Generalmente, uno de los temas de sumo interés para cualquier sociedad lo representa, sin duda alguna, el tipo de educación que se le imparte a sus ciudadanos, por lo que no debe extrañar a nadie que también lo sea de cualquier proceso revolucionario con características socialistas, ya que la revolución -entendida como acción cultural de vanguardia- debe generar un cambio más dirigido a la conciencia de la gente que a lo meramente material. Esto significa, entonces, que la educación debiera verse o concebirse como una herramienta imprescindible para impulsar, al mismo tiempo, una revolución de los paradigmas que -hasta el presente- han moldeado la sociedad, por lo cual será inevitable que exista alguna resistencia, en especial, de aquellos sectores que, desde siempre, han usufructuado el poder.
Sin embargo, hay que aclarar (quizás innecesariamente) que la educación socialista está obligada a diferenciarse profundamente de la que conocemos bajo el sistema capitalista, puesto que ésta última sirve para producir los técnicos y profesionales que engrosarán las empresas, legitimando tal sistema como algo natural e ineludible. Por ello, la educación bajo el socialismo tiene que enfocarse, básicamente, en adquirir un carácter totalmente liberador, además de crítico, de manera que la misma desempeñe efectivamente un papel transformador de la realidad opresora imperante, como lo diría Paulo Freire, siendo una tarea histórica (y dialógica) a cumplir colectivamente por el pueblo.
Para lograr tal cometido, se hace altamente necesario el diálogo en vez de la autoridad derivada de la imposición o la costumbre. Todo ello dirigido a que el pueblo adquiera una cabal comprensión de la realidad de miserias, desigualdades e injusticias que le han rodeado, a pesar de los discursos oficiales que le hacen “vivir” otra realidad, distinta a la percibida a diario. Pero la educación bajo el socialismo no puede limitarse a crear una sensación de cambio. Es preciso que ella apunte a romper los esquemas capitalistas y representativos seculares que implantaron la ilusión de la movilidad social entre los sectores populares, de modo que las personas se sientan realmente llamados a ser sujetos sociales, participativos y protagónicos dispuestos a llevar a cabo los diversos cambios sociales, políticos, culturales, espirituales y económicos que hacen falta para acceder, finalmente, al socialismo. Mientras exista una visión desarrollista en la educación, ésta no podrá caracterizarse como socialista, ya que responde a los patrones creados y sustentados por el capitalismo, lo que impone una revolución cultural.
Otro aspecto que debe tener en cuenta la educación bajo el socialismo es lo relativo a la transculturización sufrida desde hace décadas por los pueblos de nuestra América, haciéndolos víctimas de un desprecio de los valores culturales propios, sobre todo, de aquellos que constituyen su legado prehispánico y africano, en lo que podría calificarse de invasión cultural. Esto ha sido aprovechado al máximo por las élites dominantes (tanto internas como externas) para imponer su hegemonía, basada en una supuesta superioridad racial y cultural, más imitación chanflona de la exhibida por los europeos y anglosajones del norte que algo auténticamente original. “Una condición básica para el éxito de la invasión cultural -como lo señala Freire- radica en que los invadidos se convenzan de su inferioridad intrínseca”; de ahí que le corresponda a la educación bajo el socialismo la labor de promover una revolución paradigmática. Vista así, la educación se convertiría entonces en un agente cultural de primera importancia, bastante activo, emancipador y transformador, lo que se acrecentaría de extenderse hacia los diferentes tipos de organizaciones populares y/o sociales existentes que acompañan el proceso de cambios revolucionarios, substituyendo absolutamente su índole netamente escolar, conectando la acción propiamente educativa con la acción social de transformación de la sociedad, en un proceso integrado de aprendizaje y de creación permanente que sirva de plataforma para la cooperación, la solidaridad, la justicia, la autodeterminación, la igualdad y la libertad, entre valores fundamentales, que deben fomentarse entre nuestros pueblos en una lucha por su autoafirmación, sin lo cual la revolución socialista sería -perentoriamente- una utopía sin materialización posible alguna.-
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