se desprenda por completo de un debate inútil de “izquierda” o “derecha”, entre cuál o tal modelo político, económico o social es mejor o peor.
Es impostergable asumir que el objetivo prioritario de los Estados debe estar orientado hacia un mundo apartado de mezquindades, que valore significativamente los recursos naturales y energéticos, que respete la soberanía y cultura de los pueblos, y comprenda que nunca habrá paz verdadera, mientras haya explotadores y explotados. Cuando se asuma que somos nosotros los que pertenecemos al planeta y no que éste nos pertenece. Cuando se neutralicen las ambiciones de control político y económico que las grandes “potencias” aún monopolizan en el pensamiento de subordinados controlados en estructuras de “gobiernos”; cuando eso ocurra, ese día estaremos en condiciones mentales y espirituales para enfrentar un porvenir, el cual pareciera cada vez más apartado de la incertidumbre.
En Venezuela, una oposición a ultranza en la mayoría de sectores medios y altos (conocidos como antichavistas), y la defensa de quienes apoyaron en su momento al presidente Chávez, llevaron a la sociedad a una crispación en términos de lo que algunos señalan como “mito bifronte” (paz o guerra, claro u oscuro, bueno o malo, vida o muerte), y que en nuestro caso, el complemento de esa diatriba se resume entre socialismo o capitalismo, o si lo prefiere más radical, comunismo o neoliberalismo, e incluso, nos dejaron la tarea de redefinir, además de lo mencionado: ¿qué es democracia, dictadura, totalitarismo, libertad de expresión o sumisión de poderes?
Lo social y económico del siglo XXI comienza a escribirse. Por ahora, aunque algunos lo nieguen, Chávez, para bien o para mal, escribió una historia política sobre ese pensar y ese pensamiento. Ese es su legado.
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