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La definición más amable e inofensiva del término o concepto Revolución pudiera ser: situación en la cual todos los poderes establecidos y las normas del estatus entran en una etapa de cuestionamiento general. Cuestionar no es sólo comentar entre amigos que la cosa está jodida, sino activar las voluntades y mecanismos capaces de darle un vuelco, o al menos un sacudón (ajá, ¿qué les recuerda esa palabra?) a esa cosa que está jodida.
Uno dice con toda propiedad que en Venezuela estamos en Revolución
porque el pueblo llano (o, para no ofender la sensibilidad clasista de
tanto pizpireto cabeza e machete: el ciudadano común) se ha soltado a
cuestionar todo lo que hasta hace poco era cosa totémica, intocable,
inconmovible, ineluctable, sacrosanta: aquí han llevado leña desde hace
diez años para acá la majestad presidencial, las familias de apellidos
impronunciables que gozan del apelativo “amos del valle”, el poder
judicial, la clase empresarial, las instituciones del Estado, la
iglesia, el poder electoral, los sindicatos, las figuras del deporte y
la farándula, la educación, la medicina, la cultura y los artistas. Ah,
y el sistema de medios de información. Periodistas y licenciados en
comunicación social incluidos.
De los entes establecidos mencionados arriba, todos han buscado
defenderse y lo han hecho pero al final han debido ceder aunque sea un
milímetro ante el poderoso cuestionamiento nacido del colectivo. Todos,
menos el sistema de medios, los licenciados en comunicación social que
gustan de llamarse periodistas. Todavía quedan por allí quienes creen
que quien ejerce esa profesión tiene licencia abierta para hacer lo que
sea, y que el país no tiene derecho a meterlos en la onda de
cuestionamiento general porque los periodistas son la tapa del frasco,
la última pepsi cola del desierto, la casta pepita de la virgen.
***
Acabo de ver en Globovisión un acontecimiento normal, cotidiano y
saludable en la actual dinámica de agitación revolucionaria del país, y
que ese canal está manipulando propagandísticamente al presentarlo como
una “agresión”. El acontecimiento ocurrió dentro de una manifestación
de un grupo de personas frente a la sede del CNE. Un reportero de
Globovisión, de esos que dicho canal se propuso convertir en vedette,
se paró en medio de aquella gente y quiso hacer desde allí un reporte.
Y entonces se activó el cuestionamiento ciudadano.
Varias de las personas, en su mayoría mujeres y hombres de edad muy
avanzada, comenzaron a decirle en su cara al periodista-vedette lo que
piensan de él, del periodismo y del canal donde trabaja. Los que ellos
piensan, por cierto, no es muy bonito que digamos. Oportunidad que
Globovisión aprovecha para presentarlo como algo sucio y perverso: a
cada rato transmiten la escena, con una leyenda abajo que dice:
“Agresión - Sin comentarios”, y alrededor el gentío gritándole al
periodista. Una de aquellas viejas le grita de lejos al señor
licenciado: “Malditos periodistas”.
***
A ver si nos entendemos: en un país donde todo lo establecido está
cuestionado, y los propagadores por excelencia de ese cuestionamiento
son los periodistas, éstos consideran una “agresión” el hecho de que
los ciudadanos los cuestionen. Sin necesidad de ahondar mucho en el
coñoemadrismo implícito de la leyenda mencionada arriba: “Agresión -
Sin comentarios” (como si el hecho de llamar agresión a la libre
expresión de la rabia no fuera un comentario), ya resulta repugnante el
hecho de que sean estos hijos de puta quienes se sienten agredidos.
Esos señores que, al entrevistar a un chavista, le formulan treinta
preguntas y no le permiten responder ninguna; esos señores que no
consideraron una agresión los empujones y la invitación al linchamiento
de dos reporteros de Catia TV por parte de un señor licenciado-vedette
de Radio Caracas, durante una marcha de escuálidos; esos señores que
mantienen en el horario estelar un programa llamado “Aló, Ciudadano”,
que es una permanente convocatoria al racismo y a la conspiración; esos
señores que no dijeron una mierda cuando Alfredo Peña mandó a clausurar
Catia TV y cuando, durante el sabotaje de 2002-2003, mal llamado paro
nacional, Enrique Mendoza hizo lo propio contra Venezolana de
Televisión; esos señores, que a todo el que manifieste a favor del
chavismo lo llaman horda y elementos pagados por el Gobierno; esos
señores, autoproclamados defensores de la libertad de expresión y de la
lucha por la democracia, se sienten agredidos porque unos pobres viejos
se atrevieron a decirle en su cara a un licenciado-vedette que el
periodismo hecho en Venezuela es un asco y que no van a permitir que
esa banda de asesinos de la verdad reseñen su acto y lo editorialicen
como les dé la gana.
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Por cierto, durante buena parte de la transmisión puede verse a uno de
esos odiados chavistas, llamado Ricardo Menéndez (esposo de Vanessa
Davies, para más señas), un sujeto perteneciente a esa especie que
tantas ganas de vomitar le produce a Globovisión y sus acólitos,
intentando contener a la multitud y evitarle el bochorno al
periodista-vedette. Al final de la escena, Menéndez consigue abrirle
camino al “agredido” hasta las instalaciones del CNE y, acto seguido,
se dirige a los manifestantes y les indica que dejen de producirle esos
tremendos sustos a Globovisión y su equipo.
Por supuesto, la propaganda de Globovisión no dice nada al respecto. A
ellos les produce más dividendos seguir vendiendo el hecho como una
“agresión”, y a los enfermos que creen ciegamente en ese canal también
les encanta pensar que esa es la pura verdad. Malditos periodistas.