5 de marzo

El día amaneció denso, los pájaros no cantaban, las flores se veían mustias y sin color y no tenían su perfume, el viento estaba quieto, el calor invadía intensamente, era un calor canicular que penetraba en todo como si fuese algún presagio de algo terrible, o tal vez, un lenguaje que no podíamos entender. Así estuvo casi todo el día.

Después del mediodía recibo un mensaje alarmante. Las autoridades emiten un comunicado, y aparecen en la pantalla con rostros graves, adustos, señalando que se había agravado. Empecé a entender el significado del lenguaje de ese día.

La inquietud empezó a apoderarse de todos, pero siempre con la esperanza como bandera. Y el sol inclemente, castigando con dureza todo lo que envolvía.

Los comentarios eran como si se quisiera huir de una realidad cruel que se avecinaba, era como si estuviésemos entrando en una pesadilla sub-realista.

A las 4 y 25 de la tarde vino el final y con él vino la desesperación, la incredulidad. Nuestros cuerpos se descomponían como si quisiéramos ofrecernos para cambiar nuestra vida por la de él.

En ese mismo instante nuestros corazones empezaron a latir con más fuerza, las lágrimas corrían a raudales, y mi llanto, y los llantos de todos se unieron y formaron un río cuyo murmullo era de lamento, de desesperación, de incredulidad, de tragedia. Lloré junto a los míos, todos lloraron junto a los suyos. Era un llanto colectivo que llegaba al infinito.

En ese viacrucis, la tarde empezó a refrescar. Había una brisa fresca, casi un rocío. Era su espíritu que llenó el Universo, como dijo alguien “su espíritu y su alma eran tan grandes que su cuerpo ya no aguantó y salió”

El artero golpe que nos dio la vida sesgando la vida de alguien que amaba la vida, y que daba la vida por los más pobres, como en efecto la dio, nos golpeó de tal manera, que este dolor quedó gravado como testimonio del amor que le profesamos.

Los que no le conocieron fueron las mentes más débiles, más susceptibles, y fue fácil instalarles el odio y la mentira. Si le hubiesen conocido, les hubiera quedado la dicha de haber amado y conocido a un ángel vuelto sabio.


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Eduardo Ramos


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