El Che, columna vertebral de la revolución contemporánea

Si no fuera porque sus ojos los obligaron a cerrarse, hoy, con el peso del tiempo a cuestas, acompañados de las arrugas de la sabiduría, Ernesto Guevara de La Serna, “El Che”, tuviera 85 años.

Las balas parricidas en la Bolivia del autócrata René Barrientos cegaron su vida aquel infausto 9 de octubre de 1967, pero jamás sus ideas; ésas que esquivan las imaginarias fronteras del mundo y se convierten en estímulo para millones de personas que anhelan la posibilidad de un mundo mejor.

“Esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado andar. Y su marcha de gigantes ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia por la que ya han muerto más de una vez inútilmente”, expresó Guevara, el 11 de diciembre de 1964, ante un colmado auditorio de la Organización de Naciones Unidas donde cada aplauso que resurgía en la mayoría de los delegados se traducía, al mismo tiempo, en millones de palmadas de los históricamente explotados en la Tierra.

Ese día disertó, con magistral claridad, que mientras los pueblos económicamente dependientes de las naciones ricas no buscaran la manera de liberarse de la lógica del mercado, con el respaldo del bloque socialista, “no habrá desarrollo económico sólido, y se retrocederá, en ciertas ocasiones, volviendo a caer los países débiles bajo el dominio político de los imperialistas y colonialistas”.

“Ni tantito así…”

Mientras alertaba, en cualquier escenario, sobre el peligro que representaba el imperialismo, en especial el estadounidense, para el llamado “tercer mundo”, El Che consideró que los revolucionarios del planeta jamás debían emular las políticas impulsadas por las clases dominantes en función de obtener resultados eficaces para la solución de los problemas estructurales. En contrario, advirtió que “ni tantito así” se le debía otorgar al sistema imperante, ni mucho menos utilizar sus “armas melladas”, basadas en el saqueo y el despojo mediante la imposición de la fuerza.

Para él, la solución que se debía alcanzar tenía que estar regida, necesariamente, por valores y principios consecuentes con las ideas de transformación radical al orden impuesto por las grandes potencias. “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria pero, al mismo tiempo, luchamos contra la alienación”, sentenció para ejemplificar que el grado de madurez y conciencia política del individuo, como ser transformador, era una tarea inaplazable en los procesos de cambios.

Guevara partió de esa premisa en su ensayo, “el cuadro, columna vertebral de la revolución (1962)”, donde argumentó que en cualquier régimen que siente las bases del socialismo era inconcebible que sus dirigentes no tuvieran un elevado desarrollo ideológico que les permitiera interpretar las directrices emanadas del poder central, hacerlas suyas y transmitirlas correctamente a la masa.

“El cuadro es la pieza maestra del motor ideológico que es el Partido Unido de la Revolución. Es lo que pudiéramos llamar un tornillo dinámico de este motor; tornillo en cuanto a pieza funcional que asegura su correcto funcionamiento, dinámico en cuanto a que no es un simple trasmisor hacia arriba o hacia abajo de lemas o demandas, sino un creador que ayudará al desarrollo de las masas y a la información de los dirigentes, sirviendo de punto de contacto con aquéllas”.

Su visión sobre el humanismo y la causa común se encontraba lo suficientemente estructurada para definir que, dentro de ella, el hombre y sus principios actuaban como los propulsores encargados de parir al hombre y la mujer más avanzada.

“La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no sólo en la conciencia individual, en el que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este periodo de transición con persistencia de las relaciones mercantiles”, precisó en su artículo “el socialismo y el hombre en Cuba”, cuyas reflexiones quedaron plasmadas en la carta enviada al director del semanario uruguayo “La Marcha”, Carlos Quijano, publicada el 12 de marzo de 1965.

En ese mismo escrito, inicialmente titulado “desde Argel, para Marcha. La revolución cubana hoy”, Guevara combina planteamientos económicos y políticos con el propósito de delimitar los vínculos de solidaridad y nuevos paradigmas en el proyecto de cambio del futuro, encarando el individualismo y egoísmo frente al sacrificio y solidaridad “como únicos elementos válidos para alcanzar la liberación nacional y global”.

Eterno “pecador”

De acuerdo a la definición del escritor uruguayo, Eduardo Galeano, El Che, fue de aquellos hombres que “hizo lo que dijo y dijo lo que pensó”, ironizando que para el imperialismo un hombre con esas características comete “un pecado imperdonable”.

El Guerrillero Heroico sentía como propio el golpe dado en la mejilla de los históricamente excluidos. “No hay fronteras en esta lucha a muerte, no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo, una victoria de cualquier país sobre la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos. El ejercicio del internacionalismo proletario en no sólo un deber de los pueblos que luchan por asegurar un futuro mejor; además, es una necesidad insoslayable”, manifestó en su escrito “crear dos, tres, muchos Vietnam es la consigna” publicado el 16 de abril de 1967 en un suplemento especial de la revista Tricontinental, mientras ya se encontraba de incognito en Bolivia.

Muchas cosas se pueden decir del argentino-cubano. Como todo líder, despertó hermosos y oscuros sentimientos en las personas, pero en algo coinciden tirios y troyanos: el valor y su capacidad de desprendimiento por los demás no se consiguen a la vuelta de la esquina.

El Che fue un pensador marxista en el discurso y la acción. Por eso, se propuso, luego del triunfo de la Revolución Cubana, el 1 de enero de 1959, la tarea de generalizar y sistematizar esa experiencia al resto de los pueblos que clamaban por su redención plena.

En estos momentos de cambios, sobretodo en Latinoamérica, su pensamiento está más vigente que nunca, a decir con José Martí, el apóstol cubano, “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.


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Oswaldo López Martinez

Periodista de @CiudadVLC/ Moderador del programa #EnLaCumbre, por @RNVcentral 90.5 FM

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