De
tanto ser martillado un clavo, éste termina perdiendo la función para
lo cual fue construido y frustrado el martillo de no cumplir con su
deber de volverlo nada. De tanto una persona decir mentiras, termina
siendo víctima de las mismas en sus propias alucinaciones
contradictorias.
En
Fedenagas se acumulan las contradicciones, porque la política la
conciben exclusivamente a través del ojo del dinero. Oligarcas del
lujo, dueños de extensos territorios y hasta de lo que es propio de la
naturaleza que no debe estar en manos particulares, han explotado y
oprimido sin misericordia a esclavos en situación de campesino o de
proletario. Estos, sufriendo de rigores perversos y sin acumular más
que miseria para dejársela de herencia a sus familiares, le han hecho
la fortuna al dueño de la tierra y del capital en la más descarada
injusticia de la distribución de la riqueza. Cuando algún gobierno se
hace eco de los clamores de justicia de los explotados y oprimidos, los
oligarcas, abanderándose de las necesidades de los pobres, lo atacan
argumentando que los trabajadores son los que más sufren de políticas
anticapitalistas y eso es una injusticia. Sueltan lágrimas de cocodrilo
que ningún rinoceronte se las cree como sinceras. Los oligarcas creen,
sin duda, en Dios como símbolo de la justicia del cielo hacia la
tierra. En lo que no creen los oligarcas es que la tierra y la riqueza
deban ser de todos y no de unos pocos. ¿Existirá algún documento
registrado con testigos fiables en el cielo donde Dios repartió la
tierra para que acá unos pocos fueran hacendados ricos y otros muchos
peones pobres?
Hace
años los oligarcas tienen sus esclavos armados que les sirven de manera
incondicional. Todo Estado que privilegie al gendarme conformándolo
como un estamento muy superior a la clase de los trabajadores,
demuestra su aferramiento al termidor burocrático que guillotina la
posibilidad pacífica de resolver contradicciones sociales. Así funciona
todo Estado oligárquico.
En
un país donde se superen con creces las necesidades de su pueblo no
existe razón para rebeliones armadas de izquierda contra el gobierno,
pero éste no debe descuidarse del surgimiento de rebeliones armadas
contrarrevolucionarias. En una nación en que todos los oligarcas
hicieran gala de su filantropía utópica tratando de convertir su
hacienda en un sol que luzca para todos, la paz sería el producto de
una voluntad de amor al prójimo como a sí mismo. Pero esto es la utopía
más irrealizable que pueda imaginarse la conciencia humana.
Así
como la burguesía europea del siglo XIX vio en “El Manifiesto
Comunista” un fantasma recorriendo a Europa, Fedenagas ve en la
guerrilla colombiana el fantasma que no deja
dormir en paz a sus afiliados ni gozar de la riqueza estando
despiertos. Todo lo que Fedenagas llaman secuestro, asesinato o
masacre, inmediatamente jura y perjura que es la guerrilla. No pocas
veces deja de apreciar sus propias contradicciones en sus
pronunciamientos de denuncia preconcebidamente interesados.
Hace
pocos días hicieron una diferencia entre el comportamiento de la
guerrilla y la delincuencia en relación con lo que denomina secuestro.
Concretamente hablaron de que estando un secuestrado en manos de la
primera es mucha más segura la vida, porque su objetivo es el dinero
para una causa, mientras que la segunda sin ideología se desespera y
asesina si no ve el resultado al instante para el disfrute del reparto
individual. A las pocas horas acusó a la guerrilla de la macabra y
tenebrosa masacre producida en el Alto Apure el 20 de julio. Los
grandes medios de la comunicación (especialmente la televisión) se
hicieron eco de la denuncia de Fedenagas y la publicitaron a todo
gañote. Entre línea, cualquier lector o escuchante curioso, se percata
que la intención de Fedenagas es crear una matriz de opinión no sólo
contraria al gobierno, sino también para que le legalicen la
conformación de un aparato militar paralelo al del Estado y que sea
defensor a ultranza de sus intereses más de carácter individual que del
gremio. En todo gremio de propiedad privada el más rico es quien impone
la política tanto como en un sindicato dormido en el letargo del
reformismo lo hace el aristócrata obrero.
La
verdad de la masacre fue descubierta en tiempo récord. Siete cadáveres
prácticamente incinerados: tres hombres, dos mujeres y dos menores de
edad, era un testimonio demasiado evidente de una monstruosidad para
llevarse el secreto hasta la tumba de su autoría. Si una guerrilla,
alzando bandera de redención, eso hiciera perdería todo el bagaje de su
ideología revolucionaria y se convertiría en una banda de mercenarios
inescrupulosos dignos de todas las expresiones del repudio social. Una
niña de cinco años se salvó de la masacre y no puede haber un testigo
más creíble que una criatura que presencia el error de la muerte de
otros y asume el dolor como trauma quién sabe por cuánto tiempo.
Sin
duda, esa masacre debe ser llevada a la investigación más profunda para
que el resultado sea lo más diáfano posible. No se trata simplemente de
la muerte de siete personas en condición monstruosa ni de la
intervención de un soldado con una sospecha de alteración sicológica.
Es necesario indagar cuál era la orientación ideológica de la familia
masacrada, sus actividades cotidianas, sus servicios prestados a otras
personas, el nivel de sus relaciones con los dueños de la propiedad en
que fue asesinada e incinerada, porque a los ojos, no de un curioso
sino de alguien que reaccione por orientación del sentido común, ningún
indicio hace creíble que la guerrilla tenga sus manos metidas en la
masacre como tampoco la fuerza armada nacional, aunque pudiera llegar a
comprobarse la participación de unos pocos de sus miembros.. ¿Por qué
entonces Fedenagas de manera apresurada salió a la luz pública a culpar
a la guerrilla y lanzar bombas para levantar sospechas extrañas a la
masacre?
La
‘locura’ de una persona no es suficiente para aceptar sin tapujos una
masacre como la que estamos tratando. Un loco, está demostrado
científicamente, en estado de delirio no se despoja de todos los
elementos de la realidad, aunque se termine exonerándole jurídicamente
de su acto criminal.
El
país está viviendo episodios demasiado extraños que antes, aun en medio
del ardor de mayor violencia, no se producían. Desde que Chávez llegó a
la Presidencia y comenzó a dar discursos de revolución, de
antiimperialismo, de socialismo, han brotado hechos que ponen en duda
sean el resultado del azar por una alteración sicológica u obras
aisladas completamente de mentes que tienen bien definida su
estrategia. Ni soy nadie ni tengo elemento para culpar a alguien por
esos terribles sucesos que no sólo enlutan a la conciencia humana, sino
que crean una incertidumbre incluso alimentándose del terror que
fomenta la denuncia desmedida e interesada que acusa, por interés
político premeditado, a otros de lo que no han hecho.