El 5 de julio pasado hemos presenciado un soberbio desfile militar. Con sentimientos encontrados. Por una parte, ¿cómo no sentirnos orgullosos de la nacionalidad y su gente? Además, cierto es el antiguo dicho del imperio romano: si quieres la paz, prepárate para la guerra. Una ilustración evidente es la historia de Cuba: si la isla no hubiera estado armada hasta los dientes a lo largo de las últimas décadas, le habría pasado lo de Guatemala, la Granada, Panamá, y otros países en la misma época. Estas naciones pecaron de debilidad o ingenuidad, y con pretextos variados fueron brutal y militarmente avasallados.
Pero nuestros espontáneos reflejos hostiles a la guerra vuelven a la superficie. Hace un mes, el Instituto Internacional de Investigación por la Paz, el Sipri, de Estocolmo, publicaba su informe anual sobre los gastos militares en el mundo. Su conclusión es, de año en año, idéntica: los estados dedican una parte cada vez mayor de sus respectivos presupuestos para la guerra. Aumento global de 6% en un año, y de 45% en diez años. Sólo el presupuesto militar norteamericano representa la mitad de los gastos militares mundiales. Las guerras de ocupación en Afganistán e Irak, la codicia frente a algunos recursos estratégicos, las amenazas reales o supuestas, la pretendida guerra mundial contra el terrorismo, son las justificaciones alegadas. Según el Sr.
Dhanapala, miembro del Sipri y antiguo subsecretario general de la ONU para el desarme, esta alza es "obscena". Y de recordarnos que tan sólo 10% de los gastos militares mundiales bastaría para sacar a todos de la miseria y alcanzar un nivel de pobreza "decente".
Además, ¿será cierto que los gastos militares y la proliferación de las armas contribuyeron a darle mayor seguridad a nuestro planeta? Lo que constatamos en nuestro país es mundial: nunca habrá sido tan insegura la vida e incierto el porvenir. Si así es, no hay otra opción más inteligente que la siguiente: pensar seriamente, en Venezuela y en el mundo entero, en la manera de comprometer nuestros esfuerzos para la paz.
Sin ingenuidad, sin demora, sin prisa, de manera paciente y colectiva. Difícil cuestión de confianza... y de sobrevivencia: la muerte nos amenaza.
Sacerdote de Petare