Mérida amaneció el jueves 20 de noviembre, envuelta en una espesa gasa de silencios. La pertinaz lluvia como un velo blanco cubría las montañas, y poco a poco a medida que se acercaba el mediodía las alegres algarabías de los pueblo colmaron las calles. Bajo un torrencial aguacero el Viaducto de la 16, se llenó de banderas rojas, del pueblo que canta, de los barrios alegres que están viviendo una nueva era gloriosa, soberana, digna e histórica. Es el pueblo que sabe que el que se empapa con la lluvia la suerte le sonríe.
Una lluvia sin embargo, el día miércoles le enfrió totalmente el guarapo a los adecos, que tuvieron que arriar sus banderas sin poder cerrar su campaña. Como empapadas de lágrimas aparecieron los enormes pancartas del candidato blanco William Dávila Barrios, WDB, y del copeyano ex rector Lester Rodríguez. Me asomé a estos zopencos engreídos e irreflexivos, perezosos y mantenidos que pelando de lo lindo, creen que otra vez van volver por sus cargos. La vida de WDB da como para unos tres volúmenes de inmundicia, buenos para los muladares del infierno. Vi el final de aquella jornada adeco-copeyana plagada de derrota, con banderas agachadas, con rostros fríos, heriaticos. Un ordinario gozquejo de muchachos comprados a destajo rodeaban a los cabizbajos candidatos, desilusionados porque no habían podido proferir sus gritos y malditas mentiras contra el gobierno. Cuatro curas disfrazados de pueblo recogían sus gonfalones, al tiempo que se preguntaban: ¿De qué nos sirve Dios ante una masa dispuesta a vender caras sus vidas para defender a su Comandante, y que alzan sus puños y alzan sus voces para que aquí no vuelva la democracia de Betancourt y Caldera? ¿Qué puede hacer la iglesia ante estos gonfalones que se baten sin consideración ni respeto alguno por sus obispos?
Ya no era como antes que el pueblo no decidía nada, sino que todo venía predeterminado por los que se auto-postulaban, los que invertían en el negocio de los partidos. Aquel país de partidos plagados de mafiosos y genízaros. Es cuando caemos en la cuenta de que ahora sí tenemos patria. Aquellos bichos que se votaban a sí mismo según el capital que invertían, se están acabando. Aquel pueblo que se veía obligado a buscar un espejo para ahorcarse echando un voto en cada elección, ya no es el mismo. En Mérida los rostros que muestra la prensa oligarca para los candidatos de oposición son verdaderos maulas y monstruos, adefesios que siempre vociferan reclamando para sí un puesto bajo el caos de las imposturas y de las farsas. Buscadores de voto que ayer nomás eran presidentes de instituciones que ellos llevaron a la bancarrota, y cuyos nombres han corrido por tribunales, siendo acusados de ser terribles estafadores, narcotraficantes, en medio de aquellas viejas administraciones plagadas de justicias.
El pueblo ya sabe cuidarse del que ahora se le acerca para ponerle la mano al hombro, del que le da la mano para arrancarle el brazo: de los que hacen juramentos cuando ya tienen sus almas vendidas al diablo; ya el pueblo no cree en esos gestos y actos teatrales. Dejó de ser iluso, débil y cobarde. Le puso fin a esa cadena de desengaños, con mandatarios que vivían nuestras pasiones, sueños y recursos. ¿Se acuerdan de aquellas multitudes de damnificados del voto que una vez terminadas las jornadas electorales tenían que irse a llorar al Valle por otros cinco años más?
Porque entonces los que vivían exclusivamente de la politiquería carecían de capacidad alguna para ayudarles. Aquella era una función para robar y mentir, para traicionar y masacrar al pueblo.
Pensando en esos damnificados del voto que todavía creen en la asesina y golpista oposición, les digo que no concentren su esperanza en un candidato que emerge del voraz chancro del pasado. Que no pongan su salvación en un individuo como WDB, Lester Rodríguez o Antonio Ledezma. Antes piensen en su patria, en sí mismo, en lo que puedan hacer con su alma y con su cerebro. Que crean en su valor personal a la hora de reclamar sus derechos para que esos canallas no les vuelvan a vivir ni les vuelvan a utilizar vilmente. Que sean fuertes, y capaces de ser útiles y que aprendan a sobrevivir por lo que saben hacer.
Esa es la única y verdadera manera de hacer patria, la ruta de esperanza que nos está indicando el Presidente Chávez. Entonces así todos unidos podremos vencer los rumores criminales en contra del país, fenecerán las crisis artificiales, nuestra nación será poco a poco lo que todos deseamos para ser firmes ante las contingencias. Habrá confianza y seguridad y sobre todo, los roedores de las mil cuevas de Alí Baba acabarán por irse de estas tierras. No encontrarán pendejos a quienes engatusar, a quienes arrastrar, a quienes comprar.
Hay que entender que cuando el país está mal nosotros también tenemos nuestra parte de culpa. Porque cada uno siente ese malestar como parte de la cuota de miseria que se aporta al creer y al aupar con nuestras creencias al mar de estupideces que los medios de comunicación, por ejemplo, promueven contra nosotros. El país está mal dentro de cada uno de nosotros por lo que somos, por la estupidez de las creencias que nos vinieron metiendo desde hace cinco siglos; por la falta de criterio propio, por el temor a la duda, por el temor a ser diferentes, por la incapacidad de mantener una idea propia y por la cobardía de no encarar nuestras propias deficiencias y de no reclamar responsabilidades a ciertos políticos por las inconsecuencias y criminales faltas que cometen. El país no puede estar mal fuera de mí, de lo que soy. Ya no admitiremos nunca más que cualquier personajillo que se haya disfrazado de chavista, venga luego y traicione nuestras esperanzas y pueda permanecer impune en su cargo por todo el período que le dé la gana.
Con un pueblo valiente y consciente de su destino sería rarísimo, que viniera un político a confundirnos y a estafarnos. Sabría que nosotros no le vamos a servir de materia prima para sus negocios. Ya es hora, parafraseando a Bolívar que digamos: “No quiero nada con esos soldados de Lusinchi y Blanca Ibáñez; a ellos adularon y sirvieron en su momento los WDB, los Ramos Allup y los Antonio Ledezma; de ellos recibieron prebendas, ascensos y consideraciones; nada quiero tampoco con esos infames aduladores del barraganato de Carlos Andrés Pérez, con esos esclavos de Rafael Caldera. A esos obedecían y querían los hoy niñitos de Primero Justicia, a esos fieros merodeadores del voto que se les ha querido hacer libres contra su voluntad, contra sus armas, contra su lengua y contra su pluma.”