Recuerdo cuando en la soleada Isla de Margarita, por los años 80, mi amiga Serena Giulia Saldari, ya en el cielo, invitaba a jugar cartas. Todo iba bien hasta que en algunas ocasiones, como solía ocurrir, ella perdía. Era tal su malestar que se hacía cuesta arriba jugar una "segunda mano".
Mi amiga jugaba para ganar; yo, para divertirme. Por eso, en aras de mantener la amistad, me "hacia la loca" o aducía tener que estudiar cuando ella invitaba a la "canasta".
Evoco este recuerdo pues a propósito de la Copa América Centenaria de Fútbol y el fallo del penalti de Lionel Messi, éste manifestó abandonar la selección argentina ya que no pudo llevar al equipo a titularse campeón de la Copa.
Como fanática del fútbol puedo comprender a Lio, todos los vinotinto que en la final apostábamos a que Argentina ganara nos entristecimos con el resultado, pero de allí a "retirarse" y darse por vencido por haber fallado un penalti cuando nos da tantas alegrías en el campo es otra cosa.
A propósito de esto una joven maestra, Yoana Fucks, activista de la educación pública argentina, escribió una carta a Messi en la que señala la importancia de enaltecer los valores.
¿Jugar sólo para ganar? Pregunto yo. Y es que Yoana le pide a Messi que no abandone la selección. Le inquiere que cuál mensaje pretende enviarle a los millones de seres que lo admiran. “No le hagas creer a mis alumnos que en este país sólo importa ser primeros”
Dice textualmente Fucks: "voy a escribirte para que me ayudes en un reto mucho más complejo de los que hasta ahora enfrentaste, quiero que me ayudes en la difícil misión de formar las conductas de esos chicos que te ven como un héroe futbolero y como un ejemplo a seguir".
¡Me identifiqué tanto con las palabras de esta maestra que es educadora al igual que yo! Que formamos en valores y no sólo en lo técnico. Agrega en su misiva: “Por más amor y dedicación que ponga en mi trabajo, jamás tendré de mis alumnos esa maravillosa fascinación que sienten por alguien como vos. Y hoy verán a su más grande ídolo rendirse…”
Justo cuando comencé a escribir este artículo estaba cerrando el segundo día de jornada del XL Festival Juvenil de la Ciencia, donde participan jóvenes liceístas con variados proyectos en las áreas de biomedicina, ciencias sociales, ciencias básicas y tecnología.
Como quiera que en el festival se evalúan los proyectos y hay equipos que resultan favorecidos para "representar" a Carabobo en el Festival Nacional, les hablé de la importancia de participar.
Lo hice, pues nos ha tocado vivir una época signada por la llamada "competitividad". Pareciera que no hay nada más importante en la vida que ¡ganar! No aprendemos a disfrutar el camino, sólo queremos llegar a la meta, a veces no importando cómo.
Justamente allí comienzan las tristezas, los desánimos y, lo más grave, la falta de ganas de vivir. Y ganar, ya no se trata entonces sólo de triunfar en una competencia deportiva, acádemica o de belleza; ganar, para algunas personas (muchas a mi parecer), es buscar ansiosamente la acumulación de bienes materiales o títulos que les permitan estar en el “top”.
Casi tod@s somos presa de esta angustia por ganar la competencia y es así como desvalorizamos la importancia de la participación. En estos tiempos tan complicados y complejos la clave está en participar. Hacerlo nos da la oportunidad de ser parte de un equipo, de un proyecto; nos da la posibilidad de soñar y construir.
Lio, al igual que Yoana, te digo: “lidia con esa liviana costumbre… de creer que el trabajo de otro es sencillo, que meter goles en un arco es tan simple como construir una casa o formar el futuro de una persona. Esa enferma necesidad de tocar siempre de oído, de ponernos en jueces insensatos que sentencian con desprecio y arrogancia el desempeño del otro, poniendo con valor sólo las victorias y desmereciendo los errores como fracasos, esos mismos errores que nos hacen humanos en continuo aprendizaje”.
“Mis alumnos necesitan entender que los más nobles héroes, sin importar si son médicos, soldados, maestros o jugadores de fútbol, son los que brindan lo mejor de sí mismos para el bienestar de otros, aun sabiendo que nadie los valorará más por ello, sabiendo que si lo logra, el triunfo es de todos, pero si falla el fracaso solo será de él, y aun así lo intenta”.
Para mi alivio, hace 3 días estuve en un hermoso acto de “fin de curso” de unos pequeños maravillosos. Se lo dedicaron a Venezuela. Fueron 11 grupos de niñas y niños que desde los 2 a 6 años se dedicaron durante meses a “practicar” con sus maestras, padres y madres diferentes bailes al ritmo de la variada música venezolana para, finalmente, hacer una puesta en escena de gran amor patrio. Por cierto, en ese evento estuvo Josef Martínez, nuestro héroe vinotinto. Pensé, entonces, no todo está perdido…
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