Hace más de veinte años, en Río de Janeiro, Fidel Castro alertó: "Una especie está en peligro de desaparecer, la especie humana". Un escalofrío recorrió aquella reunión, todo se paralizó, las miradas se cristalizaron, la respiración se contuvo... Pero el susto duró poco, el mundo siguió su marcha hacia el infierno, como si estuviéramos en presencia de la única especie capaz de suicidarse, de crear las condiciones para su propia destrucción.
El capitalismo siguió depredando al planeta, conquistando adeptos para el crimen. La Unión Soviética se sumó al desastre que se mide elevando el PIB, China prosperó entre la contaminación brutal de su progreso: sus ríos son magníficos vertederos de la producción capitalista y corren sin el menor signo de vida, peces y plantas quedaron sólo para los libros escolares que los estudian como antes sólo se estudiaba a los dinosaurios.
La vida siguió extinguiéndose, la naturaleza muriendo en sus mares contaminados, en ríos desecados, en bosques convertidos en desierto, en el aire podrido… Pero "lo productivo" aumentaba como nunca, presidentes y ministros entregaban "magníficas" cuentas, la producción siguió creciendo, decían, pero ocultaban que la vida sigue disminuyendo… ¡Criminales! ¡Genocidas! El hombre, el humano, la especie continuaba su camino a la extinción sin que naturalistas y humanistas pudieran hacer algo distinto que denunciar, llorar, defender a las especies dando la batalla donde no era efectiva. Dentro del capitalismo que seguía campante destruyéndolo todo como una plaga, el hombre era víctima de su propia creación, esclavo de la producción y del consumo, savia del monstruo. Había focos de resistencia, pocos, eran como faros que mantenían la esperanza.
En esa situación llegó Chávez, el que con la distancia se agiganta cada vez más. Un líder Humanista, quizá el último, tomó el poder, y el mundo tembló de asombro y de esperanza. Aquel hombre en funciones de Estado entendió que el problema era universal, que el humilde habitante de un barrio o el obrero de una fábrica sólo podrá tener una vida feliz, sólo se podrá salvar, si se salva toda la humanidad; que no hay salida individual al desasosiego de la existencia. Entonces, aferrado a la más universal de sus creencias, el Cristianismo, llegó al Socialismo que le daba base material a aquel sueño de "amaos los unos a los otros". Y el mundo se iluminó, Chávez regresó la esperanza que se había perdido, señaló la vía para salvar a la especie, a la vida.
El Comandante descubrió la necesidad de superar al capitalismo, lo explicó, lo predicó, y así firmó su sentencia de muerte: ¡lo asesinó el capitalismo! En la lucha por el Socialismo cayó en combate, se inmoló por hacernos llegar la verdad, se consumió en el amor verdadero que es el amor a la vida, al humano y a la naturaleza universal.
Ahora sus hijos, sus herederos, se hacen cómplices descarados del capitalismo, lo aúpan y, lo que es un verdadero crimen de lesa humanidad, lo intentan hacer pasar como Socialismo. ¡Desvergonzados! De esa manera, matan la esperanza: si esto es Socialismo, si el Socialismo se identifica con el capitalismo, con su explotación del humano y de la naturaleza, si el Socialismo no funda un nuevo mundo, si sólo es un intento fallido de repartición más equitativa de la producción capitalista, entonces, está perdida toda esperanza.
Los falsos herederos nos abruman con sus patrañas, dicen "socialismo productivo", nos pintan a las "zonas especiales" como el camino al cielo pero... qué producen, paradójicamente, más capitalismo con todas sus taras. Las "zonas especiales de colonización", que son operaciones francamente capitalistas que hoy nos imponen los falsos herederos, no sólo nos condenan a los venezolanos a la miseria, a la destrucción de nuestro ambiente, allí está China capitalista como paradigma de estas zonas: con los mayores índices de contaminación del mundo, con un ambiente inviable para la vida. Además de esta condena, están asesinando la esperanza que el Comandante construyó con su vida. Que nadie se atreva a decirse chavista y simultáneamente apoyar este crimen de las "zonas especiales", este enaltecer al capitalismo, que son crímenes de Lesa Revolución, de Lesa Humanidad.
Si existiera un "Tribunal de la Naturaleza y de la Vida", estos inventadores de zonas y de "socialismos productivos" estarían en el primer banquillo de los acusados, y serían condenados, sin duda. Pero también sería condenado el que podía hablar y no lo hizo, el que podía actuar y prefirió guardarse, el que podía gritar y calló, el que podía pintar una pared y pasó de largo.
Quizá el tribunal existe, y un día cuando la especie amanezca convertida en caníbal, cuando alrededor no existan más animales ni plantas, cuando el sol no amanezca por la contaminación, los que queden se darán cuenta de cuál fue la condena del tribunal de la naturaleza, entonces se ejecutará la extinción…