El proceso revolucionario en Venezuela se ha estremecido en las últimas semanas con motivo de la denuncia realizada por los líderes del proceso, encabezados por el propio presidente Chávez y la dirección nacional del PSUV, contra una pretendida conspiración de un grupo de intelectuales de izquierda que se reunieron en el Centro Internacional Miranda a comienzos de junio con el fin de criticar ferozmente los posibles errores de esta revolución popular.
Estos infelices intelectuales han sido acusados entre otras cosas de:
Representar la ideología pequeñoburguesa, la cual busca impedir la marcha hacia el socialismo en Venezuela.
Pasar por pretendidos “chavistas” cuando en realidad son furibundos antichavistas, ocultos y a punto de saltar la talanquera.
De estar infiltrados por los servicios de inteligencia del imperio, los cuales les orientan para sus actividades saboteadoras de la revolución.
De ser unos perfectos ingratos, pues a pesar de vivir de gorra a costa de la revolución, investigando pajuatadas que a nadie interesan, y a pesar de haberse hecho famosos por repetir esas pajuatadas en múltiples escenarios nacionales e internacionales, amén de los libros y artículos publicados, han osado criticar las debilidades de la revolución, han mordido la mano del amo, y ahora deberán ser castigados implacablemente por la mano firme de los próceres de esta revolución.
Los resultados previsibles de esta gloriosa campaña anti-ideológica que busca lavar el cerebro de la población y desterrar cualquier idea venenosa que puedan haber inoculado estos perversos intelectuales tanto en la militancia de base del PSUV, como en los consejos comunales, sindicatos y demás organismos satélites del partido de la revolución, son los siguientes, por ahora:
Se han abierto las puertas para todo tipo de desmanes despóticos hacia todo aquel que ose criticar las numerosas deficiencias del proceso revolucionario.
Simultáneamente se ha glorificado el analfabetismo funcional, en lo que respecta a la formación político-ideológica, que campea libremente entre numerosos diputados, ministros, gobernadores, alcaldes y demás próceres connotados del proceso.
Se han dado pasos muy peligrosos cerrando las puertas al respaldo que significativos teóricos de la izquierda mundial han venido ofreciendo a la revolución venezolana.
Se ha establecido una separación peligrosa entre intelectuales y pueblo. Pareciera que el pueblo no puede ser intelectual, y debe rechazar inexorablemente cualquier opinión que provenga de estos tipos tan extraños y alejados de la vida real.
También se ha establecido una diferenciación entre intelectuales y dirigentes del proceso. Pareciera que para ser dirigente revolucionario no se puede ser intelectual. El pensamiento crítico ha sido definido como algo totalmente ajeno a la vanguardia política de la revolución.
Los pasos a seguir son de tipo administrativo: ¿Cómo se impedirá, de aquí en adelante, que este grupúsculo de inadaptados continúe emitiendo sus malsanas críticas? La respuesta es obvia. Se prepara una razzia burocrática que no dejará piedra sobre piedra, que arrasará con los habladores de paja que dirigen el CIM, evitará que se publiquen libros y opiniones de estos tipejos, cerrará todo programa de radio y/o televisión en el cual estos personajes estén difuminando su ideología pequeñoburguesa y contrarrevolucionaria, y se impedirá por cualquier medio que alguno de estos enemigos disfrazados puedan ocupar cargo alguno en el aparato del estado o en el mismo PSUV.
Las razones de que una simple reunión de “intelectuales” haya sido valorada de esta forma, y esté siendo atacada casi con los mismos argumentos con los cuales se combate al enemigo de clase, podrían resumirse en:
Los líderes del proceso parten de una equivocada premisa: “nadie tiene derecho a criticar lo que estamos haciendo; la verdad está solamente en nuestras manos; la verdadera política revolucionaria sólo podemos definirla nosotros mismos, y no existe posibilidad alguna de que nos equivoquemos”.
Es una premisa parecida al criterio leninista que Stalin llevó a su máxima exageración: el partido de vanguardia es el que determina el rumbo del proceso, dentro del partido su comité central, dentro del comité central su buró político, y dentro del buró político es el secretario general el único que posee la verdad absoluta y sobre el cual descansa la orientación teórica de la marcha concreta de la revolución.
Estas premisas que defiende la dirigencia chavista condujeron a todas las conocidas aberraciones del stalinismo en la Unión Soviética (persecuciones, purgas, fusilamientos, etc.), y finalmente contribuyeron a construir una sociedad que no se diferenció mayormente del capitalismo occidental y que finalmente colapsó al cabo de 70 años, dejando a la humanidad prácticamente sin esperanzas ante el capitalismo, y echando por tierra el esfuerzo de millones de seres humanos que sacrificaron todo por construir tanto en la URSS como en el resto de países y pueblos que lucharon por el socialismo, una sociedad de hombres libres e iguales, como soñara Marx y como anhelan históricamente todos los pueblos del mundo.
La dirigencia chavista parte de premisas absolutamente equivocadas:
Los que se reunieron en el CIM no pueden ser calificados de intelectuales en el sentido burgués del término. Más bien, en el sentido gramsciano, de intelectuales orgánicos, al servicio de la lucha de clases del proletariado y del pueblo en general contra la opresión capitalista-imperialista.
En sentido estricto, buena parte de los que allí participamos somos simplemente unos militantes revolucionarios, luchadores sociales de toda la vida, que nuestra preocupación por actuar cada vez mejor en el seno de las organizaciones populares nos ha obligado a estudiar, a profundizar en la teoría revolucionaria marxista, latinoamericana y mundial, y que tal vez por ello estamos en mejores condiciones que otros militantes revolucionarios (los puramente practicistas), para presentar coherentemente un discurso teórico o una propuesta de acción práctica revolucionaria.
Mientras exista la división del trabajo que ha impuesto tanto el capitalismo como las anteriores sociedades de clases, existirán intelectuales, y éstos deben ser atraídos hacia la causa revolucionaria. No tiene sentido combatir a los intelectuales, por el simple hecho de criticar los errores de la revolución. Precisamente criticar y proponer alternativas desde lo teórico, es la labor de todo intelectual revolucionario.
En sentido estricto, todo militante revolucionario debe ser intelectual, y todo intelectual debe estar comprometido con la lucha de clases en el seno de los movimientos populares organizados.
En el socialismo no debe haber intelectuales, en el sentido burgués del concepto. No debe haber especialistas. No debe haber división del trabajo. Todos debemos pensar, elaborar teoría, y a la vez asumir tareas prácticas, simultaneidad entre el trabajo manual y el trabajo intelectual.
Por cierto, esta revolución tiene una dirigencia que ha sido enrocada una y mil veces. Se ha construido una profunda división del trabajo entre dirigentes y dirigidos en el seno del PSUV y en el propio gobierno bolivariano.
Los próceres del proceso tienen, aparentemente, cualidades que les permiten dirigir cualquier ministerio, asumir cualquier responsabilidad, constituyen la expresión ideal de la transdisciplinariedad de la que habla Edgar Morín. Aunque se fracase reiteradamente, como se puede ejemplificar con las derrotas sufridas en elecciones regionales, los dirigentes del proceso son ratificados una y otra vez al frente del estado o del mismo partido.
Si en algún lugar existe la soberbia y la prepotencia propia de los intelectuales burgueses, propia de quienes se creen con la verdad en la mano, que creen tener a dios cogido por la barba, es precisamente en la dirigencia del chavismo. De eso creo que nadie tiene la menor duda a estas alturas.
La mayoría, y acaso todos de los reunidos en el CIM, somos trabajadores, que vivimos de nuestro salario, y que no representamos otros intereses sociales más allá de nuestra propia adscripción a partidos revolucionarios, organizaciones populares, tendencias y corrientes sindicales.
Finalmente, para concluir algo personal, ciertamente me siendo ofendido por la tergiversación que la dirigencia chavista ha hecho de nuestras apreciaciones críticas formuladas en el encuentro del CIM. No es la primera vez que esto ocurre. De manera reiterada los líderes del proceso han formulado en el pasado reciente acusaciones totalmente infundadas en contra de los sindicatos clasistas y revolucionarios, contra la propia Unión Nacional de Trabajadores y contra sus principales líderes obreros. Por otra parte, pero en el mismo sentido, recuerdo que en 2004 unos camaradas decidieron derribar, con toda justeza histórica, la estatua de Colón. Tres de esos camaradas fueron enjuiciados. Uno de ellos estuvo detenido durante un año, y me informaron que contra otro de ellos aún está el juicio abierto. En ese entonces, el presidente Chávez procedió a estigmatizar en un aló presidente a quiénes habían derribado la estatua, y personajes como Mario Silva se explayaron en insultos de todo tipo contra quienes respaldamos públicamente y justificamos debidamente las razones del derribo de la estatua de Colón. Con el tiempo, esa estatua nunca volvió a ser colocada, e incluso se han derribado todas las demás estatuas de Colón existentes en Caracas. Lo que convierte a la reacción que en ese momento tuvieron los líderes del proceso como algo totalmente injustificable. No sólo una pérdida de tiempo, sino que esa conducta equivocada afectó directamente a tres camaradas y además sirvió para que se extendiera una cacería de brujas contra todos aquellos que organizaron el derribo de dicha estatua, cacería de brujas que aún continúa, como lo saben los propios dirigentes chavistas.
Creo que es la hora de ponernos serios, y responder con contundencia a los insultos y falsas acusaciones que estamos recibiendo de la dirigencia chavista. En lo que nos toca, nos duele y nos concierne profundamente el destino de esta revolución, por la cual nos hemos jugado la vida, con armas en la mano, y por la cual estamos dispuestos a seguirnos jugándola. Nuestro compromiso revolucionario, de unos 35 años de continua lucha social, está más allá de las consideraciones de quienes pretenden erigirse en los jueces supremos del proceso. Toda revolución tiene errores, y su continuidad futura depende precisamente de que éstos puedan ser detectados a tiempo y corregidos oportunamente.
Hasta la victoria siempre. Patria, socialismo o muerte. Venceremos.
Maracaibo, 18 de junio de 2009.