Nada ofende más a los profesores petulantes de nuestras universidades autónomas (que son la mayoría), el que se les compare con ese “bichaje inmundo” que son los empleados y obreros. Algo que no se justifica en un país y en un proceso revolucionario que pretende ser socialista. Hay que acabar con esta horrible desigualdad. Pero se nos inoculó este escrúpulo, esta desvergüenza, desde que comenzamos a trabajar como universitarios; se nos seccionó, se nos quiso hacer ver que nosotros los profesores somos superiores, “clase aparte”, y todo lo hacemos aparte. El truco para que entonces los equipos rectorales puedan acaparar y cogerse los presupuestos, para andar viajando por el mundo sin ningún objeto verdadero de superación y cobrando, claro, los viáticos, en dólares. Y echarse buenos carros, montones de choferes y guardaespaldas. El truco para que en la repartición, esta clase aparte de profesores, cogiera también su parte.
Los obreros de nuestras universidades viven en apartamenticos en sectores muy pobres, los profesores universitarios en mansiones. (Y los obreros sí trabajan, y sí están obligados a cumplir un horario, y de los beneficios que les corresponden los otros se aprovechan quitándoles los recursos). Ha sido tal la bola de billete que Chávez le ha metido a las universidades, que la mayoría de los profesores se han convertido en comerciantes, y claro, le tienen una profunda indignación al régimen. Contradictorio. Si les dieran un presupuesto “justo” que es como decir toda la plata del universo, más arrechera le tendrían al gobierno. Profesores con docenas de apartamentos para esquilmar a la gente sin vivienda, profesores dedicados al lucrativo negocio de la medicina privada, profesores con haciendas, profesores prestamistas, con enormes comercios, con constructoras, con flota de camiones o autobuses, con hoteles, restaurantes o posadas. Podridos en plata y siempre llorando, chillando como miserables guiñapos humanos porque “el país está muy mal económicamente”, porque “nos estamos muriendo de hambre”, porque “no hay ni con qué comerse un pan”, porque “vamos decididamente hacia el mar de la felicidad de Cuba”. Claro, estos son los tipejos a los que se les revuelve la bilis cuando Chávez dice que ser rico es malo, porque lo único que los mueve es la especulación, es el buscar obsesivamente plata y vivir maquinando para ver de dónde sacan más. El notable matemático Antonio Tineo (Premio Nacional de Ciencia) anda temblando (y cada vez más escualidísimo) porque el presidente dijo que había que revisar el precio de los alquileres, él quien por largo tiempo ha vivido de ese muy exprimidor negocio. Seguramente él podrá decir: “me los he ganado con el sudor de mis números y de mis cálculos, y venga que quiero más”.
Nunca estarán satisfechos, digo, ni tratarán de pararle el trote a sus deseos utilitaristas. Negocios, plata, negocios y plata, ellos, los que hace muchos años cambiaron sus progenituras por el maldito plato de lentejas. Eso de que “ser rico es malo” está muy bien analizado en la obra del famoso filósofo católico, francés, León Bloy “El Mendigo Ingrato”. Pero hoy resulta, que no hay cosa que les provoque mayor desprecio a estos católicos hipócritas, que un pobre. No porque ellos quisieran que desaparecieran, sino porque los necesitan para sentirse en la clase que “merecen” por su estatus económico. Ese desprecio es necesario para la condición que ostentan. Para sentirla, para vanagloriarse de que son otra cosa.
No son capaces estos profesores elitistas, de sacrificar una sola locha de sus inmensos haberes (que en esta desigualdad espantosa hay que llamarla ROBO), para mitigar en algo la tragedia de los que menos tienen, pero en cambio abren sus inmundas bocotas para inventar que la situación política está muy mala y el pueblo se muere de hambre. Igualitos a Manuel Rosales. La misma clase, insisto. Por eso les viene de perlas eso que vocean en las marchas: “Todos somos Nixon”, “Todos somos Manuel Rosales”. Verdaderamente que lo son idénticos.
Son, claro, los que no quieren que las universidades autónomas abran sus puertas a los eternos excluidos, porque eso para ellos es rebajar la enorme calidad de la educación de la que ellos son la prueba suprema. Para ellos eso es degradar el conocimiento, ese conocimiento que los ha hecho a ellos miserables, egoístas e inmensamente avaros. Ellos, grandes padrotes de la usura.
Por eso en las universidades autónomas, cultivadas en los valores que preconizaba el filósofo sensualista Jeremías Benthan, son rectores y “líderes adorables” unos bichangos supremamente incultos como Lester Rodríguez y Mario Bonucci, unos imbéciles inmemoriales como la ex vicerrectora Laura Luciani o el muermo irredento, vicerrector administrativo, Manuel Aranguren: los que le dieron el título al bandido Nixon Moreno. Qué bien que se lo merecen, sus títulos, sus reconocimientos, sus poses, sus agallas, sus ínfulas, sus MISERIAS.
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