“La igualdad ante la ley todavía no es la igualdad frente a la vida. Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero.”
Vladimir
Ilich Lenin
Un profundo proceso de transformación social está en marcha en Nuestra América, los pueblos y los gobiernos que se han dado, exploran caminos para construir una sociedad de igualdad real en el contexto de las enormes brechas de calidad de vida que caracterizan nuestros países. Mirando nuestras realidades hemos aprendido que las injusticias sociales se retroalimentan mutuamente, y que la pobreza tiene piel oscura y rostro de mujer.
En todas partes las mujeres han estado y están peor que los hombres: hay tres mujeres pobres por cada hombre pobre, hay diez mujeres deben criar solas a sus hijos por cada hombre sin pareja que encabeza un hogar, exclusivamente mujeres son quienes forman la fuerza laboral de servicio doméstico que migra hacia las zonas urbanas, hacia países vecinos más prósperos o a Europa y USA, latinoamericanas obligadas por las necesidades a dejar sus hijos para cuidar los ajenos. Las mujeres son mercancías en el comercio sexual, donde muchas de ellas encuentran una muerte anónima. Y son víctimas de violencia a manos de sus parejas sentimentales y de la violencia cultural e institucional que las aprisiona en embarazos no elegidos. La mortalidad materna, sigue siendo alta en la región, y afecta a las mujeres más desposeídas, muchas de ellas pertenecen a poblaciones indígenas y son adolescentes; una alta proporción de estas muertes maternas está causada por interrupciones inseguras del embarazo.
A pesar de estas realidades, las mujeres latinoamericanas de manera masiva y consecuente hemos venido participando, aportando y colaborando con los procesos de cambio en nuestros países. A lo largo y ancho es evidente la gran cantidad de mujeres incorporadas en organizaciones populares, movimientos sociales y políticos, colectivos de acción, grupos culturales, etc. Hay entrega y hay esperanzas renacidas por todas partes, y las mujeres somos sujetas actuantes.
El socialismo tiene como objetivo la potenciación de lo humano en lo social, generando una vida comunitaria donde todas y todos podamos desplegarnos de manera integral. Una sociedad verdaderamente socialista es humanista y por tanto necesariamente feminista, no puede desconocer las históricas desigualdades, discriminaciones y opresiones que sufren las mujeres y debe desarrollar los mecanismos de reparación histórica necesarios. Son imprescindibles políticas abarcantes y efectivas de protección de la maternidad, de garantía del derecho a la corresponsabilidad paterna, de ampliación de los derechos a decidir libremente el ejercicio de la sexualidad, de promoción de la participación de las mujeres en las decisiones sociales, y sobre todo de impulso de la calidad de vida femenina.
La igualdad real de mujeres y hombres se irá consiguiendo en la medida en que los nuevos pactos sociales incorporen la visión de género como elemento indispensable e inseparable de la refundación ética y cultural.
No es posible la emancipación social mientras se mantenga la más antigua y abarcante de las opresiones que es la opresión de las mujeres, naturaliza y justifica la jerarquía entre las personas en el diario vivir. El socialismo sólo puede afirmarse sobre nuevas relaciones sociales sin dominación, lo cual implica la revolución en lo inmediato, en la vida cotidiana, e incluye una nueva manera de ser mujer y hombre. La transformación socialista está entrelazada con la transformación de la institucionalidad que subordina a la mujer. En la sociedad socialista el papel de la mujer tiene que ser redefinido: el hombre, la mujer y la sociedad en su conjunto compartirán corresponsable y solidariamente el cuidado general de la vida humana, la crianza de los hijos, la atención de los ancianos, la preservación del ambiente, en fin, las tareas necesarias de la prioridad de la vida.
*Directora del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad Central de Venezuela
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