El claustro no murió ese jueves

Me equivoqué cuando anuncié la muerte del claustro universitario en la Asamblea Nacional. Era jueves, un día bueno para morir en París con aguacero si se es poeta, pero esa estructura medieval es lo menos poético que pueda alguien imaginar. En verdad, el claustro no podía fenecer este octubre 18 de 2007, por la lapidaria razón de que sus miembros lo habían liquidado hace tiempo.

En 35 años de vida universitaria, ora de estudiante, ya de profesor, nunca vi que convocaran a ese organismo como lo manda la ley; tampoco se reunía la Asamblea de Facultad, versión del claustro en esta instancia. Se trató de una flagrante, abierta y continuada violación de la norma.

Ambas estructuras, sin embargo, no eran del todo unas entelequias. Durante décadas sirvieron para mantener reducido el voto estudiantil a un 25 por ciento con respecto al profesoral; negarles el derecho al sufragio a los profesores instructores por concurso y excluir de la comunidad universitaria a los trabajadores. El claustro, de cierto, era un odioso y fructífero negocio electoral. Y un apartheid.

Cuando la reforma del artículo 109 de la Constitución Nacional amplía la participación democrática en las universidades y profundiza la autonomía, saltan las vestales “académicas” a desgarrarse por el difunto claustro que ellas mismas mataron hace años. Estas viudas negras, en lugar de rebatir con argumentos, se lanzan patéticas a escribir gafedades contra las personas, mientras gimen por un muerto al que en su agonía no le dieron ni siquiera respiración artificial.

Una de las plañideras de la universidad monástica (de aquí viene lo de claustro) lanzó un mail por allí del que todavía me río. Es una supuesta reseña de mi vida universitaria, de la que habría abjurado. Ocurre que desde la renovación, siendo estudiante, denuncié la exclusión de los instructores, los trabajadores y la injusta ponderación del voto estudiantil. Eso está escrito. El problema es que la viuda del embalsamado claustro ahora es de derecha, padece el cotidiano desprecio de esa derecha, ve comunistas por todas partes y lo atormenta el morboso síndrome del converso, algo terrible.

El mail es un ladrillo estilístico y un impune atentado sintáctico. Esta gente invoca lo que llaman “la jerarquía del saber”. Cuidado, no nombren la soga en casa del guindado. Si aplicáramos esa exquisita jerarquía, muchas universidades donde ustedes vegetan se quedarían sin autoridades rectorales y decanales, mosca pues.

El ofuscado “académico” del mail, sempiterno miembro del “Co-gobierno”, no me perdona el que pronto, a su lado, se sentará un trabajador universitario. Cuando ello ocurra, me recordará la etapa amniótica de mi vida y a la autora de mis días intrauterinos. Empero, nada de eso impedirá el nacimiento de la nueva universidad y el fin de un modelo que se aferró con egoísmo a sus deplorables privilegios.

Durante medio siglo no convocaron el claustro, excepto para que los “legitime” con su voto. Por eso hoy lloran ante un cadáver que desde entonces les rogaba sepultura. Un siquiatra de lo tenebroso diagnosticaría esta patología como necro-claustrofilia, un mal sin remedio como las flores sin retoño.

earlejh@hotmail.com


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

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