El movimiento popular que llegó a alcanzar una dinámica propia y radical, se originó desde la misma raíz del conflicto social y el sentimiento clasista, finalmente fue la expresión constituyente del proceso revolucionario bolivariano, trágicamente ha sido digerido por su contraparte histórica, por la otra cara del proceso: la burocracia, la nueva burguesía que creció de los beneficios del Estado rentista. En medio de una crisis económica, de una tensión creciente por la cada vez más baja calidad de vida del pueblo en general, las elecciones nos traen una nueva coyuntura, es hora de elegir. Rápidamente la vieja lógica del bipartidismo se instala en la propaganda electoral: hay que votar por el menos malo, por el que roba pero no es tan malo como el otro, o cualquier otra manipulación demagógica. El impulso que nos trajo hasta aquí, el movimiento popular que abrió un proceso revolucionario en este país, es reducido a lógica fatalista del “mal menor”. La lógica populista que aplastamos el 27 de febrero y el 13 de abril hoy renace con nuestro lenguaje, con nuestros símbolos, disfrazados de nosotros. Ya hemos analizado y todavía nos faltará debatir más las razones que nos trajeron a esta situación, nuestra tolerancia a la burocracia, a la corrupción y a la imposición, la falta de autonomía del movimiento popular, el clientelismo, el rentismo, etc., pero hoy nos toca recomponernos para el escenario que viene. El problema al igual que en la cuarta república no son en sí mismo las elecciones, sino la situación que se desarrolla debajo del festín electoral: un descontento popular que desborda la política y unas élites nuevas y viejas que pelearan o negociarán una nueva forma de repartir la poca renta petrolera según las relaciones de fuerza que arrojen las elecciones.
Pero a diferencia de la cuarta república en que estaba clarito quienes eran los partidos de las élites, hoy el movimiento popular tiene su gran debilidad en una identidad profundamente chavista que no sólo lo identifica con el Comandante Chávez sino con la nueva burguesía bolivariana, con la burocracia que hoy gobierna. El chavismo como identidad revolucionaria ha llegado los límites de sus mismas contradicciones y el movimiento popular se ha diluido en la marea de funcionarios públicos en los actos electorales del Psuv.
La gravedad de la situación nos llama a reencontrarnos en una lógica de clase, a reencontrar la identidad rebelde del 13 de abril, a recuperar nuestra identidad, sí, chavista en su mayoría, pero sin ningún tipo de relación con cúpulas, con militares corruptos, sin ningún comprometimiento con los hilos del poder de los que hoy gobiernan y reparten la crisis sobre nosotros. Ya no nos sirven (y la verdad nunca sirvieron) cálculos tácticos, alianzas clientelares, la crítica rezando que nos oigan. Ya no hay debate político que valga, la élite tiene unos intereses, unas reales que tomar, un proceso de acumulación que mantener y punto. Mientras tanto el descontento general, hoy es funcional electoralmente a las viejas élites agrupadas en la Mud, por la ausencia de la voz rebelde del movimiento popular. Pero un solo grito insurgente, reconfigura la situación. El descontento tiene un reflejo de clase, de pueblo, pero que si no empalma con un nuevo movimiento popular dispuesto a avanzar contra la lógica del Estado y sus élites, puede ser el origen del fascismo ya no de una clase media conservadora radicalizada, sino de una terrible frustración y degeneración de cualquier horizonte popular.
El 6 de diciembre habrá una nueva reconfiguración de las clases dominantes y el movimiento popular tiene que hacer lo propio para no sólo enfrentar los nuevos escenarios sino profundizar el legado 17 años de proceso revolucionario, el horizonte de poder y autogobierno popular, el horizonte de la sociedad libre.