En toda deconstrucción de la supraestructura capitalista en el plano de las ideas una de las más difíciles tareas es el cambio académico. Es más, se cambian los sistemas económicos pero la rancia estructura educativa permanece. Coloco como ejemplo, entre tantos, la estructura académica de la URSS. Nada más parecido al estalinismo que una universidad soviética. Las diferencias entre estudiantes y profesores eran abismales en cuanto al verticalismo autoritario. El dicho de que “La letra entra con sangre” se hizo realidad. Mientras más sufras, más aprendes, parecía ser la premisa.
Las universidades, históricamente nacidas al unísono con la economía mercantil, se idearon para fortalecer el sistema burgués y su imaginario de salir de la pobreza desclasándose. Se interiorizaron paradigmas basados en la meritocracia ilustrada y en pragmatismos que buscaban mano de obra calificada y barata.
Las perspectivas que se avizoran a partir del veto presidencial a la Ley de Educación Universitaria (LEU) son muchas. Sobretodo el recapturar el espíritu del poder constituyente que cada vez parece más desmovilizado. Esa fosa entre gobernantes y gobernados se observa en la premura de elaborarla, ya y ahora, bajo la orden del mando jerárquico burocrático que exige “rapidez”. ¿Cómo se aprobó esa Ley en esas condiciones? Hubo fallas en los correajes de consulta y una desarticulación con el proyecto estratégico refundador y sus fines del ¿para qué y el para quién? Esta entropía supone diferencias ideológicas con la Ley, diseñada con variados enfoques posiblemente por infiltración de la derecha (incluyendo la endógena) en el diseño y en la práctica pedagógica,
La desviación podría ser doble: un descarrío vanguardista por la desarticulación con el poder popular, unida a un pueblo apartado de la universidad y sus metas. La otra sería la burocrática que coloca como compensación, ante la poca discusión, la excesiva reglamentación.
La postura principista es que no debe haber LEU sin discusión nacional. Ello implica leerla, en primer lugar, para reforzar aciertos, fortalezas y concreción programática. Mao decía que quien no lee no debe opinar. Impulsar todo un movimiento social organizado que elabore las premisas esenciales de la Ley. Serían seis meses de espíritu constituyente que actuando con la Asamblea Nacional reelaboraría los aspectos más progresivos.
Dicha transformación buscaría dotar de herramientas a los jóvenes estudiantes para enfrentar el anacronismo académico, la piratería, la evaluación punitiva y en general, la práctica autoritaria universitaria. Sólo con esta materia prima conciente de sus objetivos se podría avanzar en esta renovación universitaria, porque está claro que la universidad, formada bajo la visión de clase, no se va a autotransformar, ni a organizar su suicidio.
Implica también un espíritu crítico que vaya más allá de fanatismos maniqueístas. Articular la discusión con instancias y leyes complementarias. Con esto se estaría puliendo el aún no muy claro concepto de Pueblo Legislador, a la vez que se darían las bases para la recuperación del Movimiento estudiantil, muy apartado, en algunas universidades, del pueblo al que pertenece.
Dotarse de un carácter organizado implica actuar acorde con una unidad programática sabiendo moverse en conjunto con los sectores comunales, armonizando las diferentes instancias que deben involucrarse, establecer prioridades en el debate, afincándose en la democratización, la contraloría social, la eliminación de restricciones de ingreso, la vinculación productiva y la territorialización, incluyendo una visión de nuevas profesiones cónsonas con la región y los objetivos de nuestra refundación como Nación. Tiene la palabra nuevamente, sin restricciones de ningún tipo, el pueblo constituyente.
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