Hace algunos años un neurólogo francés llamado Pierre Janet dedicó buena parte de sus investigaciones a estudiar a aquellos pacientes que, a pesar de estar enfermos, hacían gala de una falta absoluta de preocupación frente a una disfunción corporal severa como una especie de mecanismo de evasión para no aceptar su nueva realidad. Podían, por ejemplo, quedar ciegos repentinamente y por mucho tiempo seguir actuando como si vieran, hasta que las limitaciones propias que la realidad le imponía poco a poco les hacían caer en cuenta de su nueva condición. Este comportamiento fue llamado como “bella indiferencia” y afecta tanto al paciente como a quienes le rodean pues no saben cómo actuar ante la actitud del enfermo y en ocasiones se encuentran confusamente enredados en las fantasías del mismo.
Es natural que una persona que si durante su vida ha estado sana se enferme repentinamente asuma comportamientos de negación. Parte de esa negación tienen que ver con la postura de minimizar los síntomas de la enfermedad o ignorarlos abiertamente a pesar de las evidencias en contra. Cuando inevitablemente se agravan los síntomas aparece entonces, como un mecanismo de defensa, el comenzar a buscar culpables en todas partes señalando los más variados motivos que pueden ir desde el trabajo, el jefe, los horarios, la familia o lo que sea. Curiosamente, en muy pocos casos el individuo llega a preguntarse cuál es su responsabilidad en lo que le está sucediendo o qué hizo para que le pasara eso. Este trastorno, como el de “la bella indiferencia” a veces van asociados y se complementan como mecanismos empleados por los individuos para desconocer o desconectarse de la realidad.
Cuando la situación política del país amerita que, desde las instancias del gobierno, se haya convocado a un diálogo entre sectores contrarios se está actuando con la responsabilidad que significa asumir y entender que hay una situación conflictiva que no es positiva para nadie y que requiere la búsqueda de soluciones.
No obstante, cuando en medio de las conversaciones hay diputados de la oposición que insisten en que las protestas deben continuar porque el socialismo no ha hecho sino fracasar y, además, hay que plegarse a una serie de condiciones absurdas, como la liberación de varias personas que cometieron delitos y están presos, si se quiere avanzar en la búsqueda de la paz, nos damos cuenta entonces que una buena parte de los representantes de la derecha venezolana están bastante disociados de la realidad al mejor estilo de cualquiera de los pacientes con los síntomas descritos anteriormente.
Esta disociación simplemente es producto de la enfermedad del odio que corroe sus almas y que nació desde el momento en que comenzaron poco a poco a perder el poder político y todos los privilegios que groseramente ostentaron en nuestro país. Este odio los lleva a ser violentos en extremo pero, a la vez, a negar su enfermedad, a querer seguir comportándose como si todavía vivieran en la Cuarta República y por supuesto, ante los más mínimos indicios que puedan delatar su condición, a buscar culpables en todas partes menos en su propio patio. Este comportamiento, lamentablemente, termina por arrastrar a sus seguidores quienes confundidos reaccionan violentamente y probablemente en muchas ocasiones muchos de ellos no saben por qué están en la calle. Eso sí: Nunca, pero absolutamente nunca, llegan a preguntarse qué hicieron o cuál es su responsabilidad para que la situación halla degenerado en tanta violencia sin sentido.
Afortunadamente, dentro de los representantes del chavismo existen diputados que en medio del diálogo con sus palabras contribuyeron a darle una dosis de realidad a tanto representante disociado de la oposición y supieron refrescarle la memoria a quienes olvidaron la forma como el Puntofijismo hizo que sus viejos y nuevos representantes estén totalmente deslegitimados y carentes de moral a la hora de hacer cualquier exigencia política.
Los señores de la oposición deberían comenzar a asumir claramente que el estado de su triste y fragmentada realidad política en la que se encuentran ahora es única y exclusivamente responsabilidad propia. ¿Qué hice yo para merecer esto? ¿Cuál ha sido mi responsabilidad? Son cuestiones que, como punto de partida, tienen que sentarse a analizar concienzudamente y dejar de buscar responsabilidades en el otro bando si verdaderamente quieren que el diálogo por la paz sea constructivo y fructífero.
No está demás decir que no ha sido el chavismo el que ha quemado universidades, incendiado un pre escolar con los niños adentro, secuestrado camiones repletos de combustible, hostigado a vecinos en urbanizaciones, atacado instalaciones de transporte público y pare de contar, por lo que difícilmente se le puede asignar a los chavistas algún tipo de responsabilidad mayor en el conflicto que estamos viviendo. En todo caso, si hubiera que asignarle una sería la de haber sido tolerantes en extremo con quienes han venido fomentando el odio y la violencia desmedida.
William Faulkner decía que la inteligencia es la capacidad de aceptar el entorno. Esta ocasión es propicia pueda demostrar entonces que realmente la inteligencia puede ser algo que no les resulte ajena a pesar de la enfermedad de odio de muchos de sus líderes.