Encarrilados hacia el socialismo en los territorios rurales, es decir armonizando la relación Pueblo-Tierra, una de las dificultades que encontraremos con la revolución en la agricultura serán las brechas tecnológicas, las cuales muy preliminarmente pueden agruparse en dos tipos: 1) Aquellas brechas que se han generado por la ausencia de una integración efectiva entre los centros de investigación y los productores del campo, para el reconocimiento mutuo de los saberes y los procesos de formación permanente y 2) aquellas brechas que surgen de una propuesta de transformación del modelo socio-productivo, que incluye la superación del modelo de altos insumos de la revolución verde por otro de bajos insumos y en avance permanente hacia la producción agroecológica.
Un estudio que se está envejeciendo colgado en la red y en las gavetas olorosas a alcanfor de los burócratas; es aquel sobre el perfil tecnológico de la agricultura venezolana. Allí existe la evidencia de la facilidad de transferencia y adopción de tecnologías por parte de aquellos que están produciendo en el esquema de la agricultura industrialista, entre tanto, los medianos agricultores y los campesinos distan entre el 30 y 70 % de la posibilidad de utilizar los referenciales tecnológicos conformados en el país, para diferentes rubros. Lo interesante del estudio es que esa información también reveló por análisis que si bien pueden existir críticas al modelo de investigación dominante hasta estos años, hay una enorme cantidad de logros que pueden servir de apoyo al relanzamiento productivo de la agricultura. En efecto, al cierre del año 2007, el Instituto Nacional de Investigaciones Agrícolas (INIA), parte de la nueva institucionalidad necesaria para refundar el Estado, estaba desarrollando los planes nacionales de semilla, de agricultura familiar y de pequeña escala y acuicultura continental, todos en un contexto de la innovación para el fortalecimiento de la producción y con una alta interacción social, además de llevar una agenda de proyectos para fortalecer la producción de bioinsumos y de servicios tecnológicos de apoyo a los productores. De manera que las tecnologías nacionales que no se utilizan adecuadamente, son parte de la compleja situación de desmontaje histórico a que ha estado sometida la agricultura. Ha sido más una ausencia de políticas sobre el uso de los logros tecnológicos que la ausencia de estos. Cierto también es que hay áreas de investigación de mayores avances y otras de muy lento desarrollo.
Pero, la revolución de la agricultura pasa por reconocer que sin ciencia y tecnología para la innovación, en armonía con los saberes tradicionales y ancestrales, es imposible dar los pasos gigantes que se requieren para hablar con propiedad de soberanía alimentaria. No se puede cambiar una dependencia tecnológica por otra, por eso, las relaciones con nuestros aliados geoestratégicos pasa por potenciar nuestra capacidad de generación de soluciones nacionales, antes que incrementar la compra indiscriminada de tecnología.
En relación al sustento de un cambio radical en el modelo productivo, desde lo social, lo económico y lo típicamente productivo, la revolución debe fortalecer algunas áreas que permitan lograr las metas que se planifiquen bajo estos nuevos lineamientos del presidente Maduro. En principio la agricultura familiar y periurbana deben abordarse desde la generación de conocimientos y tecnologías, la organización social para la producción, entre otras el enfoque comunal; la producción de bioinsumos, entre otros la diseminación en el territorio nacional de las capacidades de producción de controladores biológicos, biofertilizantes y semillas. Este es un esfuerzo sobre el cual la revolución ha dado pasos de avances y retrocesos, pero allí hay una experiencia, un acumulado que escrutado puede dar la base para un relanzamiento exitoso de la producción de bioinsumos. Además se cuenta con muchos militantes de la agroecología, de sus principios y de las prácticas agroecológicas, que no existían al inicio de la revolución, abnegados y persistentes, aunque en algunos casos, lo que muchos agrónomos aceptamos como temas de debate, ellos lo asumen como dogmas indiscutibles.
Las brechas tecnológicas nunca deben ser una excusa para seguir impulsando las importaciones de tecnología. Hay riesgos en puerta: dependencia y vulnerabilidad. Incluso, no retomar con ahínco el plan nacional de semillas puede dar lugar a un “paro semillero” dirigido desde la derecha nacional e internacional, que tendría consecuencia políticas de magnitud similar al paro petrolero.
Por otra parte, nuevamente aparece en estas ideas la necesidad de un enfoque eco-regional para las aplicaciones tecnológicas logradas con esfuerzo nacional. Es cierto también, que nunca antes hicimos la aclaratoria que la revolución en la agricultura, forma gruesa de presentar el tema, implica la atención de las diversidad de agriculturas que se dan en el país según las potencialidades territoriales, que obligan a disponer de tecnologías específicas sobre la cual los agricultores deben ser parte de la identificación de las necesidades tecnológicas y a su vez actuar con sus saberes, en sistemas de investigación participativos.
Es necesario que el Estado promueva un plan de mediano y largo plazo en ciencia, tecnología e innovación para acompañar la revolución en la agricultura.
¿Estamos preparados para superar las brechas tecnológicas que pudieran limitar la revolución en la agricultura?