El Vía Crucis del Esclavo Asalariado
Jesús María Nery Barrios
Cuando nos encontramos en la víspera que nuestros amos capitalistas corporativistas están a punto de enviarnos directo al Cielo a todos los esclavos asalariados, trabajadores manuales obsoletos consumidores del maíz y la caña de azúcar tan necesarias para el etanol de los automóviles, el oxígeno y el agua que ellos necesitan para traspasar el mundo capitalista hacia la sociedad “post-industrial”, es bueno aprovechar la época de “reflexión” que nos da la Semana “Santa”, en medio de su relajante vorágine consumista de licor, su frenesí por llegar a los destinos turísticos a disfrutar de purificantes conciertos en la playa ataviados con la tradicional vestimenta consistente de hilos dentales y chancletas de goma, y ya que una de las razones por la cual vamos a ser borrados de la faz de la Tierra son las irreconciliables diferencias entre la religión cristiana y la islámica, entre “Occidente” y el resto, el “choque de civilizaciones”, para ver si de verdad existen tales diferencias o no son más que meras excusas sin fundamento para justificar nuestro auto-exterminio como especie planificado e instigado por las élites gobernantes.
Por ejemplo, es interesante saber, revisando con detenimiento y desprejuiciadamente las diversas fuentes a las que uno tiene acceso hoy en día con las nuevas tecnologías, que el pilar fundamental de nuestra religión cristiana católica, “Jesucristo”, es también considerado una pieza clave dentro de la religión islámica, la cual profesa nada más y nada menos que el 20% de la población mundial y hacia la cual hemos iniciado un proceso de acercamiento y hermandad que va más allá de los meros protocolos diplomáticos.
Ciertamente Jesús, cuyo nombre islámico es “Isa”, aparece en el Corán (el equivalente a nuestra Biblia) como uno de sus profetas, junto a Abraham, Noé, Moisés y David (reconocidos y venerados también por el cristianismo), y como predecesor de Mahoma, el último y principal anunciador y divulgador de la palabra de Dios (Alá), y no se le considera “hijo de Dios”.
Tampoco se hace referencia en esa religión a la supuesta crucifixión de Jesús el Profeta, sino a su ascención física al Cielo en virtud de su condición de portador del Evangelio, como una especie de recompensa divina por los servicios prestados, en contraposición a la creencia del judaísmo, la minoritaria religión profesada por los judíos de Israel y algunas partes del mundo, como por ejemplo los judíos de Estados Unidos, algunos países de Europa y América del Sur, en la que lo consideran un falso profeta, e incluso algunas sectas ortodoxas hasta niegan rotundamente su existencia.
Este dato nos indica, irónicamente, que el cristianismo católico tiene más afinidad con el Islam “de Oriente” que con el judaísmo “de Occidente”, cuya influencia es más que notoria y nada despreciable en la élite gobernante de la potencia político-militar más grande que ha visto la historia humana, conocidas como los “Neoconservadores”, y que actualmente dominan la Casa Blanca y están llevando al mundo al borde de su extinción total, contrariamente a la matriz de opinión generada desde esos mismos centros de poder según la cual es el “fundamentalismo islámico” el mayor “peligro para la humanidad”.
Sin embargo, y a pesar de estas evidentes contradicciones dentro del adoctrinamiento ideológico-religioso implementado por las clases dominantes hacia las clases dominadas ignorantes, se exacerban las apariencias y se explotan las confusiones para generar conflictos ficticios basados en percepciones culturales manipuladas desde arriba y así mantenerlas controladas y prestas a actuar a su antojo en el momento preciso elegido por ellos.
A estas alturas de la historia humana para nadie debería ser un secreto ni difícil de comprender el calvario eterno que han tenido que padecer los esforzados trabajadores manuales físicos para que una minoría parásita y desalmada goce de los privilegios que otorga la riqueza generada por ellos a costa de su extenuación corporal y de sus sueños más profundos y sagrados.
Ese es el verdadero Vía Crucis por el que todos deberíamos sentir dolor, pedir perdón y rezar, no sólo cada Semana “Santa” sino todos los días de nuestra vida consciente, y no por el de un personaje que si bien pudo haber existido no debe haber sido de la forma en que nos lo han presentado, a gusto y conveniencia de sus creadores.
A lo largo de milenios, desde que se inició el llamado Proceso de Trabajo, también llamado la “Historia”, la evolución del “homo sapiens”, mediante el cual el “ser humano” tuvo que empezar a “trabajar” para ganarse el pan con el sudor de su frente, pero no para sí mismo sino para unos pocos, a costa de la satisfacción de sus propias necesidades, la “vida” del Hombre (y más que todo la Mujer) ha sido un solo Vía Crucis hasta el día de hoy, una procesión (que va por dentro y por fuera) que ya lleva más de 2.500 años, y que se puede resumir en las Catorce Estaciones que tradicionalmente se recuerdan en esta época:
Primera Estación: El Pueblo (el Proletario, el Trabajador) es condenado a muerte
En el momento que nació la “raza humana”, que el homo sapiens se diferenció del mono y empezó a utilizar sus manos para hacer herramientas para trabajar (no para crear), hasta el día de hoy, toda su descendencia, desde antes de nacer, estaba ya condenada a muerte, es decir, a vivir una “vida” de muerte, muertos en vida, de esclavitud forzosa, producida y mantenida por medios violentos, para ser exprimidos hasta su “muerte” terrenal, física. Estaban “vivos” en tanto se “movían” para producir para el amo, pero estaban muertos porque no pensaban, no estaban conscientes, no se daban cuenta que eran esclavos, sus cerebros estaban muertos y sólo existían como “herramientas que hablan”, como máquinas humanas.
Segunda Estación: El Pueblo es cargado con la cruz
Que no es otra que el amo y su respectivo peso corporal y el peso de sus cadenas virtuales, ideológicas, mentales: sus sagradas creencias, tradiciones, mitos y supersticiones, las mismas que no lo dejan ver su verdadera realidad y liberarse de ellas y del peso de su cruz, de su amo.
Tercera Estación: El Pueblo cae por primera vez
En realidad cae muchas veces. Pasa más tiempo en el piso que levantado. Pero cada vez que cae parece que es la primera vez, porque generación tras generación parece que se empieza de nuevo, se tiene otra oportunidad de vivir dignamente, siempre se presenta una oportunidad para liberarse, pero siempre cae, pues la generación presente nunca ha conocido realmente las luchas de las generaciones pasadas, y por eso nunca ha aprendido, y por eso todo lo que hace le parece que lo hace por primera vez, pero la lucha es eterna, sempiterna, y siempre tiene el mismo final.
Cuarta Estación: El Pueblo encuentra a su Madre
En algún momento en la vida del esclavo, al principio o al final, surge un atisbo de consciencia, y se reconoce a sí mismo como parte de un todo más grande. Son los momentos efímeros en que nos reconocemos a nosotros mismos, y al mismo tiempo, a nuestro origen, nuestra fuente de vida: nuestra Madre Tierra, nuestra Madre Naturaleza, de la cual provenimos y a la cual volveremos, transmutados en otra cosa. Pero aun cuando por un segundo nos encontremos con ella siempre terminanos olvidándola, ignorándola y despreciándola, para nuestro propio pesar pues, al ignorarla nos ignoramos a nosotros mismos y morimos por nuestra propia mano, por nuestra propia mente.
Quinta Estación: “Simón el Cirineo ayuda a Jesús a cargar la Cruz”
Algunas sectas musulmanas, como habíamos mencionado, creen que Jesús escapó a la crucifixión y que Judas Iscariote fue crucificado en su lugar, contrario a lo que se dice que ocurrió en esta “estación” según la versión cristiana católica.
Esta simbología se ha repetido varias veces en la historia de la humanidad y de la lucha de clases en la forma de líderes sociales y/o políticos que surgen del pueblo y se sacrifican por él, bien sea ayudándolos a aliviar su sufrimiento o a salir definitivamente de él combatiendo su ignorancia o directamente como mártires o en el fragor de la lucha popular a manos de los enemigos de clase, como por ejemplo Espartaco, líder de los esclavos durante el Imperio Romano, muerto en batalla; Giordano Bruno, filósofo e intelectual líder de la Ilustración contra el oscurantismo de la Edad Media, muerto en la hoguera; Simón Bolívar, prócer de la Independencia hispanoamericana contra el colonialismo español, muerto en el exilio; Ezequiel Zamora, líder campesino contra la explotación de la oligarquía latifundista venezolana, asesinado por un sicario; Ernesto “Ché” Guevara, líder político contra el capitalismo mundial, asesinado por agentes de la CIA; Steve Biko, líder contra la discriminación racial y la explotación económica en África, asesinado en la cárcel; Salvador Allende, presidente suramericano que luchó por medios “democráticos” por el bienestar y la soberanía de su país, asesinado por la CIA; Monseñor Arnulfo Romero, líder religioso centroamericano que luchó contra la injusticia y la desigualdad social; asesinado en su Iglesia, por sólo nombrar a algunos.
Sexta Estación: La Verónica limpia el rostro del Pueblo
De vez en cuando una mujer viene a sacar la cara por la humanidad machista decadente y a demostrarnos que la especie humana no necesariamente la representa el “hombre” ni está condenada a la extinción. De vez en cuando una mujer limpia la suciedad producida por el “homo sapiens” de la misma manera que lava la cara del hijo cuando ha jugado con el barro o lo asea cuando ha hecho sus necesidades, paciente y amorosamente, como sólo una madre puede hacerlo. Ejemplos sobran, y no precisamente abuelas vírgenes que aparecen en cualquier lado llorando lágrimas de sangre: Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Manuela Sáenz, Luisa Cáceres de Arismendi, la Madre Teresa de Calcutta, entre otras.
Séptima Estación: El Pueblo cae por segunda vez
Y se vuelve a levantar para seguir trabajando, demostrando lo imprescindible que es para su amo.
Octava Estación: El Pueblo consuela a las Mujeres del Mundo
Un paño de agua caliente por parte de la sociedad machista patriarcal porque le remuerde la conciencia por todo lo que la ha explotado y martirizado. Toda madre llora el sufrimiento de sus hijos y hasta está dispuesta al máximo sacrificio por ellos. Sin embargo, no todos los hijos están dispuestos a lo mismo por sus madres, hermanas, esposas, novias o amigas.
Novena Estación: El Pueblo cae por tercera vez
Y se vuelve a levantar para seguir trabajando, demostrando lo masoquista e inconsciente que es para consigo mismo.
Décima Estación: El Pueblo es despojado de sus vestiduras
Como forma de humillación, sobre todo en tiempos de crisis económicas el amo, habiéndose despojado de sus máscaras religiosas, democráticas y legales y de manera arrogante y burlona pone un espejo delante del esclavo para que se vea tal cual es: como un esclavo. Este hecho, lejos de ayudar a conscientizar al esclavo lo degrada aun más, le baja la autoestima (si es que le queda alguna) y en medio de su desesperación lo hace presa fácil de su propio exterminio. Eso es lo que hoy en día atestiguamos con la masiva difusión de programas basura por televisión, en el que familias enteras, todas de origen humilde, ventilan al aire libre sus miserias, conflictos y carencias, lloran delante de la cámara y se prestan para el bochornoso espectáculo de su propia decadencia como individuos y como sociedad por un puñado de monedas. Esto sin contar con la constante publicación de escándalos protagonizados por figuras públicas que en determinado momento fungieron de “modelos”, “ejemplos” y “paradigmas” para toda la sociedad, especialmente para los más jóvenes.
Undécima Estación: El Pueblo es clavado en la cruz
Todos los días, desde que nace hasta que muere, en la cruz de su sitio de trabajo, su “fuente de empleo”, en donde pasa la mayor parte de su vida, aun más que con su propia familia, pues está pegado, “clavado” a su máquina, su computadora, su escritorio, su caja, su herramienta, su fábrica, su oficina, su propia tumba.
Duodécima Estación: El Pueblo muere en la cruz
La misma que ha cargado toda su vida le sirve para sacar madera para su propio ataúd. La fábrica y la oficina son, al mismo tiempo, su “sustento” y su sepultura, su seguro y su funeraria.
Una vez en la cruz, antes de morir, el pueblo pronuncia siete palabras, que el pueblo en sus tradiciones mil veces modificadas y tergiversadas al antojo de los jerarcas de la Iglesia ha transformado en la preparación de siete potajes que se comen en familia para conmemorar su propia tragedia, pero que esos mismos jerarcas han canjeado, recientemente, por siete brebajes en virtud de sus ya inocultables nexos con sus generosos fabricantes: cerveza, ron, whisky, anís, ginebra, sangría y miche claro.
Esas siete palabras son:
“Dios mío, ¿por qué me has abandonado al capricho de mi patrono?”;
“Padre, perdónanos, pues no sabemos que trabajamos para un explotador”;
“Te aseguro que mañana estarás conmigo enterrado en el mismo hueco”;
“Padre, en tus manos encomiendo mis prestaciones sociales”;
“Mujer, ahí te dejo tu pensión de sobrevivencia ... hijo, ahí te dejo mi puesto de trabajo para que sigas la cadena (perpetua)”;
“Tengo sed .... de justicia”;
“Todo está cumplido, pues yo siempre he cumplido mi horario de trabajo ... el que nunca cumplió fue el patrono”.
Decimotercera Estación: El Pueblo es descendido de la cruz y puesto en brazos de su madre
Finalmente vuelve al sitio de donde vino... polvo eres y en polvo te convertirás. Sólo que muere creyendo que va a un “Cielo” a reencontrarse con su “Padre”, en donde eventualmente sí será feliz. Lo raro de esta extraña lógica es que el amo lo ha vivido al revés: ha disfrutado toda su vida del “Cielo en la Tierra”, la felicidad terrenal, por generaciones, y al final de sus días se acaba todo. Por eso los ricos lloran a cántaros y se desesperan al borde de la locura ante la inminencia de la muerte, pues saben que no hay más allá, y hacen todos los esfuerzos y gastan todos los recursos para permanecer aquí el mayor tiempo posible, siempre a costa de la sobrevivencia de “los demás”, que son siempre la mayoría, los esclavos asalariados.
No es casual que los esclavos africanos en Norteamérica lloraran cuando nacía un hijo, pues sabían de antemano la clase de vida que les esperaba; y hacían una fiesta cuando alguno de ellos moría, pues la muerte significaba la tan ansiada libertad y el fin de sus sufrimientos terrenales.
Decimocuarta Estación: El Pueblo es sepultado
Es la estación que estamos viviendo hoy en día. Después de milenios de haber explotado al “ser humano”, al “homo sapiens”, a las herramientas que hablan, a los esclavos asalariados que sólo tuvieron su fuerza de trabajo físico para vender en el mercado capitalista, ahora están a punto de ser sepultados bajo toneladas de alimentos chatarra, enfermedades incurables, agua contaminada, aire enrarecido, bombas químicas y uranio empobrecido, en virtud que el sistema capitalista agotado, caduco y altamente tecnificado y automatizado ya no los necesita más pues las cosas más importantes para la vida son o está en vías de ser producidas por máquinas, para una pequeña porción de la población, que en todo caso está previsto que se vea reducida, “regulada”, mediante la muerte provocada por alimentos tóxicos y guerras nucleares genocidas.
Si el fin de esta profecía va a significar un estilo de vida diferente para los pocos que sobrevivan a ella sólo lo saben los hombres-dioses o dioses-hombres dueños de los medios de producción, aniquilación, y ahora medios intelectuales de creación (nanotecnología, clonación, ondas escalares, informática inalámbrica, etc.), y sólo de ellos depende que, algún día, nos sea revelada la buena nueva del mundo nuevo que está casi por venir.
jesusnerybarrios@yahoo.com