Pasada la medianoche sonó mi teléfono. Dormida leí la pantalla que me decía que era Andrés. ¿Quién coño es Andrés? -Me preguntaba tratando de despejar el sueño y el susto que produce una llamada a esa hora. Eran Andrés Izarra, conciso: “Carola, el Jefe quiere que vengas a escribir unas crónicas de la campaña”. Yo intentaba despertar para descubrir que aquello no era un sueño pero el sueño ganaba la batalla. ¿Cuándo quiere que vaya? -pregunté. Ya. -Contestó Andrés. Desde ya hasta las elecciones.
Faltaban cinco semanas para ese día, faltaba todo el mes de septiembre cuando mi gordita cumpliría siete años, cuando tenia que llevarla a su primer día de clase en primer grado… Cinco semanas lejos de mis niñas, de Oscar, nosotros siempre tan juntos para todos, nosotros siempre tan nosotros.
Dile que no puedo, dile que mis niñas… dile… dile que no. -Colgué el teléfono y ya estaba llorando. Me levanté y encontré a Oscar en la cocina extrañado y asustado por la llamada y por mi lloradera. Su expresión escandalizada cuando le dije que dije ahogada en hipidos que no iba, y luego el regaño, el sacudón que terminó de despertarme: “Tu a Chávez no puedes decirle que no. Te la pasas escribiendo vainas chavistas, y tal, y ahora que te llama para que escribas tú no puedes decirle que no.” Sacudida y despierta llamé a Andrés apuradita: Dile que sí voy. ¿Cuándo salgo? Bien, mañana estoy allá. Colgué el teléfono y seguí llorando y así, con los ojos como un par de huevos pasados por agua me encontró la madrugada del día que me iba.
Mientras hacía la maleta seguía llorando porque me iba muchos días, claro, pero, sobre todo, porque estaba muerta de miedo. Tenía miedo de poner la torta, tenía miedo de fallarle a mi Presi, tenía miedo de rajarme de cansancio a medio camino… ¡qué se yo!… Pero dentro, allá en el fondo de mi alma, había un temor inadmisible y absurdo que me estaba carcomiendo: ¿Y si de cerquita, ahí donde no hay cámaras, mi Presi me cae mal? ¿Si es malhumorado, si es regañón? Si me regaña ¡ay! yo soy una cuaima…
Es que esas cosas pueden pasar: uno sigue a alguien por la tele, lo lee, lo escucha, le mide cada gesto y lo quiere… lo ama… Como un amor a distancia, de esos que pueden terminar idealizados y que, en el encuentro, corre el riesgo de romperse en pedacitos, el amor, claro; no las ideas, ni las causas, ni las luchas.
Chávez de verdad verdad, mi Presi adorado, al alcance de mi mano y yo como una gafa buscando temores como para poder huir corriendo de uno de los regalos más grandes que me ha dado la vida.
Y pasó lo que tenía que pasar: Él sobre una tarima inaccesible y yo abajo gritándole: ¡Presiiii!. “Pero chico, dejen subir a mi Carola.” -Dijo tendiéndome su mano grandota a través del grupo que lo resguardaba. Sus manos calenticas no soltaban mis manos que no querían soltarlas. Parada frente a él tuve que mirar hacia arriba para verle sus ojitos chinos de la risa. ¿Qué te pasa a ti con mis zapatos? -Me preguntó, y yo, siempre tan habladora, empecé a tartamudear, y atragantada de amor no supe decirle. Fue así como cuando pude conversar con el hombre más grande que ha parido esta tierra, terminamos hablando, no de política, ni de historia, sino de zapatos.
No es fácil ser Presidente. Hay normas, protocolo, seguridad, y esa responsabilidad enorme que asumió Chávez como ninguno. No es fácil seguir siento un tipo sencillo, echador de vaina, pero sobre todas las cosas, creo que no es fácil no hacerse de una coraza que te proteja de tantas angustias de tanta gente que está convencida de que solo tú salvarlos.
Chávez nunca dejó de ser ese hombre sencillo y creo que justamente por eso nunca hizo coraza. En medio de las multitudes más grandes sus ojos encontraban al más necesitado. Chávez los buscaba siempre, siempre asumiendo la angustia de recoger otras angustias y hacerlas suyas.
Lo vi tan de carne y hueso, lo vi suspirar hondo tantas veces, lo vi apretar sus manos, vi mirar con añoranza a las familias que lo saludaban desde los balcones, como queriendo estar ahí, anónimo por un ratico… Lo vi negarse el derecho al cansancio, al alivio, a la calma, a una familia con domingos de paseo, a un chinchorro a la orilla de un río… lo vi seguir adelante, valiente, convencido, enorme.
También lo vi jodedor, como el mismo se describía, con los ojitos chispeantes que anuncian la carcajada. Lo vi feliz, lo vi cantar serenatas a miles de mujeres enamoradas. Lo vi tan papá: para sus muchachas había un brillo distinto en sus ojos, una ternura, un abrazo que quería durar para siempre y ellas, siempre con él, devolviéndole brillo, besos y abrazos.
Yo vi a Chávez como es Chávez y era como siempre, simplemente Chávez, nunca simple. Con mil cosas en la cabeza, con tantas ideas, con tanto por hacer, con tanto amor y tan poco tiempo. No alcanza una vida para tanto… para dar tanto, mi Chávez inmenso en un cuerpo de hombre… mi grandísimo amor que nunca decepciona.
¡Y tenía miedo de que me cayera mal! Mira la excusas que uno se busca cuando teme no poder estar a la altura. Pero, claro, yo no soy más que una mamá que escribe desde su cocina y que un día tuvo que salir corriendo a tratar de escribir sobre Chávez, el hombre más grande que ha parido esta tierra.
Qué bueno que desperté y fui con él… para siempre…