Vas a cargar tu celular y te lo prohíben; la electricidad es cara. Estás en un cuartucho con tu pareja y tu progenie. Esperas que la demás gente del hospedaje se vaya a su trabajo para no verle la cara amarrada. Tienes semanas sin pagar la renta porque te echaron del bar donde limpiabas pocetas. Eres ingeniera civil. Eso no le importa a nadie, salvo a ti y a tu pareja. Ni siquiera te creen universitaria. Doquiera que llegas te miran feo cuando se enteran de que eres de Venezuela. Aprendes a simular acento chileno, pos.
No puedes salir a buscar trabajo por no dejar sola a tu prole, que no te aceptan en la escuela por falta de papeles que te prometieron que no se necesitarían —y tampoco hay cupo. Tienes que cuidarte porque los medios dicen que las venezolanas están rompiendo familias. Será más difícil encontrar trabajo con esa fama de seducción desmoñada de las hijas de Bolívar y Miranda.
En una hacienda cosechas ají chirel, 300.000 en la escala Scoville de picor y las manos se te destrozan después de 18 horas, sin derecho ni a tomar agua. La tendencia universal con la inmigración es a pagarle menos y a ponerla a trabajar en precariedad.
Supongamos que te va bien, que también pasa, pero no es tu país, no está tu gente, tu familia, tu idiosincrasia simpática, dicharachera, jovial, confianzuda, igualitaria. Las jerarquías son abruptas y la gente las vigila. Enfermarse es malo en cualquier parte del mundo, pero peor fuera de Venezuela, en donde la medicina es de alto nivel y humana. Y aunque la del sector público es deficiente al menos es gratis. En otros países no hay ni eso.
No te creen inmigrante porque andas con dólares y un iPhone. Por eso tampoco te ayudan.
Eres mujer, ergo te irrespetan, te violan, te matan (van 30). Te han hecho fama de… No, me niego a repetir la palabrota machista que te endilgan, no quiero dar eco a esas palabras-armas de destrucción masiva. Pierre Bourdieu advertía que hay que evitar ser hablado por el lenguaje.
Entonces sucede lo insólito: la gente que migró «huyendo de la dictadura» ahora pide regresar a través de un puente aéreo organizado por la dictadura. Eso, dice William Izarra, ha disuadido la invasión que nos están deparando. Sagacidad «maburra», es decir, popular.