La democracia, más que el sistema liberal electoral-representativo, sino como práctica social, como política, está absolutamente fracturada. No hablamos desde una añoranza de instituciones eficientes o de alguna idea de Estado liberal, estructuras que finalmente coartan la democracia de la sociedad en sus movimientos internos. Más bien hablamos del movimiento "democratizante" que, al calor de su propia lucha, va construyendo un sujeto social que no genera despotismo (principio de subordinación) sino su propio gobierno, un sujeto autogobernante. También se podría relacionar con la democracia como realización de los intereses de las clases populares y su reafirmación como sujeto y poder colectivo, esa definición que utiliza Juan Uslar Pietri al llamar a Boves, "el primer caudillo de la democracia venezolana".
Ese proceso "democratizante" que en algún momento estuvo en ascenso, hoy está totalmente acabado. La crisis de la democracia en Venezuela no tiene que ver con las elecciones nacionales o el referendo (cuya situación expresa un terrible autoritarismo de parte del gobierno) sino con la fractura y cooptación de un movimiento que parecía dirigirse a la construcción de un nuevo "gobierno de todos y todas" a partir de estructuras de poder popular, empresas sociales, comunas, etc. Ese movimiento, cooptado por la lógica del Estado rentista, terminó auto-disolviéndose en su contrario, en un poder corporativo-estatal, y hasta mafioso.
Vale la pena una reflexión sobre ese poder corporativo del que hablamos. Esta institución surge de la unión entre el poder político y económico para imponerse por la fuerza en los períodos de crisis de la primera postguerra europea, el corporativismo fue la política económica del fascismo. Al ser derrotados –los fascistas– fracasa su nacionalismo reaccionario, pero el corporativismo se expande como institución capitalista primero protegida por el Estado de Bienestar y luego "libre", globalizada y omnipotente con los ajuste neoliberales. Se convierten en la síntesis final del acumulado de poder –económico y por supuesto político– que terminan controlando la sociedad y la vida en general como centros de comando del gran capital que no tienen que someterse a ningún proceso de legitimación, más que a sus propios intereses.
Hay un cruce entre el desarrollo del capitalismo financiero, corporativo y globalizado, y los sistemas estatistas-burocráticos en cualquiera de sus variantes (como está siendo el caso de Venezuela). Tanto uno como otro modelo han terminado generando una centralización del poder político-económico al que incluso la democracia –ya sea institucional representativa, o directa y asamblearia– que era en un primer momento el mecanismo de legitimación del poder, se convierten en obstáculos y luego amenazas. Ambos modelos tienden a sintetizarse en grandes corporaciones (privadas o estatales), cuyo mecanismo es la reproducción de su dominio, pues los intereses que encarnan, se imponen sin mediación.
El poder corporativo ejerce una relación despótica sobre la sociedad, sin la necesidad de ningún mecanismo de legitimación. La democracia electoral termina siendo la elección entre una u otra forma de liderar el poder corporativo, pero no de cuestionarlo. El ideal democrático liberal al enfrentarlo a la realidad, se convierte en el control mediático y financiero de las campañas electorales y del sistema político en general.
Ahora, en Venezuela se ha construido un sistema mixto a partir del Estado rentista. El gobierno ha construido un sistema económico público, corporativo, de manejo autoritario y centralizado de la economía desde las cúpulas políticas y económicas. El manejo parece tener una forma similar a las corporaciones privadas, por medio de un poder que no busca legitimarse, sino reproducir una relación despótica, de subordinación. Incluso las Fuerzas Armadas se convierten en una fuerza corporativa, con la gran cantidad de empresas que controlan, además del semi-monopolio de la violencia (compartido con los pranes y las bandas armadas). El Estado corporativo, y sus élites no admiten ninguna soberanía popular, sólo los propios intereses que generan.
El Estado y el Capital reproducen su formas despóticas de poder relacionándose como una misma formación, beben uno del otro, tanto el corporativismo neoliberal como burocrático son formas de interactuar entre sí, según las condiciones de cada país y su relación con el sistema mundial.
La burocracia en Venezuela tiene sus propios métodos de control social, y es bastante evidente que el control político de los poderes públicos han impedido elecciones nacionales o regionales. Pero también han logrado impedir las elecciones en las propias organizaciones de las clases populares. En PDVSA y Ferrominera, el TSJ ha congelado las elecciones sindicales. En las recientes elecciones sindicales del Metro de Caracas, gana la plancha impulsada por el gobierno y el PSUV, a través del chantaje, las amenazas, el ventajismo, el amedrentamiento policial y parapolicial, y las irregularidades en las mesas de votación. Unas elecciones en donde la comisión electoral fue escogida exclusivamente por la plancha del PSUV, y en donde las mesas electorales tienen alrededor de 8 o 9 testigos del PSUV y 1 o ninguno de "Renovación Laboral" (la plancha alternativa). El control burocrático de las elecciones se llegó a expresar en mecanismos como la expulsión de los trabajadores que se identificaban con "Renovación Sindical" de las listas de las bolsas de comida, subsidiadas por el Estado.
Otro caso relevante fue el de las elecciones estudiantiles en la UCV. El TSJ elimina las elecciones por una vaga denuncia de unos pocos estudiantes pro-gobierno sobre irregularidades en el proceso electoral, el movimiento estudiantil controlado por los partidos de la MUD, "desobedece" y llevan a cabo las elecciones. Pero finalmente es más propaganda que realidad, pues se llevan a cabo las elecciones de centro de estudiantes, porque estas no están en ninguna ley y por lo tanto no pueden ser eliminadas por el TSJ, pero las elecciones de representantes a los co-gobiernos universitarios, no se realizan, obedeciendo la sentencia del TSJ. ¿Qué pasó? Las cúpulas de los partidos de la MUD, al igual que han aceptado la eliminación del referendo revocatorio, la postergación indefinida de las elecciones regionales, parece que o negociaron algún acuerdo, o simplemente siguen su tendencia a estabilizar cualquier conflicto.
El gobierno ha decidido –corporativamente– no dejar espacio a cualquier intento democrático de sustraerse de la subordinación. En el gobierno de un "presidente obrero" hay más democracia para los empresarios que se reúnen permanentemente a ajustar los precios, que con los trabajadores que intentan des-burocratizar su sindicato.
El poder en Venezuela no solo involucra al gobierno y el PSUV, también a los empresarios que se reúnen en la mesas de dialogo con el gobierno, en los diálogos públicos o no, entre el gobierno y la MUD, etc., en los espacios de síntesis de la clase política y económica, en esa misma síntesis de clase dominante es donde se crece el espíritu corporativo y despótico que comentábamos.
Las élites económicas y políticas se acomodan en sus formas dialogantes o polarizadoras, acumulando cada uno su capital político, pero la síntesis corporativa del poder se viene levantando de una u otra forma, con las características propias del modelo rentista y mafioso (véase: http://frontal27.com/criterios-de-analisis-1-la-formacion-del-estado-mafioso-la-republica-bachaquera-estado-o-territorio/).
Hoy cualquier política de liberación parte de una práctica profundamente "democratizante" que sustraiga territorios, producción y subjetividades, de la máquina despótica y corporativa del Estado y el capital. En este sentido, es mucho más importante la lucha por la democracia sindical y la participación obrera en el Metro de Caracas, que reconstruya un sujeto soberano a partir de su propio trabajo, que hundirse en las luchas electorales de nuestras élites.
En pocas semanas, tanto los partidos del GPP como los de la MUD se preparan para un proceso viciado de legalización, claramente favorable al gobierno y posiblemente a la oposición más dialogante. Frente a la posible cooptación corporativa total de los procesos electorales, el escenario de la lucha popular, no puede terminar en las denuncias sobre lo autoritario del gobierno o la búsqueda de una institucionalización de las relaciones de poder. Desde ese punto de partida ya no hay nada que buscar para nosotros. Hay que replantear la lucha contra ese autoritarismo, la democracia que necesitamos se funda en cada espacio de gobierno que se le arranque a la clase política, en cada experiencia de gobierno popular.